Artículo de Investigación
Vol 2 nº 1
Reconstrucción de autoridad epistémica de las mujeres a través del autoconocimiento y la transformación de hábitos corporizados
Reconstruction of women’s epistemic authority through embodied self-knowledge and transformation of embodied habits
Flor Emilce Cely Á1
            
Cely A., F.E. (2019). Reconstrucción de la autoridad epistémica de las mujeres a través del autoconocimiento y la transformación de hábitos corporizados. Humanitas Hodie, 2(1), xx-xx. https://doi.org/ 10.28970/hh.2019.1.a 1
Resumen
En este texto se analiza la importancia de la construcción o el
                fortalecimiento de la autoridad y confianza
                epistémicas desde la perspectiva de primera persona de las mujeres y cómo estas cualidades se pueden
                explorar en su íntima conexión con la confianza corporizada. Las mujeres, a través de sus experiencias
                particulares de sí mismas, del mundo y de los otros, asimilan de manera perjudicial la desconfianza
                epistémica que su comunidad de conocimiento les transmite. Se desarrolla esta tesis con base en la
                concepción fenomenológica de cuerpo vivido, tal como fue planteada por Merleau-Ponty, pero con un
                énfasis en
                los trabajos de Simone de Beauvoir e Iris Young, pues son estos los que permiten comprender cómo las
                estructuras fundamentales de la experiencia y los modos de ser corporizados de las mujeres recorren una
                ruta experiencial diferente a la de los hombres en razón del tipo de sociedad en que se encuentran. En
                la parte final del texto se propone una manera de reconstruir o fortalecer la confianza y autoridad
                epistémicas de las mujeres a partir de una ruta de autoconocimiento corporizado y del cambio de hábitos.
                
                Palabras clave: mujeres, autoridad epistémica, cuerpo, fenomenología, autoconocimiento, hábitos.
                
                
            
Abstract
This paper analyzes the importance of building or strengthening epistemic
                authority and trust from the
                women’s first-person perspective and how this type of trust should be understood in its intimate
                connection with embodied trust. Women, through their particular experiences of themselves, of the world
                and of others, assimilate in a harmful way the epistemic distrust that their community of knowledge
                transmits to them. This thesis is developed based on the phenomenological conception of living body, as
                it was proposed by Merleau-Ponty, but with an emphasis on the works of Simone de Beauvoir and Iris
                Young because her works make it possible to understand how the fundamental structures of the women’s
                experience and the ways of being embodied of women goes through an experiential route different from
                men because of the type of society in which they find themselves. The final part of the text proposes a
                way to reconstruct or strengthen the epistemic trust and authority of women from a route of embodied
                self-knowledge and change of habits. 
                Keywords:: women, epistemic authority, body, phenomenology, self-knowledge, habits.
            
Introducción
                    En una escena de la serie Chernóbil (Mazin, Strauss y Featherstone, 2019), en la
                    que se recrean los hechos sucedidos después de la explosión del reactor atómico
                    en 1986, la física nuclear Ulana Khomyuk sostiene la siguiente conversación con el
                    subsecretario del Partido Comunista, Garánin: 
                    —Sé lo de Chernóbil… que el núcleo está parcial o totalmente expuesto —denuncia alarmada Ulana. 
                    —…sea lo que sea que eso signifique… —le responde escéptico Garánin. 
                    —Si no reparte pastillas de yodo y evacúa inmediatamente esta ciudad,
                    cientos de miles tendrán cáncer y solo Dios sabe cuántos morirán. 
                    —Sí, muy bien. Ha habido un accidente en Chernóbil y dicen que
                    no hay problema. 
                    —Le digo que sí lo hay. 
                    —Prefiero mi opinión a la suya. 
                    —Soy física nuclear. Antes de que fuera subsecretario, usted fabricaba zapatos. 
                    —Sí, fabricaba zapatos. Y ahora estoy al mando… 
                    La escena finaliza con Garánin dirigiendo un gesto despectivo a Ulana al tiempo
                    que brinda con un vaso de vodka “por los obreros del mundo”, pero claramente se
                    ve como una celebración por la imposición de su opinión sobre la de ella, basada
                    en su posición de poder que le permite despreciar el conocimiento de la científica. 
                    No tiene el conocimiento, pero tiene el poder. Mientras, Ulana, con una expresión
                    facial entre derrota y resignación —que nos habla de que probablemente esta no es
                    la primera vez que eso le sucede— calmadamente da la vuelta y se va. De hecho,
                    uno de los aspectos más graves y angustiantes revelados en los primeros capítulos
                    de la serie tiene que ver con la manera en que, en general, se percibe la falta de
                    autoridad epistémica de los científicos, quienes, durante las primeras horas después
                    de la tragedia, advertían de manera desesperada a los mandos políticos y militares
                    lo que había sucedido, lo que podía pasar y las medidas que debían tomarse, en
                    particular con el desalojo de las poblaciones aledañas, algo que solo se hizo 36 horas
                    después de la tragedia.
                    En el caso de Ulana, no es reconocida su autoridad epistémica como científica,
                    es decir, no se le da credibilidad a su testimonio basado en el conocimiento científico que ella
                    tiene y se impone más bien una posición autoritaria. La autoridad epistémica tiene así una
                    dimensión intersubjetiva, que tiene que ver con el reconocimiento que hacen los otros de una
                    persona como alguien que tiene el conocimiento
                    apropiado y es autoridad sobre un tema determinado y, por esa razón, se confía en
                    él o ella. Ahora bien, Ulana, que es un personaje ficticio, representa a muchísimas
                    mujeres que históricamente han luchado por sobresalir en los campos de ciencia,
                    tecnología, ingenierías, matemáticas (Keller y Longino, 1996) y también en filosofía
                    (Di Bella, Miles, y Saul, 2016; Hutchison y Jenkins, 2013) y que, por el hecho de
                    ser mujeres, no se les atribuye la autoridad epistémica merecida. De allí surgen las
                    enormes dificultades que deben enfrentar para hacer carreras como científicas o
                    filósofas, pues tienen que soportar toda una variedad de comportamientos y actitudes que demuestran
                    poca confianza epistémica hacia ellas, lo cual ocurre desde la
                    infancia: en contextos familiares y escolares en donde no se las motiva o no reciben
                    un trato igualitario en la educación que reciben en materias como matemáticas o
                    física; y posteriormente en contextos académicos y de investigación científica en
                    donde prejuicios negativos compartidos por su comunidad de conocimiento hacen
                    que se desconfíe de sus capacidades intelectuales para participar en condiciones
                    igualitarias en áreas tan exigentes como las ciencias o la filosofía. Una consecuencia
                    grave de todo ello es que la exposición sistemática a la falta de confianza epistémica
                    por parte de los otros termina minando su propia confianza epistémica.
                    El propósito de este texto es mostrar la importancia de la construcción o el fortalecimiento de la
                    autoridad y confianza epistémicas desde la perspectiva de primera
                    persona de las mujeres y cómo estas cualidades se pueden explorar en su íntima
                    conexión con la confianza corporizada. Las mujeres, a través de sus experiencias
                    particulares de sí mismas, del mundo y de los otros, asimilan de manera perjudicial
                    la desconfianza epistémica que su comunidad de conocimiento les transmite. Se
                    mostrará cómo los orígenes de esta falta de confianza se encuentran en las prácticas de una sociedad
                    con una estructura sexista que hace que las mujeres desarrollen
                    una desconfianza en relación con las capacidades de sus propios cuerpos, de la cual
                    muchas veces no son conscientes y que va a tener sus efectos sobre la construcción
                    de su autoconfianza epistémica. Se desarrollará esta tesis con base en la concepción
                    fenomenológica de cuerpo vivido, como fue planteada por Merleau-Ponty, pero con
                    un énfasis en los trabajos de Simone de Beauvoir e Iris Young, pues son estos los
                    que permiten comprender cómo las estructuras fundamentales de la experiencia y
                    los modos de ser corporizaos de las mujeres recorren una ruta experiencial diferente
                    a la de los hombres en razón del tipo de sociedad en que se encuentran. En la parte
                    final del texto se propondrá una manera de reconstruir o fortalecer la confianza y
                    autoridad epistémicas de las mujeres a partir de una ruta de autoconocimiento corporizado y del
                    cambio de hábitos.
                
Cuerpo vivido, confianza corporizada y confianza epistémica
                        En esta sección se presentará la noción de cuerpo vivido según la concepción fenomenológica y
                        la importancia que esta tiene para la comprensión de las vivencias de
                        las experiencias corporizadas por parte de las mujeres. El objetivo con ello es mostrar la
                        relación que existe entre las maneras en que las mujeres vivencian sus propios cuerpos y la
                        autoconfianza corporizada, y exponer una primera aproximación
                        a la idea de que, por extensión, la falta de confianza en las capacidades corporales
                        puede afectar la propia confianza epistémica.
                        Antes de abordar esta última relación, se presentará una defensa de la validez de
                        la exploración de las vivencias de las mujeres desde una concepción fenomenológica, esto en
                        respuesta a algunas críticas que cuestionan el proyecto de comprender
                        la experiencia corporizada femenina a partir de una descripción de las estructuras
                        de la experiencia realizada teniendo como referente neutro o universal las experiencias
                        corporizadas masculinas.
                        El dualismo cartesiano distinguió tajantemente las mentes de los cuerpos como
                        dos sustancias distintas. Una de las consecuencias de ello fue que se terminó asociando las
                        operaciones racionales, de pensamiento, a una mente descorporizada,
                        que funciona a través de mecanismos representacionales y que no tiene relación
                        con los afectos. Estas distinciones sirvieron de base, además, para la consideración
                        de diferencias fundamentales entre hombres y mujeres: las mujeres como seres
                        más corporizados, pasionales, sexualizados, con capacidades más de pensamiento
                        intuitivo o imaginativo, y los hombres gozando de las capacidades de razonamiento,
                        abstracción y pensamiento lógico (Keller, 1991; Tuana, 1992). Estas diferencias
                        llevaron a la aceptación —consciente o inconsciente— del prejuicio asociado a la creencia de que
                        los hombres tienen mejores capacidades y mejor desempeño en
                        tareas de conocimiento en campos como las ciencias, las ingenierías o la filosofía2
                        .
                        Ahora bien, los problemas asociados al dualismo mente/cuerpo no solo han
                        servido de base para estas distinciones prejuiciosas que afectan a las mujeres.
                        En general, hemos estado equivocados al creer que nuestras actividades de pensamiento,
                        cognición y racionalidad tienen que ver con mentes descorporizadas.
                        La fenomenología y los enfoques corporizados y enactivos (Varela, Thompson y
                        Rosch, 1991) han aportado evidencia importante que permite entender la cognición como
                        constituida por procesos corporizados, imbuidos afectivamente y situados
                        socioculturalmente3
                        . Veamos.
                        La fenomenología cuestionó de manera decisiva este dualismo mente/cuerpo.
                        En oposición, propuso entender la existencia humana como fundamentalmente
                        corporizada; resaltó el hecho de que nuestra corporeidad es la que traza una ruta
                        subjetiva, particular y única por el mundo, arrastrando con ella todo un trasfondo
                        dinámico y afectivo, lo cual se refleja en la nueva manera de entender la relación
                        mente-mundo. El mundo, además de ser representado, es aprehendido de manera
                        directa, prerreflexiva, a través de nuestra corporeidad, adquiriendo con ello un sentido
                        coloreado afectivamente (Cely y Mojica, 2019).
                        En este sentido, la propuesta desde Husserl fue destacar una noción de cuerpo
                        vivido (Leib) que se diferencia de la de mero cuerpo físico (Körper). Este último es
                        estudiado objetivamente por las ciencias, a diferencia de la dimensión de experiencia vivida
                        del primero, que se capta a través de la descripción desde una perspectiva
                        de primera persona. Husserl introduce esta distinción en el marco de la indagación
                        acerca de la constitución de la “realidad natural del hombre”, esto es, como cuerpo
                        material que constituye el cimiento sobre el cual “[…] se edifican nuevos estratos
                        de ser, los anímico-corporales” (Husserl, 2005, p. 183), con lo cual el tema de
                        la constitución termina siendo analizado desde la constitución de la corporalidad
                        (Husserl, 2005, §35 - §42).
                        Merleau-Ponty (1985 [1945]) le va a dar la mayor importancia a esta distinción,
                        insistiendo en entender la consciencia como corporizada: captamos tanto los objetos
                        y eventos como a los otros gracias a una consciencia que, al ser corporizada, le imprime su
                        sello dinámico y afectivo a la percepción, el pensamiento y las interacciones
                        con los otros. Así lo expresa la fenomenóloga contemporánea Sara Heinämaa: 
En lugar de
                        dos reinos separados o capas de realidad: la mental-cultural y la material-natural, descubrimos
                        una variedad de fenómenos con
                        determinantes tanto intencionales como sensibles: el cuerpo humano
                        no solo se capta como una cosa material o un biomecanismo, sino que
                        también se entiende como nuestra forma fundamental de relacionarnos con el mundo material y
                        todos los objetos mundanos. La mente
                        humana no es un espíritu puro y cerrado, sino que se expresa necesariamente en gestos
                        corporales y relacionados corporizadamente con
                        otras ‘mentes corporizadas’ o ‘cuerpos mentalizados’ […]. (Heinämaa,
                        2012, p. 229) [Todas las traducciones del inglés son mías]
                        Ahora bien, algunos enfoques feministas han cuestionado la pretensión y la
                        validez de llevar a cabo una comprensión de diferentes problemáticas relacionadas
                        con las mujeres desde este punto de vista fenomenológico clásico del cuerpo vivido.
                        Por ejemplo, se ha señalado que la fenomenología pretende universalizar rasgos
                        esenciales de la experiencia corporizada (en Husserl y Merleau-Ponty, por ejemplo) a partir de
                        la descripción hecha desde una perspectiva preponderantemente
                        masculina, ignorando u omitiendo los rasgos particulares de la experiencia vivida
                        de las mujeres (Grosz, 1994). Lo cierto es que esto no justifica que se niegue la
                        posibilidad de hacer descripciones de la experiencia vivida a las mujeres a partir de
                        la fenomenología:
                        Tales omisiones pasadas no significan que los análisis de género no
                        sean viables fenomenológicamente, ni excluyen los análisis fenomenológicos de género; más bien,
                        la fenomenología proporciona precisamente el marco y el modo de investigación en el que esas
                        variaciones
                        y particularidades adicionales que son relevantes podrían delinearse
                        y tematizarse, incluso si los fenomenólogos anteriores no siempre las
                        realizaron. (Fisher, 2011, p. 96)
                        Es más, según Linda Fisher, la fenomenología puede aportar a los enfoques
                        feministas “[…] la posibilidad de validar afirmaciones experienciales a través de
                        análisis de evidencia y del ‘darse de la experiencia’ para que esos enfoques sean no
                        solo aceptables, sino legítimos” (2000, p. 34, énfasis añadido). Desde la perspectiva
                        de la fenomenología feminista no se propone una nueva y radical tarea de fundamentación
                        trascendental de la experiencia desde la perspectiva de las vivencias corporizadas genéricas de
                        las mujeres, más bien se toman las descripciones fenomenológicas de las estructuras
                        fundamentales de la experiencia como “marco” y se
                        propone complementar la tarea haciendo una descripción de los modos de ser y de
                        tener experiencias específicamente femeninas (dado que no se tuvieron en cuenta
                        en el pasado).
                        En síntesis, no necesitamos renunciar a los hallazgos fenomenológicos que
                        aportan ciertas categorías de análisis y ciertos rasgos estructurales de la experiencia
                        corporizada que, como dice Fisher, aplican a la existencia humana en general (Cf.
                        también López, 2014). Lo que se propone hacer es describir esos modos de ser
                        específicos de las mujeres, eso estilos corporizados particulares de la existencia femenina.
                        Esto es lo que hace, por ejemplo, Iris Marion Young; retoma de la fenomenología de
                        Merleau-Ponty tres modalidades de ser que caracterizan a la existencia
                        humana en general: trascendencia, intencionalidad y unidad, y realiza un análisis
                        de estas para mostrar que en el caso de las mujeres adquieren unos estilos particulares.
                        Veamos.
                        El hecho de que seamos seres corporizados implica que las posibilidades de
                        relación con el mundo y con los otros dependen desde los momentos más tempranos de nuestra
                        existencia de la apertura y las capacidades del propio cuerpo.
                        Como cuerpos estamos, de un lado, determinados por sus aspectos físicos; hay una
                        dimensión del cuerpo como objeto. No obstante, como cuerpos vividos (Leib) tenemos la
                        posibilidad de trascender este nivel de mero objeto, de mera cosa. A esto es
                        a lo que se refiere la fenomenología cuando dice que la existencia corporizada tiene
                        posibilidades de trascender como sujeto más allá de la inmanencia a la que de todas
                        maneras se está atado en cuanto objeto material y natural. Pues bien, lo que plantea
                        Young es que en el caso de las mujeres se da una dramática ‘trascendencia ambigua’
                        en tanto a su existencia corporal se le superpone la inmanencia. Las mujeres tienen
                        experiencia de su cuerpo como sujetos, pero al mismo tiempo también como objetos
                        para los otros, lo cual se explica por la generalizada cosificación del cuerpo de las
                        mujeres en sociedades patriarcales y que termina haciendo que su existencia sea
                        confinada a ser el objeto de satisfacción de los deseos e intenciones de los otros,
                        negando o invisibilizando su condición de sujetos deseantes y activos (Young, 2005,
                        p. 44); además, se le niega la posibilidad de trascendencia y se confina gran parte
                        de su existencia a la inmanencia (Beauvoir, 2013 [1949]).
                        Las otras dos modalidades de la existencia corporizada femenina se desprenden
                        de la primera: a menudo su intencionalidad es inhibida: las mujeres no despliegan
                        sus proyectos de una manera segura, confiada, arrojada completamente. Y su corporeidad se
                        debate entre la realización de sus tareas y la atención que le debe prestar
                        al desempeño del cuerpo en estas, determinándose así para su propio cuerpo una
                        unidad discontinua. Piénsese, por ejemplo, en un escenario de conquista en donde el hombre
                        camina seguro, orientado hacia su objetivo, mientras que la mujer no se
                        sumerge en su tarea por dirigir su atención a las partes de su propio cuerpo, preocupándose
                        todo el tiempo además por su postura, su cabello, la horma de sus vestidos,
                        etc. Es evidente en este ejemplo lo que plantea Young respecto a la manera en que
                        para las mujeres el cuerpo tiende a ser tanto objeto como sujeto para sí mismo, al
                        mismo tiempo y con referencia al mismo acto.
                        De aquí se derivan consecuencias para la existencia corporizada de las mujeres
                        que Young describe en dos vertientes: de un lado, como privación o restricción, y, de
                        otro, como un estilo o manera de ser. La primera hace referencia a que a las niñas
                        y mujeres no se les ofrece la oportunidad de utilizar sus capacidades corporales
                        plenas en actividades libres y espontáneas con el mundo, lo cual hace que vivencien
                        sus cuerpos muchas veces con timidez, incertidumbre y dudas. Por otro lado, la
                        segunda tiene que ver con el ‘estilo’ femenino, el cual se refiere a que las mujeres
                        van adquiriendo muchos hábitos sutiles de comportamiento corporal femenino: caminar como una
                        niña, inclinar la cabeza como una niña, pararse y sentarse como
                        una niña, etc. Para apoyar estas ideas, Young cita estudios importantes de la época
                        que llevan a concluir que, en ciertas circunstancias que se pueden generalizar, las
                        niñas aprenden ideas particulares respecto a sus cuerpos y, así mismo, adquieren
                        ciertos hábitos:
                        En resumen, las modalidades de la existencia corporizada femenina
                        tienen su raíz en el hecho de que la existencia femenina experimenta
                        el cuerpo como una mera cosa, una cosa frágil, que debe ser aprehendida e impulsada para el
                        movimiento, una cosa que existe en tanto
                        se la ve y se actúa sobre ella. Con seguridad, cualquier cuerpo vivido
                        existe como una cosa material y como un sujeto trascendente. Para la
                        existencia corporizada femenina, sin embargo, el cuerpo a menudo se
                        vive como una cosa que no es más que eso, una cosa como otras cosas
                        en el mundo. En la medida en que una mujer vive su cuerpo como
                        una cosa, permanece arraigada en la inmanencia, se inhibe y mantiene una distancia de su cuerpo
                        como movimiento trascendente, y del
                        involucrarse con las posibilidades del mundo. (Young, 2005, p. 39)4
En consecuencia, el
                        cuerpo vivido de las mujeres, en los primeros momentos
                        fundacionales del desarrollo, puede formarse como un cuerpo limitado, débil o frágil, incapaz
                        de realizar ciertas tareas que requerirían fuerza, arrojo, vitalidad5
                        . Lo interesante de todo esto para nuestros propósitos es que nos podemos preguntar con
                        Young: ¿las dudas o inseguridades que tenemos las mujeres acerca de las propias
                        capacidades cognitivas o de liderazgo se pueden rastrear hasta las dudas sobre las
                        capacidades del propio cuerpo?
                        Al introducir la premisa de la cognición como corporizada y situada —apoyada
                        por evidencia fenomenológica y científica— se propone aquí responder afirmativamente a esta
                        cuestión, es decir, que las dudas e inseguridades como sujetos de conocimiento de las mujeres
                        pueden haberse anclado primigeniamente en las dudas
                        acerca del propio cuerpo.
                        Aquí es muy importante la fuerza que adquiere el ‘aspecto situado’ de nuestra
                        corporización. Recordemos que Simone de Beauvoir (2013 [1949]) retoma la idea
                        merleau-pontiana del cuerpo, no como una cosa sino como una situación, como
                        nuestro medio de aprehensión del mundo. La experiencia vivida del cuerpo está
                        pues sumergida en su ambiente histórico y social, esto es, se encuentra inmersa y
                        determinada por ideologías y otras prácticas sociales, de ahí que si, por ejemplo, la
                        ideología y las prácticas predominantes tienen que ver con un sexismo —bien sea
                        rampante o sutil— en el que se reduce a las mujeres a sus rasgos de inferioridad,
                        sumisión y pasividad, esto marcará de manera profunda la experiencia del cuerpo
                        femenino. Se tratará entonces de cuerpos de mujeres delicados en los que se van
                        inscribiendo no solamente inseguridades y flaquezas respecto a los límites y logros
                        físicos que pueden alcanzar, sino también inseguridades epistémicas.
                        Así, en sociedades en las que prevalezcan ciertas normas que influencian la
                        manera en que las mujeres desarrollan sus comportamientos y estilos corporales
                        como débiles, frágiles o inseguros, será más probable que las mujeres carezcan de
                        confianza en sí mismas como sujetos epistémicos, una falta de autoridad epistémica subjetiva de
                        la cual muchas mujeres durante mucho tiempo —quizás tristemente
                        durante todas sus vidas— no son conscientes. 
                        No se está planteando aquí una tesis acerca de que las inhibiciones corporales
                        causen en sentido estricto que todas las mujeres desarrollen unas inseguridades
                        epistémicas acerca de sí mismas. Se trata más bien de considerarlo desde el punto
                        de vista de una fuerza ‘moldeadora’6
                        que impone restricciones desde una estructura
                        social particular (como la ya mencionada dominada por el sexismo). Las creencias
                        generalizadas, actitudes, conductas y modos de relacionamiento con los otros —
                        que se dan en el marco de una sociedad así— suscitan en muchas mujeres esas inseguridades sobre
                        las capacidades de su propio cuerpo. Además, estamos hablando
                        aquí de una corporeidad vivida que es el vehículo de los afectos, pero también de
                        las capacidades cognitivas, de las posibilidades de conocimiento para todo sujeto.
                        Se trata del estilo de la existencia corporizada de una persona que determina la estructura
                        total de su comportamiento, como lo plantea Merleau-Ponty. Así, podemos
                        plantear que es probable que la falta de confianza en las capacidades del propio
                        cuerpo de las mujeres lleve a la desconfianza en las propias capacidades cognitivas,
                        lo que a su vez originará unos niveles de desconfianza epistémica insospechados y
                        no siempre presentes a la conciencia.7
                        Veamos entonces cómo estas inscripciones se van registrando en el cuerpo, manifestándose en los
                        hábitos corporizados de unas maneras muy complejas, difíciles
                        de detectar y de transformar. Esto es, las experiencias se van sedimentando en una
                        memoria corporal que se va imponiendo como una carga en el estilo de existencia
                        pero que, a pesar de esto, no limitan definitivamente las posibilidades de apertura
                        y cambio.
                    
Temporalidad, sedimentación y horizonte
                    En términos fenomenológicos, se ha descrito como sedimentación la manera como
                    las experiencias vividas se van registrando, van dejando huella, y no particularmente
                    en un almacén de memoria o en un depósito de representaciones inconscientes,
                    sino en la memoria corporizada. Veamos.
                    Según Husserl (1980, §25), las retenciones o sedimentaciones de experiencias
                    pasadas juegan un papel central para que nuestras percepciones habituales sean
                    posibles. Se trata de un proceso de sedimentaciones constante que escapa a la conciencia, pues se
                    da a un nivel prerreflexivo. Y es en la ‘memoria corporizada’ donde
                    queda este registro de las sedimentaciones que, como vamos a ver, no quedan solidificadas sin
                    posibilidad de cambio.
                    Hay que agregar además que se trata de una memoria intercorporal, de las relaciones con las
                    subjetividades corporizadas que son los otros. Así, lo que se va
                    grabando, desde los momentos más tempranos de la infancia, y de manera afectivamente distintiva,
                    son los patrones de interacción con otros. Estos se sedimentan
                    en la memoria intercorporal y determinan el estilo, las maneras particulares de ser
                    y de relacionarnos con otros:
                    Esto significa un conocimiento prerreflexivo de cómo tratar con los
                    demás: cómo compartir el placer, suscitar atención, evitar el rechazo,
                    restablecer el contacto, etc. El niño adquiere esquemas interactivos
                    específicos (“esquemas de estar juntos”, Stern 1998) y micro-prácticas
                    corporales (Downing 2004) que son necesarios para mantener la interacción respectiva. El
                    conocimiento relacional implícito es una habilidad “musical” organizada temporalmente para
                    involucrarse con el
                    ritmo, la dinámica y los afectos que están presentes en la interacción
                    con los demás. (Fuchs y De Jaegher, 2009, p. 481)
                    Estos autores exponen un ejemplo acerca de una madre con un trastorno de
                    personalidad limítrofe (borderline) que rechaza los acercamientos de su bebé, expresándole así su
                    odio en y a través de la dinámica de la interacción intercorporal.
                    Estas dinámicas son registradas en la memoria corporal implícita del bebé (no como
                    contenido, sino como proceso) y se manifiestan en él como una tensión y resistencia corporales a
                    acercarse a la madre, a pesar de sus impulsos de hacerlo. Lo central
                    de todo esto es que se va formando una ‘matriz’ de la interacción intercorporal e
                    interafectiva de esta diada cuidador(a)-hijo(a) que va quedando registrada en el
                    cuerpo como un estilo de existencia personal que modela los modos de relacionarnos con otros y que
                    se refleja en nuestras habitualidades cotidianas. Es decir,
                    siguiendo con el ejemplo, es plausible considerar que este bebé rechazado por su
                    madre tendrá en su vida de adulto unas serias limitaciones para el contacto corporal
                    con otros y, en general, unos serios problemas con sus lazos interafectivos. De esta
                    manera, podemos entender cómo se va dando un proceso de sedimentación de experiencias, de sentido,
                    que se va acumulando desde momentos muy tempranos de
                    nuestra existencia en forma de hábitos corporizados.
                    Partimos entonces del hecho de que nuestra existencia se va constituyendo sobre unas bases
                    primigenias que se sellaron en esas primeras interacciones intercorporales e interafectivas con los
                    otros. No obstante, esto no impone un decurso definitivo a nuestra existencia, pues el proceso de
                    sedimentaciones va a la par siempre
                    con uno en el que se juega la espontaneidad y será esta la que posibilite la apertura
                    para las transformaciones a nivel experiencial que se despliegan en un horizonte
                    de posibilidades (tan necesario en el caso de la ganancia de autoridad epistémica
                    de las mujeres, como vamos a ver más adelante). Según Casey, la sedimentación
                    y la espontaneidad se complementan, y conjuntamente forman las etapas de toda
                    “estructura-de-mundo”. Solo de esta manera podemos adquirir nuevos contenidos
                    de experiencia sin ser estremecidos por ellos, pero también solo así podemos desarrollar esos
                    patrones de conducta que nos identifican como personas continuas a lo
                    largo del tiempo y hacen posible el sentido en nuestras vidas. En la sedimentación,
                    el pasado está inmanente completamente en el presente, “ajustado” dentro de él,
                    pero de una manera activa:
                    […] el pasado no es inmanente allí como una masa inerte de ítems
                    acumulados. El proceso de sedimentación siempre está activo: los
                    hilos intencionales van y vienen entre el cuerpo y sus fases siempre
                    cambiantes, que continuamente son reanimadas por la experiencia
                    actual. Si la sedimentación se debe concebir como precipitación del
                    pasado en el presente, se trata de una precipitación activa mantenida
                    activamente. (Casey, 1984, p. 285)
                    La tarea básica de la fenomenología tiene que ver con describir las estructuras fundamentales de la
                    experiencia de nosotros, sujetos corporizados, estructuras
                    como la de la afectividad, la espacialidad, la temporalidad y la intersubjetividad.
                    Ahora bien, respecto al tema que nos ocupa, esto es, la adquisición o incremento de
                    la autoridad epistémica en las mujeres, es necesario entender que esas estructuras
                    se han constituido bajo la influencia de un trasfondo espacio-temporal que no es
                    neutro, pues se presenta como horizonte de posibilidades o limitaciones, como el
                    marco para esas sedimentaciones de sentido que determinan maneras específicas
                    de relacionarnos con el mundo y con los otros.
                    Uno de los aportes importantes de la fenomenología feminista es señalar el
                    hecho de que este horizonte está constituido por normas y formas de organización
                    sociales y culturales muy específicas, que imprimen formas particulares a las dimensiones de la
                    experiencia femenina: 
                    Lo que las fenomenologías feministas agregan a esta lista [de dimensiones de la experiencia tales
                    como la corporeidad, afectividad, la
                    percepción, la temporalidad, la subjetividad y la intersubjetividad] es
                    una sensibilidad a cómo la opresión, el poder y los privilegios pueden
                    formar el horizonte en el que estas dimensiones están estructuradas
                    de manera diferencial: el contexto histórico-social en el que se sitúa
                    e historiza la experiencia […]. La fenomenología feminista muestra
                    cómo lo político ya estructura la experiencia en el nivel vivido, “prerreflexivo” de corporeidad
                    sentida. Y esto no solo cuando la experiencia es auto-reflexiva o personalmente atribuida. Apunta a
                    cómo lo social media [influencia] cómo siento y percibo, así como lo que puedo
                    hacer —agencia corporizada— y quién soy —mi identidad [énfasis
                    añadido]. (Al-Saji, 2017, p. 143)
                    Ahora bien, no se trata de un exterior sociocultural que se pueda diferenciar
                    plenamente de un interior ‘psíquico’. Es el cuerpo vivido el que encarna ese mundo de limitaciones
                    o posibilidades. El horizonte no es pues solo un paisaje que se
                    despliega perceptivamente, es un horizonte temporal que impone restricciones a las
                    posibilidades de trascendencia de las mujeres y que se sedimentan en sus propios
                    cuerpos. Pero se trata de un horizonte que, en algunos casos, abre posibilidades
                    de arrancarle a esas sedimentaciones actos espontáneos. ¿Cómo? A través de los
                    hábitos corporizados, pues al mismo tiempo que representan regularidad, seguridad
                    y continuidad, brindan las oportunidades de apertura hacia nuevas posibilidades de
                    ser. Esto es lo que veremos en la siguiente sección.
                    Hasta ahora hemos propuesto la noción de cuerpo vivido desde la fenomenología con el fin de superar
                    algunos problemas de los dualismos clásicos y entender de
                    manera adecuada la existencia corporizada de las mujeres. También consideramos
                    la importancia de la dimensión de la temporalidad, en su doble aspecto de sedimentación y
                    horizonte. Ahora vamos a ver la propuesta específica de cómo, teniendo en
                    cuenta lo anterior, la mujer puede ganar autoridad epistémica subjetiva. Esto es,
                    cómo es que, a pesar de que las inseguridades que tienen las mujeres como sujetos
                    de conocimiento (como constructoras de conocimiento) se han anclado primigeniamente en las dudas
                    acerca del propio cuerpo, es posible avanzar en la ganancia
                    de autoridad epistémica subjetiva con los recursos de los que dispone desde su
                    perspectiva de primera persona. Tales recursos tienen que ver con la ganancia de
                    autoconocimiento, en sentido corporizado, y con el cambio de hábitos.
                
Ganando autoridad subjetiva: autoconocimiento y cambio de hábitos
                    Según Langton (2000), son varias las formas en que las que las mujeres han sido
                    excluidas del conocimiento, bien sea como sujetos, productoras de conocimiento u
                    objetos de conocimiento:
                    1. Como objetos de conocimiento, al dejarlas por fuera de diferentes ámbitos
                    como la investigación médica, los libros de historia y demás. 
                    2. Como sujetos de conocimiento, como conocedoras, bien porque han sido
                    privadas de recursos epistemológicos, o porque han sido excluidas encubierta o abiertamente de
                    ciertos campos como las ciencias, las ingenierías o la
                    filosofía. 
                    3. Al privárseles del conocimiento de sí mismas han sido dejadas de lado como
                    objeto y sujetos de conocimiento, lo cual incide en la falta de autoridad
                    subjetiva (incluso cuando aparentemente la mujer sabe, ella no sabe que lo
                    sabe). 
                    4. Al no ser tenidas en cuenta como conocedoras, incluso cuando ellas mismas
                    sí saben que lo son, por falta de credibilidad, esto es, falta de autoridad intersubjetiva. 
                    5. Al dejar de lado las perspectivas de las mujeres sobre el mundo. 
                    6. Dado que hay algo erróneo en las concepciones o ideales tradicionales del
                    conocimiento. 
 
                    Las formas variadas en que a las mujeres se las priva de los recursos epistemológicos necesarios
                    tienen que ver, según Langton, con el analfabetismo, la falta de
                    tiempo o de recursos económicos, y la exclusión de determinadas áreas del conocimiento, como las
                    ciencias y la filosofía. Para todos estos males, Langton propone
                    implementar ciertas medidas: trabajar a favor de la educación para las mujeres,
                    eliminar la discriminación patente o encubierta que excluye a las mujeres de ciertas
                    áreas de conocimiento, entre otras. Ahora bien, además de estas imprescindibles
                    enmiendas, considero que hay que dirigir la atención a las medidas que procuren
                    una solución a la falta de autoridad epistémica subjetiva. Langton plantea que es
                    necesario “[…] crear las condiciones que permitan a las mujeres ganar confianza,
                    alcanzar la autoridad subjetiva que el conocimiento requiere […] y que Marilyn
                    Frye la denomina ‘el primero y más fundamental acto de nuestra propia emancipación’ (Langton,
                    2000, p. 131). 
                    Pues bien, el punto que me interesa introducir aquí tiene que ver con los recursos de los que
                    disponen las mujeres desde su perspectiva de primera persona para la ganancia de esta autoridad
                    epistémica subjetiva. Ya vimos cómo las maneras
                    específicas en que se desenvuelve el estilo corporizado de existencia de las mujeres
                    nos permiten comprender el despliegue particular de la dimensión temporal de su
                    experiencia. Ahora veamos cómo un paso vital en la tarea de transformar esos hábitos sedimentados
                    —que no permiten a las mujeres avanzar en la construcción de su
                    confianza epistémica— es progresar en términos del autoconocimiento corporizado.
                    El tema de la autoridad epistémica subjetiva puede analizarse desde dos facetas.
                    Podemos preguntarnos, de un lado, qué debemos hacer como comunidad para restablecer o fortalecer la
                    autoridad epistémica de las mujeres, esto es, cómo cambiar
                    o mejorar prácticas intersubjetivas que afectan de manera negativa dicha autoridad
                    (Cf. Cely, en preparación [a]); y, de otro lado, qué pueden hacer las mujeres para
                    ganar esa autoridad perdida —o nunca poseída— desde su propia perspectiva. Interesa presentar aquí
                    la orientación de esta búsqueda de conocimiento y de afianzamiento de su autoridad, proporcionada
                    por las posibilidades que abre la conciencia
                    de la experiencia vivida desde la perspectiva de primera persona en el sentido que
                    la actitud fenomenológica plantea.
                    Recordemos nuevamente a Langton, ella plantea que privar a las mujeres del
                    conocimiento de sí mismas puede excluirlas en calidad tanto de sujetos como de
                    objetos de conocimiento, de ahí la necesidad de avanzar en procesos de autoconocimiento, pues si
                    las mujeres no tienen el conocimiento de sí mismas, ni los medios para adquirirlo, es muy difícil
                    que se logre la ganancia en autoridad subjetiva.
                    Esto va en contra de las perspectivas escépticas que consideran que las mujeres no
                    tienen nada que ganar desde su perspectiva de primera persona, puesto que todo
                    estaría filtrado e impuesto desde los determinantes externos (Oksala, 2006, p. 238).
                    Tal vez se aprecie de manera distinta el tema del autoconocimiento desde algunos
                    tipos de feminismo si se entiende que las posibilidades de apertura y cambio para
                    todo ser experiencial están constituidas por disposiciones corporizadas8
                    . Es en ellas
                    que se insistirá aquí.
                    La pretensión con esto es que se abra una nueva perspectiva para las mujeres: no
                    están definitivamente ‘moldeadas’, ‘producidas’ o ‘construidas’ ni por la mano moldeadora de la
                    naturaleza, ni por la de la cultura hegemónica. Tiene ante sí nuevas
                    posibilidades de ser, que dependen crucialmente del avance en el conocimiento de sí misma, no
                    solamente en un sentido proposicional o racional, sino en relación con
                    todas las posibilidades que le brinda su corporeidad vivida, expresiva y relacional.
                    Por ello no se propone una idea de autoconocimiento como una búsqueda hacia
                    el interior. No se trata de hacer un análisis de la “parte interna” de sus sensaciones
                    corporizadas o de conectarse por introspección consigo misma. Tampoco se trata
                    de simplemente traer a la consciencia aquello que está en la esfera del inconsciente
                    sino, sobre todo, de reconocer en las actitudes dirigidas al mundo y hacia los otros
                    esa particular intencionalidad, ese particular modo de ser, expresado de maneras
                    corporizadas y todas las posibilidades que se despliegan a partir de ahí. Así, lo que
                    se propone es un sentido del empoderamiento que tiene que ver con cambios en la
                    dimensión existencial.
                    Lo que los estudios históricos, sociológicos y políticos sobre las mujeres han
                    puesto en evidencia es que a las mujeres no se las “veía como” sujeto de derechos
                    económicos y políticos, pero tampoco como sujetos epistémicos en pleno derecho,
                    personas con capacidad de elaborar auténtico conocimiento científico o filosófico
                    (Keller, 1991). Y, como consecuencia de esto último, las mujeres mismas no se
                    veían a sí misma de esta manera. En este segundo punto se ha insistido poco, a pesar de que es de
                    vital importancia verse a una misma como sujeto con autoridad epistémica, descubrir el mundo que
                    una es, y reconocer que, en esa medida, importa su
                    contribución para el mundo del conocimiento, pero también que se es importante
                    para sí misma como un posible objeto de conocimiento.
                    De tal manera, que el tema del autoconocimiento y de la valoración de sí mismas de las mujeres no
                    debe ser una campaña vacía de “superación personal”, sino
                    una apuesta epistemológica que nos lleve a las mujeres a reconocer el mundo que
                    somos, cómo nuestras relaciones intercorporales e interafectivas nos han llevado
                    a seleccionar un tipo de juicios sobre nosotras mismas, sobre los otros y sobre el
                    mundo y, a partir del reconocimiento y valoración de lo acertado o errado en esas
                    pasadas elecciones, reconstruir de nuevas formas la autoridad epistémica perdida.
                    Con ello además conquistaremos diferentes modos de relacionarnos con los otros,
                    pues esos cambios y ganancias a nivel experiencial individual irradiarán a otros —y
                    muy importante, a otras—. Así, hay un cierto sentido en que la ganancia en autoridad intersubjetiva
                    no será posible si no hay ganancia en autoridad subjetiva.
                    Pero ¿específicamente cómo es posible dicha apertura de posibilidades que lleve
                    a esta ganancia de autoridad? Me gustaría hacer aquí una primera aproximación a la
                    idea de que esto es posible a través del cambio de hábitos, más específicamente a través de la
                    transformación de nuestras habitualidades corporizadas, pues no solamente
                    una buena manera de conocerse a sí mismo es a partir del reconocimiento de los
                    propios hábitos, sino que también ahí reside el germen de la transformación. Veamos
                    el tema a partir de la reflexión fenomenológica sobre las habitualidades corporizadas
                    Merleau-Ponty retoma la concepción husserliana de un “yo puedo” originario: originariamente la
                    conciencia no es un “yo pienso”, sino un “yo puedo” (Merleau-Ponty, 1985 [1945], p. 154). Esta es
                    una de las mejores maneras de entender
                    que la consciencia es corporizada. El mundo de los objetos y los otros se nos da
                    originariamente a través del cuerpo, la intencionalidad original es la motricidad:
                    mover el cuerpo, para Merleau-Ponty, es “apuntar” hacia las cosas, es responder a
                    sus solicitudes y esto solo es posible si las cosas existen para el cuerpo. Tenemos experiencia de
                    nuestros cuerpos como cierto poder de acción para un mundo, afirma
                    Merleau-Ponty, de ahí entonces que nuestra ruta experiencial por el mundo se vaya
                    trazando gracias a la conformación de hábitos corporizados.
                    Ahora bien, este originario “yo puedo”, que se despliega antes del lenguaje y
                    que nos permite habitar el mundo más o menos confiadamente, está imbuido de
                    manera importante por las maneras específicamente sociales y culturales que le
                    imponen un estilo que ofrece todas las posibilidades, pero también impone serias
                    limitaciones. En el caso de las mujeres, como ya vimos, frecuentemente se trata
                    de unos marcos cargados de estereotipos prejuiciosos. Por ello, en la propuesta de
                    transformación de las habitualidades que somos cobra importancia este originario/
                    primario “yo puedo”, no solo como un “puedo moverme”, sino como un empoderado
                    “¡yo puedo!”. Hay entonces que retomar este “yo puedo” originario, corporizado,
                    como el eje que abre posibilidades de cambios individuales referidos a prácticas de
                    conocimiento, asunción de autoridad epistémica y de empoderamiento.
                    Simone de Beauvoir, en el marco de su ética existencialista, insistió en que las
                    mujeres siempre están en el proceso de hacerse ellas mismas lo que son. Esto, sumado a la idea de
                    esta misma ética de que le damos sentido a nuestras vidas con
                    nuestras acciones (Beauvoir, 1972 [1944]), nos lleva a reconocer que es en esas acciones, en esos
                    movimientos habituales y no habituales, sedimentados y nuevos, que
                    el devenir de las mujeres hacia nuevas posibilidades liberadoras siempre es posible.
                    Pensemos en un ejemplo específico, el de una mujer de finales del siglo xvi que
                    no tenía una habitación propia para escribir9
                    . Esta imagen nos remite inmediatamente al espacio necesario para poder desarrollar la actividad
                    intelectual de mujeres a las que no se las apoyaba o incluso juzgaba y rechazaba por querer
                    dedicarse
                    a ello, confinándolas a espacios muy estrechos e incómodos. Este confinamiento al
                    que se veían —y aún hoy en día se ven— obligadas les imponía un cuerpo encogido,
                    con unas ciertas posturas corporales recogidas, incómodas, de sumisión, y a partir de ahí (con
                    algunas notables excepciones) se pudo derivar una suerte de inseguridad y desconfianza epistémica
                    hacia sí mismas.
                    La restricción de espacios materiales termina ejerciendo su influencia en la
                    manera en que tenemos experiencias espaciales y esta constricción de nuestra espacialidad nos
                    impone limitaciones en relación con la amplitud y despliegue de
                    nuestras capacidades corporizadas. Hay que considerar entonces cómo la organización de dichos
                    espacios por parte de cierto tipo de sociedades no es favorable para
                    las mujeres. En Colombia, por ejemplo, se observa de manera generalizada en los
                    colegios la ocupación de casi todo el espacio de los patios de recreo por una cancha
                    de fútbol, que es usada tradicionalmente por los niños, mientras que las niñas están
                    confinadas a los rincones y pasillos que rodean la gran cancha, cuidándose de no
                    invadirla. Literalmente desde la infancia y la adolescencia se limita el espacio que
                    puede ser ocupado por las niñas y con él las posibilidades de despliegue de su ser
                    corporizado y de sus potencialidades cognitivas y epistémicas pues, como señala
                    Woelert (2011), la espacialización predispone y estrecha los límites del pensamiento conceptual
                    humano.
                    Así, es una ganancia muy importante para las mujeres el hecho de que puedan
                    contar con espacios en los cuales desplegar de manera más abierta y libre su ser
                    corporizado (por ejemplo, en relación con una habitación propia para escribir, como
                    lo señala Virginia Woolf), puesto que esa expansión en espacio puede significar una
                    transformación en sus habitualidades corporizadas y con ello una ganancia muy
                    importante en términos de autonomía y confianza epistémica. En síntesis, modificar una de las
                    estructuras de la experiencia tan vital como es la de la espacialidad
                    es un primer paso importante para generar cambios importantes en la confianza
                    corporizada y epistémica.
                    Hay que tener en cuenta, no obstante, una faceta apremiante de los hábitos,
                    pues así como la definición de quiénes somos y las posibilidades de cambio están
                    enraizadas en la noción de hábitos corporizados, estos mismos son los que, de hecho, se constituyen
                    en ocasiones en el mayor obstáculo para proyectos innovadores
                    de reconstrucción personal10:
                    El hábito es un aspecto ambivalente de la corporeidad porque podemos experimentar la “fuerza del
                    hábito” como un aspecto positivo de ella (los hábitos nos ayudan a completar rutinas, realizar
                    tareas diarias, etc.) y también como un aspecto negativo (los hábitos nos mantienen estancados,
                    nos hacen repetir acciones pasadas y se resisten a
                    nuestros esfuerzos por cambiar). Mi uso del hábito para la resistencia
                    feminista es un intento de trabajar con esta ambivalencia para permitir mejor la auto
                    transformación. (Rodier, 2014, p. 15)
                    Recordemos que nos movemos para buscar todo aquello que nos da vida, y esto
                    hace que vivamos en la incertidumbre, nos sentimos así atraídos por ese polo de lo
                    novedoso e inquietante. Pero lo cierto es que somos atraídos de igual manera por
                    la búsqueda de seguridades, anhelamos la estabilidad. Nuestra tendencia es hacia
                    la quietud, lo rutinario, a quedarnos anclados en experiencias y significados sedimentados
                    sólidamente pues, entre otras cosas, nos evita enfrentar la incertidumbre.
                    “La existencia móvil es agitada y ansiosa”, nos recuerda Depraz (2005, p. 179). Así,
                    la búsqueda de una vida más estable y segura es parte de lo que explica nuestra
                    tendencia humana a quedarnos quietos o a sedimentar hábitos, desviando nuestra
                    naturaleza dinámica hacia una mecánica casi estática. Veamos.
                    La identidad se encuentra anclada al eje del cuerpo que nos atornilla al mundo
                    a veces de unas maneras fijas que no permiten sino la movilidad mínima requerida
                    para cumplir las tareas diarias que se repiten durante años y años de manera uniforme (como el ama
                    de casa tradicional que realiza las mismas actividades diarias de
                    lavar, cocinar y limpiar durante años y años —o toda su vida—). Estas repeticiones se
                    vuelven mecánicas y se parecen a los movimientos de una puerta fijada al piso por su
                    eje, que le permite cierta movilidad, pero siempre en la misma dirección de ir y venir
                    en un movimiento al que no le ponemos atención excepto en el momento en que las
                    bisagras que hacen parte del quicio se oxidan y comienzan a hacer ruido. Si consideramos con
                    Merleau-Ponty al cuerpo como eje del mundo (Cf. Cely, en preparación [b]),
                    podemos entender que algo similar sucede con nuestras habitualidades corporizadas
                    que nos atornillan a un mundo de actividades rutinarias que han perdido todo color
                    afectivo, y a las que ponemos atención cuando por alguna razón el cuerpo se oxida y
                    lo reparamos solo para poder insertarnos de nuevo y de la manera más cómoda en el
                    tren cotidiano de habitualidades. Por ello sería alentadoramente consolador que fuera
                    cierta la idea de que nuestra identidad es cambiante y se desenvuelve de diferentes
                    maneras en distintas situaciones. Nuestra identidad está más fijada por nuestras habitualidades
                    corporizadas de lo que estamos dispuestos a reconocer o a cambiar.
                    Ahora bien, a pesar de las dificultades implicadas, aún podemos insistir en que,
                    así como nos caracteriza una suerte de inercia que nos arrastra al hábito repetitivo
                    que se parece mucho a la inmovilidad, también nos caracteriza una tendencia a la
                    innovación y la creación:
                    El alcance de estas innovaciones y creaciones, especialmente a nivel
                    individual, es probable que sea muy pequeño […] los habitus tanto
                    del individuo como del grupo se encuentran en un proceso de cambio
                    constante, aunque lento y gradual. Y la fuente próxima de ese cambio
                    es la praxis innovadora del agente. (Crossley, 2001, p. 112)
                    No se trata de negar la influencia de condiciones impuestas por los entornos
                    sociales y culturales sobre las maneras de actuar y en el estilo de las mujeres pues,
                    como afirma Crossley, los agentes “Se ven obligados a responder a los eventos dentro de su campo
                    perceptivo y existe la posibilidad de que algunas de estas respuestas asuman una forma habitual”
                    (Crossley, 2001, p. 114). Ahora bien, estas mismas
                    habitualidades que nos pueden estancar, al hacernos aferrar a ciertos modos de ser
                    y a ciertos estilos, constituyen procesos que “están necesariamente mediados por la
                    praxis creativa del agente”:
                    El hábito implica una modificación y ampliación del esquema corpóreo, una incorporación de nuevos
                    “principios” de acción y conocimiento
                    que permiten nuevas formas de actuar y comprender. Es un sedimento
                    de actividad pasada que permanece vivo en el presente en la forma de
                    las estructuras del esquema corpóreo; dando forma a la percepción,
                    concepción, deliberación, emoción y acción. (Crossley, 2001, p. 104)
                    De esta manera, si bien no es cierto que tengamos tanta flexibilidad o maleabilidad para realizar
                    cambios absolutos, para desatornillarnos de nuestras cotidianas
                    habitualidades, tampoco lo es que estemos condenados para siempre a vivirlas de
                    esa manera. En el caso de la mujer escritora confinada a un rincón minúsculo, es
                    posible de todas maneras que con la adquisición de una “habitación propia”, esto
                    es, de un espacio amplio para poder desarrollar su labor intelectual, arrastre sus
                    hábitos corporizados de contracción, encogimiento y apocamiento. Por eso es vital
                    reconocer en procesos de autoconocimiento esas habitualidades corporizadas que
                    constituyen nuestro ser y moldean nuestra existencia, pues será a partir de su progresiva
                    modificación que se irá ganando la autoridad epistémica anhelada.
                    Por ejemplo, en el caso de las habitualidades corporizadas relacionadas con la
                    labores académicas, habrá que prestar atención a las maneras particulares en que
                    nuestro cuerpo se dispone. Inclusive en labores solitarias como leer y escribir es clave
                    hacerse consciente de las dimensiones de espacio, corporalidad, movilidad y atmósfera emocional, y
                    corregir lo que a partir de allí se considere perjudicial: un espacio estrecho, que imposibilite la
                    movilidad, no personal; una atmósfera emocional contaminada con sonidos, interrupciones de los
                    otros, sobrecarga de contenidos multimedia o de redes sociales; una postura corporal encogida,
                    incómoda, unas expresiones faciales
                    contraídas, dubitativas en extremo, etc. Y conscientemente iniciar un cambio de esas
                    habitualidades corporizadas, adoptando una postura corporal erguida, buscando encontrar o
                    transformar un espacio amplio que jalone la apertura de la propia corporalidad. En presentaciones
                    orales, trátese de exposiciones, de clases o de conferencias,
                    hay que ‘entrenar’ al cuerpo entero: mantener la cabeza levantada, la mirada y la voz
                    firmes, controlar la respiración, el movimiento de las manos y los brazos; registrar
                    conscientemente el espacio y la distribución en este de los objetos y las personas; asegurarse de
                    que las mujeres no estén relegadas y alentarlas a que tengan también ella
                    unas actitudes corporizadas abiertas, pues esto puede incidir en la propia seguridad y
                    confianza a través de la retroalimentación visual.
                
Conclusión
                    Los hilos distendidos desde la sociedad o la cultura son más o menos flexibles. No
                    son tan alargados y poderosos como para ejercer su influencia directamente desde
                    la filogenia. Y es en ese nudo que se encuentra enredada nuestra existencia, en
                    redes tejidas por hilos que van del cuerpo, que se tejen como habitualidades corporizadas y que nos
                    arrojan cada día y cada nuevo instante a movernos, a hacer algo,
                    a interactuar con las corporalidades y los hilos enredados de los otros. El constreñimiento, las
                    limitaciones, las imposiciones que se les han impuesto históricamente a las mujeres, desde
                    diferentes estructuras sociales, se pueden entender como
                    cuerdas tensionadas que hacen doler el cuerpo al principio, pero que se terminan
                    aceptando sumisamente con la fuerza del hábito. Por otro lado, las posibilidades de
                    agencia libre son hilos flexibles, no anudados ciegamente, que pueden desatarse y
                    permitir tejer nuevas habitualidades corporizadas a través de movimientos nuevos,
                    de nuevos hábitos que se adquieren de manera gradual, dedicada. 
                    Sin negar la importancia del cambio tanto de las regulaciones y normas sociales,
                    como de sus instituciones y de acciones colectivas, hay que orientarnos a estimular,
                    motivar e inspirar también el cambio individual de las mujeres, y un capítulo muy
                    importante de este lo constituye la asunción o fortalecimiento de la autoridad epistémica
                    subjetiva, pues es indispensable para el cambio en las estructuras sociales.
                    Sin la transformación individual de las mujeres no podrá hacerse mella en las viejas
                    y oxidadas estructuras sociales que sustentan y legitiman los tratos discriminatorios,
                    excluyentes e invisibilizadores11.
                
Notas:
                    1 Ph. D. en Filosofía. Profesora asociada de la Universidad El
                    Bosque. Correo electrónico:
                    celyflore@
                    unbosque.edu.co 
                    2 Un ejemplo clásico es la idea extendida de que las mujeres no
                    son buenas o son menos capaces para
                    las matemáticas, idea que aún hoy en día es afirmada con la justificación de una supuesta
                    “incapacidad innata”. Véase García y Pérez (2017) para una exposición de las investigaciones
                    científicas
                    contemporáneas que están desmantelando ese mito. 
                    3 Paradójicamente, desde una perspectiva de la cognición
                    corporizada e imbuida afectivamente, de
                    ser cierta esta descripción de “más corporizadas, más afectivas”, con la que aún se define a las
                    mujeres, lo que tendríamos que decir es que, al contrario, seríamos los sujetos epistémicos
                    privilegiados. 
                    4 Iris Young anota que “Las mujeres tienden a no involucrar sus
                    cuerpos en las tareas físicas con la
                    misma facilidad y naturalidad que los hombres” pero haciendo la aclaración que esto aplica o es
                    típico de las mujeres en las sociedades industriales avanzadas (2005, p. 33, nota 10) y que no sería
                    válido para mujeres en sociedades en las que las mujeres sí realizan trabajos físicos pesados. Acojo
                    esta acotación y la aprovecho para aclarar que no se trata aquí de definir características
                    esenciales
                    o universales de la experiencia corporizada femenina, sino de describir algunos estilos de esa
                    experiencia que son prototípicos de mujeres de ciertas sociedades en donde se imponen unos ideales
                    que
                    hacen que ellas tengan una experiencia de sus propios cuerpos como frágiles, pasivos,
                    cosificados.
                    5 Algo que ya había sido señalado por Beauvoir, rechazando la idea
                    de una determinación biológica
                    de rasgos atribuidos a las mujeres: “Hasta los doce años, la niña es tan robusta como sus hermanos
                    y manifiesta la misma capacidad intelectual; no existe ninguna esfera en donde le esté prohibido
                    rivalizar con ellos. Si, mucho antes de la pubertad, y a veces incluso desde su más tierna infancia,
                    se nos presenta ya como sexualmente especificada, no es porque misteriosos instintos la destinen
                    inmediatamente a la pasividad, la coquetería y la maternidad, sino porque la intervención de otro en
                    la vida del niño es casi original y porque, desde sus primeros años, su vocación le ha sido
                    imperiosamente insuflada” (2013 [1949], pp. 207-208). 
                    6 En el sentido en que Bruner plantea el papel constitutivo de la
                    cultura (como una ‘mano
                    moldeadora’) que, así como brinda las posibilidades de superar las limitaciones biológicas, puede
                    resultar —tal
                    como lo estamos examinando aquí— no muy benigna: “A pesar de toda la generación de su inventiva, la
                    cultura humana no es necesariamente benigna, ni particularmente moldeable en respuesta a
                    los problemas” (1990, p. 23).
                    7 Para las nociones de confianza y desconfianza epistémica, véase
                    el excelente libro de Miranda
                    Fricker (2007) sobre injusticia epistémica. 
                    8 En la fenomenología existencialista en la que se inscribe
                    Beauvoir es una idea central que el
                    futuro
                    siempre está abierto. Es bien conocida esta idea de respecto a la mujer, como un devenir sin fin:
                    “La
                    perspectiva que adoptamos es la de la moral existencialista. Todo sujeto se plantea concretamente a
                    través de proyectos, como una trascendencia; no alcanza su libertad sino por medio de su perpetuo
                    avance hacia otras libertades; no hay otra justificación de la existencia presente que su expansión
                    hacia un porvenir infinitamente abierto” (Beauvoir, 2013 [1949], pp. 30-31). 
                    9 Claramente me estoy refiriendo al tema desarrollado por Virginia
                    Woolf en su hermoso libro Una
                    habitación propia (2013). 
                    10 “‘Es poco probable’ que en un instante destruya el complejo de
                    inferioridad en el que me he
                    complacido durante veinte años. Esto quiere decir que me he empeñado en la inferioridad, que me he
                    domiciliado en ella, que este pasado, aun cuando no sea una fatalidad, tiene un peso específico, que
                    no es una suma de acontecimientos lejos de mí, sino la atmosfera de mi presente.” (Merleau-Ponty,
                    1985 [1945], p. 450).
                    11 *
                    Quiero agradecer los comentarios y sugerencias que personas muy apreciadas hicieron a versiones
                    previas de este texto, a mis estudiantes de dos universidades y a varios colegas, en especial
                    Santiago.
                
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