Artículo de Investigación
Vol 3 nº 2
Valoración primordial y corporalidad. Hacia una fenomenología de la afección
Primary valuation and corporality Toward a phenomoenology of affection
Juan Diego Bogotá Johnson1
Recibido: 06/07/2021 Aprobado: 04/08/2021
Bogotá Johnson, J. D. (2020). Valoración primordial y corporalidad. Hacia una fenomenología de la afección. Humanitas Hodie. 3(2). H32a2. https://doi.org/10.28970/hh.2020.2.a2
Resumen
Hay antecedentes del giro afectivo en los desarrollos fenomenológicos
tempranos del siglo pasado. Particularmente, investigaciones genéticas llevadas a cabo por Husserl se
adentran en la naturaleza del fenómeno afectivo. No obstante, esto se enmarca en un proyecto
epistemológico más amplio, que tiene como
consecuencia el hecho de que la afección no sea investigada a profundidad. El propósito de este artículo
es retomar los descubrimientos de Husserl e ir más allá y aproximarse a una fenomenología sistemática
del fenómeno afectivo. Para eso, se evalúan los alcances y las limitaciones del análisis husserliano y
se
muestra en qué sentido está fundado en un prejuicio cognoscitivo. Sobre esto, se revelará el carácter
fundamentalmente valorativo y corporal de la experiencia afectiva, carácter que encuentra evidencia
empírica en avances recientes enmarcados en las ciencias cognitivas.
Palabras clave: afección, corporalidad, valoración primordial.
Abstract
There is background for the affective turn in the early phenomenological
developments of the last century. In particular, genetic research carried out by Husserl delves into the
nature of the affective phenomenon. However, this is part of a broader epistemological project, which
results in the condition not
being investigated in depth. The purpose of this article is to revisit Husserl’s findings and to go
further
and approach a systematic phenomenology of the affective phenomenon. To this end, we analyze the
scope and limitations of Husserlian analysis and show the extent to which it is based on cognitive bias.
In this regard, we will reveal the fundamentally valuational and corporal character of the affective
experience, a feature that finds empirical evidence in recent advances framed in the cognitive sciences.
Keywords: Affection, corporality, primordial assessment.
Introducción
Durante las últimas décadas, las ciencias humanas y sociales han experimentado un
cambio de enfoque que ha sido denominado el “giro afectivo”, a modo de contraste
con el denominado “giro lingüístico” que se dio en durante el siglo xx. Este nuevo
enfoque se puede caracterizar por el interés en fenómenos afectivos (emociones,
estados de ánimo, etc.) y su rol en la manera en que los seres humanos nos relacionamos con nuestro
entorno, con los otros y con nosotros mismos. Por ejemplo, en
contraste con la tradición racionalista que ha dominado el pensamiento filosófico
desde Platón —la cual distingue tajantemente entre lo racional y lo emocional—,
desarrollos recientes han enfatizado en la importancia de los fenómenos afectivos
para la racionalidad y la cognición en general (entre estos, Damasio,1994 y Colombetti, 2014). Estos
intentos, sin embargo, tienen antecedentes importantes en
filósofos como Hume y —de especial relevancia para el presente artículo— fenomenólogos como Husserl
y Heidegger. Mientras que el primero invirtió parte de
sus esfuerzos en develar el rol de la afectividad en la pasividad, el segundo resaltó
la importancia de la disposición afectiva (Befindlichkeit) en la manera en que el
mundo se le abre al Dasein. A pesar de esto, curiosamente ni Husserl ni Heidegger
desarrollaron de manera sistemática una fenomenología de la afección. De hecho,
sus aportes se enmarcan en proyectos más grandes, lo cual significa que su interés
por la afección no es más que un medio para un fin; mientras que Husserl toca el
tema de la afección en sus investigaciones genéticas sobre el origen del pensamiento lógico,
Heidegger lo hace al analizar la constitución existencial del Dasein y la
manera como el ser se le abre a este.
El propósito del presente artículo es retomar algunos de los desarrollos de la
fenomenología husserliana para avanzar en lo que podría ser una fenomenología sistemática de la
afección que revele su importancia para la constitución del mundo.
Con este objetivo, en primer lugar, mencionaré algunas características del análisis
de la afección llevado a cabo por Husserl, con lo cual delimitaré provisionalmente cómo se presenta
fenomenológicamente la afección y resaltaré algunas de las
limitaciones del análisis husserliano. Posteriormente, con base en la delimitación
hecha, desarrollaré lo que considero que sería un primer paso a la aproximación
fenomenológica sistemática a la afección. De esta manera, destacaré cómo esta
es un fenómeno fundamentalmente corporizado y valorativo. Por último, mostraré
brevemente cómo este análisis fenomenológico se corresponde con investigaciones
más recientes de las ciencias cognitivas, las cuales encajan con el giro afectivo.
No obstante, antes de proseguir, considero relevante identificar una ambigüedad
propia de la palabra “afección” y sus derivados. Por un lado, la historia de la filosofía
ha relacionado este concepto con el de impresión sensible. Así, por ejemplo, Kant (2011) afirma que
“todas las intuiciones, como sensibles, se basan en afecciones”
(pp. A68/B93), es decir, que todas las intuiciones sensibles se basan en impresiones
provenientes de los objetos. En este sentido, hablar de afección significa hablar de
los procesos que se dan cuando recibimos estímulos sensoriales. Sin embargo, este
no es el único sentido en el que utilizamos esta palabra. Piénsese, por ejemplo, en
la frase “me afectó bastante lo sucedido”. Acá parece haber una referencia a una
perturbación emocional, no a un mero estímulo sensorial. Sin duda este segundo
sentido se acerca más a cómo se ha entendido el término “afección” en el contexto
del giro afectivo. Empero, como se notará más adelante, fenomenológicamente esta
distinción entre lo sensorial y lo emocional (o, como luego lo denominaré, lo valorativo) no es del
todo válida. A pesar de esto, aclaro que, inicialmente, me enfocaré en
el sentido sensorial de la afección para luego revelar su carácter valorativo.
Afección como tendencia cognoscitiva
Al hablar de afección, Husserl se refiere al:
Reiz dado a la conciencia, la peculiar atracción [Zug] que un objeto
dado a la conciencia ejerce en el yo; una atracción que se relaja en
la orientación del yo y que de ahí progresa afanosamente hacia lo
dado-en-sí-mismo, mostrando cada vez más de la mismidad objetiva
[gegenständliche Selbst], también progresando afanosamente hacia la
adquisición de conocimiento, hacia una contemplación más precisa
del objeto. (Hua XI, pp. 148-149, énfasis añadido)2
La palabra clave que usa Husserl para caracterizar la afección es el término alemán
Reiz, el cual puede ser traducido como “estímulo” en una frase como visueller Reiz
(estímulo visual) o como el sustantivo “atractivo” en una frase como der Reiz dieser
außergewönhlichen Stadt (el atractivo de esta extraordinaria ciudad). Acá hay que
tener en cuenta ambos significados de Reiz. Tómese el siguiente ejemplo: veo un
punto rojo sobre un fondo blanco. Este punto me estimula sensiblemente de tal
manera que llama mi atención en virtud de la forma en que resalta por el fuerte contraste entre
este y el fondo blanco. El punto rojo me afecta, es decir, me estimula
sensiblemente atrayendo mi atención. No se trata de dos fenómenos distintos (estímulo y
atracción), sino que lo que estimula atrae y viceversa. Hablamos entonces
de dos rasgos constitutivos del fenómeno unitario que es la afección.
Ahora, ¿en qué consiste esta atracción? En primer lugar, hay que reconocer
que la atracción afectiva es fundamentalmente impositiva (EU, pp. 80-81)3
. En el
ejemplo que usé arriba, el punto rojo se me impone visualmente en la medida en que
llama mi atención al afectarme. Nótese la metáfora “llamar la atención”; con esta
se dice que el objeto hala la atención del sujeto hacia él. Este halar es descrito por
Husserl como una tendencia que se forma desde el objeto hacia el sujeto (EU, pp.
79-80), lo cual no significa que el objeto sea pensado como una entidad trascendente, pues en
este nivel nos encontramos trabajando bajo la reducción fenomenológica. La tendencia que
menciona Husserl debe ser entendida como una relación
intencional pasiva que hay entre el sujeto y el objeto. Se dice que se trata de un
proceso pasivo de la conciencia en la medida en que el yo no toma ninguna decisión
sobre el asunto, por eso la imposición. En razón a esto, el encuentro intencional
que caracteriza a la afección es previo al dirigirse atencional del yo a lo afectante
(el objeto llama la atención; no está siendo atendido). La imposición afectiva se
expresa noéticamente como una tendencia a la entrega a esa imposición por parte
del yo (EU, pp. 81-82).
En segundo lugar, como se nota en el pasaje citado arriba, la atracción afectiva no
solo se trata de un llamado de atención, sino de un afán cognoscitivo que va del objeto
al yo: voy caminando de noche por un bosque oscuro y, de repente, aparece una luz a
la distancia la cual se impone en mi campo visual. Esta llama mi atención, me atrae
hacia ella no solo haciéndome mover mi cabeza y mis ojos para poder fijarme en ella,
sino que me hace preguntarme “¿qué es esa luz?”. Sin embargo, esta pregunta explícita es
posterior a mis movimientos dirigidos a fijarme en el destello. Este literalmente
me atrae, me llama a que lo conozca4
. En términos husserlianos, la afección inicial
progresa formando un afán de determinar u explicitar sensiblemente y con cada vez
mayor precisión el objeto afectante. Por lo tanto, la afección, tal como la analiza Husserl, es
un fenómeno de carácter fundamentalmente cognoscitivo.
Para comprender a cabalidad la fenomenología de la afección desarrollada por
Husserl, principalmente en Experiencia y juicio y en las lecciones sobre síntesis
pasivas (Hua XI), hay que tener en cuenta que el proyecto que se lleva a cabo en
estas investigaciones es la búsqueda del origen genético del pensamiento lógico que constituye,
en últimas, el conocimiento judicativo. En pocas palabras, se trata de
investigaciones fundamentalmente epistemológicas. No obstante, no por ello una
investigación fenomenológica debe limitar lo que se da con evidencia, prefigurando
el aparecer de los fenómenos en la conciencia. Lamentablemente, considero que
esto le sucede a Husserl en sus investigaciones sobre la afección. Cuando se toman
experiencias no-epistémicas se hace claro que lo atrayente de lo afectante no necesariamente lo
es en el sentido de una invitación o un llamado a conocer de manera
más explícita un objeto. Piénsese en casos en los que lo afectante pierde el interés
ganado en la imposición inicial con rapidez o en casos en los que la experiencia
tiene una cualidad negativa particular. Por ejemplo, cuando veo un punto rojo sobre
un fondo blanco, es innegable que este llamará mi atención en la forma de una imposición
sensible, mas no por eso tendré el afán de observarlo más de cerca como
intentando determinar qué más puedo conocer de él5
. La falta de afán cognoscitivo
es aun más evidente en la experiencia del miedo. Si tengo miedo de lo que está en la
habitación de al lado, mi experiencia estará cualitativamente caracterizada por una
ausencia de la tendencia afectiva que, de acuerdo con Husserl, me atraería al objeto
con el propósito de contemplarlo con más precisión. Es más, en la medida en que
el miedo emerge cuando lo amenazante se acerca de tal manera que es posible que
me alcance (Heidegger, 2016, pp. 159-160), lo más probable es que mi tendencia
esté dirigida a alejarme del objeto atemorizante y, por lo tanto, a lo contrario de
contemplarlo para explicitar sus características sensibles.
En mi opinión, la razón por la cual Husserl no tiene en cuenta experiencias
como las recién descritas se debe a un prejuicio cognoscitivo. Por este motivo, no
solo me refiero al hecho de que, en las obras mencionadas, Husserl esté interesado
en el origen del conocimiento, sino también a la manera como tiende a limitar el
campo de lo dado en la pasividad a una dimensión preobjetiva sobre la cual se fundamentan
procesos extracognoscitivos. Si bien Husserl menciona que la manera en
que los objetos con los cuales nos encontramos en el mundo de la vida aparecen
no se reduce a una cuestión teórica o epistémica, sino que estos pueden ser objetos de
experiencias prácticas o valorativas (EU, pp. 51-52), también aclara que “el
obrar práctico, el establecimiento de valores, el valorar, son un valorar y un obrar
sobre objetos pre-dados los cuales precisamente en la certeza de creencia ya se dan
ante nosotros y son tratados como tales” (EU, p. 53). El punto de Husserl es que
valorar y obrar de manera práctica con los objetos son formas de constitución activa lograda por
medio de procesos judicativos de la conciencia. Para poder juzgar un
objeto como desagradable, este tiene que estar previamente dado sensiblemente
como algo neutral que, eventualmente, es judicativamente constituido como desagradable. Este
darse sensible previo es una forma de conocimiento prejudicativa:
sé judicativamente que este libro es rojo porque este aparece prejudicativamente
como tal. No obstante, esta fundamentación de lo valorativo y lo práctico sobre lo
meramente sensible no puede ser el caso. Si bien puede ser cierto que para juzgar
algo como desagradable uno debe tener ya un acceso cuanto menos sensorial al objeto, el juicio
“este objeto es desagradable” sería imposible de formular si en el darse
previo del objeto no hay ya algo negativo sobre lo cual eventualmente se constituya
el predicado “desagradable”. Este rasgo negativo no es, ni puede ser, puramente
sensible: el rojo es rojo y ya, no es lindo, ni feo, ni agradable, ni desagradable6
. En
este sentido, en la pasividad de la conciencia ya debe haber una dimensión valorativa y
práctica. El prejuicio cognoscitivo de Husserl radica en omitir esta dimensión
primordial y limitarse a la idea de que toda forma de experiencia se fundamenta
sobre un mero aparecer sensible del objeto, aparecer que es concebido como la
afección que tiende hacia el conocimiento.
La afección como valoración primordial corporizada
El análisis de la fenomenología de la afección desarrollada por Husserl revela algo
que él omitió: en la dimensión pasiva donde se da el fenómeno de la afección no
solo hay un aparecer sensible de lo afectante; este ya puede aparecer cargado de un
sentido valorativo. Esto da luces sobre el camino que hay que seguir. Este camino
está dirigido, en principio, a responder las siguientes preguntas: ¿En qué consiste
el rasgo valorativo que puede darse en el nivel de la pasividad? ¿Es este una parte
constitutiva de la afección? En caso de serlo, ¿de eso se sigue que toda experiencia,
en cuanto fundada sobre la afección, involucra aspectos valorativos?
Para dar respuesta a estas preguntas hay que comenzar con reconocer nuevamente que afectar, en la
medida en que es un Reiz, consiste en estimular, pero también atraer. La caracterización de la
afección como estímulo señala un fenómeno
neutral y pasivo: los objetos me afectan en tanto que estimulan mis órganos sensoriales, es decir,
recibo pasivamente las determinaciones sensibles de los objetos.
En cambio, la caracterización de la afección como atracción revela una dimensión mucho más rica: los
objetos que me afectan son atractivos. Hay que recordar que
no se trata de dos caracterizaciones contradictorias: lo que afecta lo hace en la
medida en que estimula atrayendo. Ahora bien, ya es claro que lo atractivo de lo
afectante corresponde con el hecho de que llama la atención. Lo que es importante
notar ahora es que concebir algo como “atractivo” es valorarlo ya de cierta manera.
Si el mundo fuese afectivamente dado como un mundo completamente neutral,
como configurado como un mero conjunto de cualidades sensibles, nada atraería.
El punto rojo sobre el fondo blanco llama la atención porque no es un rojo neutro
que carece de relación con lo demás. Lo que afecta, siempre lo hace desde un
fondo y, por eso, puede llamar más o menos la atención; en este sentido, el rojo
del punto afecta sobre el blanco del fondo. El fuerte contraste es lo que da lugar al
llamado de atención. Si el fondo no fuese blanco, sino de un rojo más tenue que el
del punto, este último no llamaría tanto la atención. Esto muestra que la afección
se caracteriza por la fuerza con la que atrae: en este momento, todo lo que aparece
en mi campo visual me afecta, pero unas cosas llaman más la atención que otras,
unas tienen más fuerza afectiva que otras. La fuerza afectiva puede ser determinada
por procesos activos de la conciencia, como el interés que tengo en continuar con
este escrito, lo cual mantiene mi atención en mi computador; pero también puede
darse en la mera pasividad por el fenómeno del contraste. No obstante, a diferencia
de lo desarrollado en el análisis que hace Husserl sobre ese fenómeno (Hua XI,
pp. 133-142), análisis guiado por su prejuicio cognoscitivo, el contraste en el nivel
de la pasividad no se limita a un contraste sensible como el descrito en el caso del
punto: me encuentro en mi escritorio escribiendo este artículo, pero en el fondo
escucho un tenue pito que no me permite concentrarme. El pito no resalta porque
suene mucho más duro que lo demás. En realidad, suena a un volumen muy bajo,
casi inaudible. Lo que hace que este llame tanto mi atención es que su agudeza
es particularmente molesta. Ciertamente puede señalarse el contraste meramente
sensorial que hay entre lo agudo del sonido y la neutralidad del sonido de ambiente
que me rodea, pero no se puede ignorar que esa agudeza involucra molestia: no es
que la agudeza cause molestia, como siendo dos elementos diferentes relacionados
causalmente, es que la agudeza es molesta; no es que primero escuche el sonido
agudo y luego lo valore como molesto, sino que este aparece como agudo y molesto
en principio. El contraste es entonces también valorativo: la tranquilidad del sonido
de ambiente se ve interrumpida (contrastada) por la molestia del sonido agudo. De
esta manera, en la medida en que la afección se constituye por su fuerza, también
debe estar constituida por un rasgo valorativo.
Se revela, entonces, una valoración que hace parte de la estructura de la afección. Con esto no me
refiero a una forma judicativa de la valoración, algo que quizá
puede ser denominado con más claridad como “evaluación”; me refiero a una forma de valoración
primordial, de Urbewertung7 que se encuentra en el núcleo de la experiencia afectiva. La
valoración
primordial se caracteriza por una cualidad con la cual
lo afectante afecta. Esta cualidad se da en diferentes grados de agrado o desagrado:
el sonido agudo es desagradable, el olor del café en la mañana es agradable, etc. En
razón a esto, puede decirse que toda experiencia afectiva tiene una valencia característica que va
de la mano de la fuerza con la que afecta lo afectante8
.
Antes de seguir, considero relevante aclarar que la valoración primordial no es
una forma de emoción; más bien las emociones son evidencia de un núcleo afectivo originario. La
valoración primordial no puede ser comprendida como una emoción, dado que no siempre estamos en
estados emocionales. En este momento, por
ejemplo, me encuentro en un estado emocional neutral, pero de eso no se sigue
que los objetos a mi alrededor no me afecten de alguna manera que no involucre
una valoración caracterizada por su respectiva valencia. En realidad, estimo que las
emociones son experiencias de nivel superior que se constituyen sobre los logros
de la valoración primordial esencial a toda forma de afección. En términos heideggerianos, tenemos
emociones porque ya antes de ellas estamos afectivamente
dispuestos en el mundo (Heidegger, 2016, pp. 153-159).
En la medida en que estamos afectivamente dispuestos ante aquello que nos afecta,
nos comportamos de diferentes maneras. Husserl no se equivoca en que, en experiencias afectivas, el
objeto puede generar en el yo una tendencia de atracción hacia él. Veo
un dulce sobre la mesa y, sin pensarlo en absoluto, extiendo mi brazo para agarrarlo y
comérmelo. En términos valorativos, el dulce me afecta en cuanto agradable, es decir,
esta experiencia está caracterizada por una valencia positiva que me atrae al dulce, que
motiva a moverme de tal manera que puedo tener el dulce más cerca a mí (y, eventualmente,
comérmelo). Cuando la afección es descrita como una forma de atracción, no
solo se trata de una metáfora referida a una facultad cognitiva atencional, sino también
puede ser relacionada con una atracción cinestésica, como un moverse-hacia.
Acá hay que avanzar con cuidado para no confundir fenómenos que pueden ser
descritos con las mismas palabras, pero que tienen roles distintos en la experiencia
afectiva. Tómese el siguiente ejemplo: me encuentro en medio de un bosque oscuro,
es de noche y no puedo ver bien lo que está frente a mí; repentinamente escucho a
mi derecha un fuerte sonido que no logro reconocer, pero, sin pensarlo ni siquiera una
vez, empiezo a correr atemorizado hacia lado contrario de donde provino el sonido.
Lo que sucede en esta situación es que el sonido es valorado primordialmente como
negativo, lo cual motiva mi huida9
. En este caso no hay atracción, sino una forma
de rechazo. No obstante, ¿no se había dicho ya que el Reiz afectivo es una forma de
atracción? Lo es, pero en el sentido en que atrae o llama la atención. Mi huida no es
un comportamiento sin sentido. Esta solo puede ser catalogada como “huida” en la
medida en que estoy corriendo, alejándome de la fuente del sonido. Este alejarse no
es algo fortuito, no es como cuando camino de mi casa a mi lugar de trabajo, alejándome de mi casa.
En este caso, el hecho de alejarme de mi casa no se da porque quiera
hacerlo, sino porque resulta que no trabajo en mi casa y me veo obligado a alejarme
de ella para poder ir a mi lugar de trabajo. En sentido estricto, estoy primariamente
yendo hacia mi lugar de trabajo y secundariamente alejándome de mi casa. En el
ejemplo de la huida, primariamente me estoy alejando de la fuente del sonido, ese es
el sentido de mi comportamiento; si de casualidad hay un río de camino hacia donde
me muevo al huir, ciertamente me estaré acercando a él, pero este no puede ser el
sentido de mi comportamiento porque puede que ni siquiera sepa que hacia allá hay
un río. Esto aclara en qué sentido toda afección es una forma de atracción: huyo de la
fuente del sonido porque estoy atencionalmente dirigido a esta. Es decir: al escuchar
el sonido, este atrae mi atención y motiva mi huida.
La conexión entre comportamiento y sensación no es algo nuevo. Esta ha sido
ampliamente desarrollada en aproximaciones sensoriomotoras a la percepción (Varela, Thompson y
Rosch, 2016; O’Regan y Noë, 2001; Noë, 2004). Empero, esta
conexión se remonta en la tradición fenomenológica a las investigaciones de Husserl sobre el cuerpo
y las cinestesias (Hua IV; Hua XVI) y, especialmente, a los
desarrollos hechos por Merleau-Ponty (1993):
En verdad, cada una de las pretendidas cualidades —el rojo, el azul,
el color, el sonido— está inserta en una cierta conducta. […] El gesto
de levantar el brazo, el cual puede tomarse como una indicación de un
disturbio motriz, se modifica de manera distinta en su amplitud y su dirección de acuerdo a si el
campo visual es rojo, amarillo, azul o verde.
En particular, el rojo y el amarillo favorecen los movimientos suaves, el
azul y el verde los movimientos bruscos; el rojo, aplicado al ojo derecho,
por ejemplo, favorece un movimiento de extensión del brazo y repliegue hacia el cuerpo. (pp.
224-225, traducción modificada)
Aquello que nos afecta motiva movimientos en particular. Esto no debe entenderse
como una relación causal entre afección y movimiento, sino como una conexión
“si-entonces” de un carácter fundamentalmente diferente a la de “causa-efecto”:
Un fenómeno desencadena a otro, no por una eficacia objetiva, como
la que vincula los elementos de la naturaleza, sino por el sentido que
ofrece —hay una razón de ser que orienta el flujo de los fenómenos
sin que esté explícitamente puesta en ninguno de ellos, una especie
de razón operante—. (p. 71)
La conexión que se da acá es entre la valoración primordial y el propio cuerpo vivo
(el Leib) entendido como un sistema cinestésico, como un conjunto de posibles “yo
puedo” y “yo hago”. Esta relación motivacional tiende a ser ignorada en la medida en
que se ignora el rasgo valorativo de la afección. Es claro: ser afectado por un objeto
motiva tal o cual cinestesia de mi cuerpo vivo, pero nada de esto indica el porqué de
esa motivación en específico. El ingrediente faltante es la valoración primordial. En
situaciones básicas que no involucran juicios (sean sedimentados o explícitos) por
parte del yo, aquello que es valorado positivamente motiva movimientos de acercamiento, mientras que
lo valorado negativamente motiva movimientos de alejamiento. Es por eso que, instintivamente, huimos
cuando tenemos miedo o nos sentimos
atraídos a la comida cuando tenemos hambre.
Es importante notar que la valoración y la cinestesia motivada no son dos cosas
separadas, sino que son rasgos constitutivos de un mismo fenómeno: la afección.
También es importante tener en cuenta que una cinestesia no es necesariamente
una forma de movimiento actual o de “yo hago”, sino que los “yo puedo” son también formas de
cinestesias. Esto aclara la razón por la cual la motivación afectiva
desencadenada por la valoración primordial no necesariamente se actualiza en un
movimiento “real”, en un movimiento del cuerpo físico (el Körper)
10. Lo que enseña esto, sin embargo, es que la afección es un fenómeno fundamentalmente
valorativo
y corporizado. Es más, en la medida en que la valoración primordial se expresa en su
carácter motivacional-cinestésico, sería un error pensar en esta como una especia
de proceso judicativo abstracto, como algo meramente mental.
Ser afectado por algo significa ser halado a la acción, ser halado por un mundo
que actúa sobre el cuerpo no por una eficacia causal que separa ontológicamente la
causa del efecto, sino por una relación más profunda. Es porque estoy corporalmente situado en el
mundo que mi cuerpo es constantemente afectado por aquello que
encuentro en mi mundo. Correlativamente, ser afectado también significa habitar
un mundo valorativamente constituido: me encuentro entre cosas más o menos
agradables. No se trata de una especie de velo afectivo que cubre objetos que en
sí mismos no están valorados, no se trata de un mundo “coloreado” afectivamente
(como señalando que una cosa es el color y otra cosa es la imagen que se colorea);
se trata de un carácter fundamental de estar dirigido intencionalmente al mundo o,
en otras palabras, ser-en-el-mundo.
Evidencias empíricas
El análisis fenomenológico recién efectuado, a pesar de no ser sino un primer
paso estructurado y de no llegar a las profundidades del fenómeno afectivo primordial ni a cómo este
es fundacional de experiencias afectivas de nivel superior como
las emociones, parece encontrar fuerte apoyo en avances recientes de carácter empírico e
interdisciplinario provenientes de las ciencias cognitivas y de las llamadas
ciencias afectivas. En esta sección mencionaré brevemente dos de estos avances:
las investigaciones neurofisiológicas de Antonio Damasio y el modelo neurobiológico dinámico de Marc
Lewis.
En su influyente libro, El error de Descartes, Damasio introduce un análisis neurofisiológico que
tiene como propósito fundamental socavar la división tradicional
entre emoción y razón proveniente de filosofías racionalistas. Como parte de este
análisis, Damasio identifica las emociones como procesos corporales cuyo propósito
es la supervivencia del organismo. Así, por ejemplo, un animal pequeño corre al ver
una figura mucho más grande que él porque está neuralmente predispuesto a desencadenar una serie de
procesos endocrinos y nerviosos al recibir un estímulo visual
como el mencionado; estos procesos generan respuestas musculares y viscerales que
lo disponen a salir corriendo (pp. 131-132). Estos procesos son, de acuerdo con Damasio, una emoción
(miedo). Organismos complejos como los seres humanos, además de emociones, tienen sentimientos (la
experiencia de sentir una emoción), los
cuales son causados por un bucle que va del cuerpo al cerebro durante un episodio
emocional (pp. 143-149). Ahora, especialmente relevante para el presente artículo, Damasio también
identifica un fenómeno neurofisiológico que denomina “sentimientos de fondo”, los cuales
corresponden a la información enviada del cuerpo al cerebro
durante momentos en que no hay un episodio emocional desarrollándose. La función
de estos sentimientos es informar al cerebro (y al organismo, en tanto que constituyen
un estado de conciencia) sobre el estado general del cuerpo, sin ser “ni muy positivos
ni muy negativos, a pesar de que pueden ser en su mayoría percibidos como placenteros o
desagradables” (p. 150). El resultado de esto es que la imagen valorativamente
cargada del estado de nuestro cuerpo se yuxtapone sobre otras imágenes neuronales
(como las de objetos y situaciones externas) y las modifica de tal manera que estas
adquieren “la cualidad de bien o de mal, de placer o de desagrado” (p. 159).
Lewis (2005) va más allá que Damasio y desarrolla un modelo del funcionamiento de diferentes
subsistemas cognitivos bajo una perspectiva guiada por la teoría de
sistemas dinámicos. Sin adentrarme mucho en el modelo de Lewis, este revela complejas
interconexiones neuronales entre subsistemas cognitivos como la atención, la
emoción, el monitoreo de acción y la percepción. De acuerdo con Lewis, al analizar la
estructura neurobiológica que subyace a estos subprocesos cognitivos (generalmente
analizados por separado), lo que uno encuentra es una gran red constituida por relaciones causales
circulares, es decir, por influencias causales bidireccionales. Con
base en esta evidencia, Lewis introduce el concepto de “interpretación emocional”
para describir el fenómeno resultante del complejo sistema dinámico que él describe:
en la medida en que atención, emoción, acción y percepción no pueden ser separados
como componentes causales diferentes, hay que concluir que de sus complejas interacciones emerge un
único sistema cognitivo unificado que tiene como resultado un
estado valorativamente cargado (en términos de las ciencias afectivas, un appraisal),
el cual, basado en reacciones corporales (arousal), modula la manera en que interpretamos el mundo
que percibimos y en el que actuamos.
Estas aproximaciones empíricas a la afectividad parecen confirmar lo que fue
antes revelado por la evidencia fenomenológica: el aparecer del mundo, este mundo
que nos afecta, siempre está valorativamente constituido. Esta valoración, la cual es
una dimensión primordial de la afección, no puede estar separada de nuestra corporalidad.
Fenomenológicamente esto es claro por su carácter motivacional: tal o cual
valoración primordial me motiva a actuar de tal o cual manera. Las aproximaciones
empíricas revelan una característica adicional (que no es fenomenológicamente accesible): esta
valoración está fundamentalmente relacionada con nuestro estado
corporal actual11.
Conclusión
Esto no es más que un primer paso hacia una fenomenología sistemática de la afección. Pero, a pesar
de sus limitaciones, lo revelado con suficiente evidencia subjetiva (y objetiva al referir a avances
empíricos) es notable: la ambigüedad propia de la
palabra “afección” responde a una intuición fenomenológica fundamental, a saber,
ser afectado es tanto ser estimulado como valorar aquello estimulado, valoración
que está esencialmente constituida en relación con nuestra autoexperiencia como
sujetos dotados de habilidades y funciones corporales. El camino que queda abierto
es largo, pero sin duda alguna fácil de recorrer con las pistas adecuadas (algunas de
ellas dadas en este artículo). Algunas preguntas quedan abiertas: ¿Cómo se funda
la emoción sobre la afección? ¿Cómo emergen los estados de ánimo? ¿Por qué
valoramos lo afectante como lo valoramos y no con una valencia distinta? ¿Cuál es
el papel de los otros en nuestra experiencia afectiva? Estas preguntas, sin embargo,
tendrán que ser exploradas en otra ocasión.
Notas:
1 University of Exeter. Reino Unido. jb1244@exeter.ac.uk
2 Siempre que cite a Husserl, lo haré en referencia al tomo de la Husserliana en que el pasaje
figure,
usando la abreviatura “Hua” seguida del número del tomo. En el caso de Experiencia y juicio, usaré
la abreviatura “EU”. Todas las traducciones son mías.
3 La etimología de “afección” señala al verbo latino afficio, la cual significa “hacer”,
“influenciar” o
“golpear”, en el sentido en que algo se le impone a algo más (Depraz, 2012, p. 40 y Colombetti,
2014, p. 2).
4 Este conocimiento no se trata de una cuestión judicativa, sino de un mero determinar sensible de
lo afectante.
5Acá puede ser relevante la definición husserliana de interés: el modo particular en el que la
conciencia se dirige temáticamente a su objeto, lo cual prefigura el ser de lo mentado (Hua XI, p.
23). En
este sentido, si no tengo un interés sobre la constitución material del punto rojo, va a ser
suficiente
con mirarlo y ya; no tengo que investigarlo para calmar mi afán cognoscitivo hacia él.
6 Es en este sentido que Heidegger afirma que “una pura intuición, aunque penetrase en las fibras
más íntimas del ser de lo que está-ahí, jamás podría descubrir algo así como lo amenazante” (2016,
p. 157).
7 Esta terminología no nace de un capricho. Al denominar este fenómeno “valoración primordial”,
intento
señalar su carácter pasivo, pre-predicativo y fundamental. El uso del prefijo alemán Ur- es
recurrente en
las investigaciones fenomenológicas genéticas de Husserl en la medida en que estas se centran en las
dimensiones originarias de la conciencia. Allí se habla, por ejemplo, de Urimpressionen (Hua XI, p.
30),
Ursinnlichkeit (Hua IV, pp. 332-340) e incluso de una Urintentionalität (Hua XLII, p. 97).
8 Cabe decir que, a pesar de su prejuicio cognoscitivo, textos tardíos de Husserl mencionan la idea
de
cualidades sentimentales-valorativas en la dimensión de la pasividad (Ursphäre). Lamentablemente,
estas ideas no fueron desarrolladas (véase, por ejemplo, Hua XLII, pp. 318-323, 330-331). También
es cierto que ya en Ideas II figuran referencias a una Wertnehmung (valiocepción, captación del
valor, Wert-Nehmung) en analogía con la percepción (Wahrnehmung, captación de lo verdadero, de
lo real, Wahr-Nehmung) (Hua IV, p. 9). Sin embargo, esta terminología no es adecuada, ya que parte
de la distinción entre Wertnehmung y percepción como dos modos de conciencia separados. Si la
afección es esencialmente valorativa tal como estoy argumentando, la percepción también lo es.
9 Esta valoración primordialmente negativa es sobre la cual se puede constituir una eventual emoción
de miedo.
10 Es posible que el paso del “yo puedo” motivado por la valoración al “yo hago” constituya el paso
de la
pasividad a la actividad, donde el yo ya toma una decisión (moverse de tal o cual manera, dejándose
llevar por la motivación afectiva).
11 Invito al lector a la aproximación enactiva de Colombetti (2007; 2014). A partir de evidencia
tanto
fenomenológica como empírica, Colombetti revela la afectividad como una dimensión fundamental de
todo organismo que, en sus interacciones con su entorno, hace emerger sentido relacionado
íntimamente con su interés fundamental: mantener su integridad o, en términos más cercanos al
enactivismo, su autopoiesis.
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