Artículo de Investigación
Vol 2 nº 1
Reconstrucción de autoridad epistémica de las mujeres a través del autoconocimiento y la transformación de hábitos corporizados
Reconstruction of women’s epistemic authority through embodied self-knowledge and transformation of embodied habits
Flor Emilce Cely Á1
Cely A., F.E. (2019). Reconstrucción de la autoridad epistémica de las mujeres a través del autoconocimiento y la transformación de hábitos corporizados. Humanitas Hodie, 2(1), xx-xx. https://doi.org/ 10.28970/hh.2019.1.a 1
Resumen
En este texto se analiza la importancia de la construcción o el
fortalecimiento de la autoridad y confianza
epistémicas desde la perspectiva de primera persona de las mujeres y cómo estas cualidades se pueden
explorar en su íntima conexión con la confianza corporizada. Las mujeres, a través de sus experiencias
particulares de sí mismas, del mundo y de los otros, asimilan de manera perjudicial la desconfianza
epistémica que su comunidad de conocimiento les transmite. Se desarrolla esta tesis con base en la
concepción fenomenológica de cuerpo vivido, tal como fue planteada por Merleau-Ponty, pero con un
énfasis en
los trabajos de Simone de Beauvoir e Iris Young, pues son estos los que permiten comprender cómo las
estructuras fundamentales de la experiencia y los modos de ser corporizados de las mujeres recorren una
ruta experiencial diferente a la de los hombres en razón del tipo de sociedad en que se encuentran. En
la parte final del texto se propone una manera de reconstruir o fortalecer la confianza y autoridad
epistémicas de las mujeres a partir de una ruta de autoconocimiento corporizado y del cambio de hábitos.
Palabras clave: mujeres, autoridad epistémica, cuerpo, fenomenología, autoconocimiento, hábitos.
Abstract
This paper analyzes the importance of building or strengthening epistemic
authority and trust from the
women’s first-person perspective and how this type of trust should be understood in its intimate
connection with embodied trust. Women, through their particular experiences of themselves, of the world
and of others, assimilate in a harmful way the epistemic distrust that their community of knowledge
transmits to them. This thesis is developed based on the phenomenological conception of living body, as
it was proposed by Merleau-Ponty, but with an emphasis on the works of Simone de Beauvoir and Iris
Young because her works make it possible to understand how the fundamental structures of the women’s
experience and the ways of being embodied of women goes through an experiential route different from
men because of the type of society in which they find themselves. The final part of the text proposes a
way to reconstruct or strengthen the epistemic trust and authority of women from a route of embodied
self-knowledge and change of habits.
Keywords:: women, epistemic authority, body, phenomenology, self-knowledge, habits.
Introducción
En una escena de la serie Chernóbil (Mazin, Strauss y Featherstone, 2019), en la
que se recrean los hechos sucedidos después de la explosión del reactor atómico
en 1986, la física nuclear Ulana Khomyuk sostiene la siguiente conversación con el
subsecretario del Partido Comunista, Garánin:
—Sé lo de Chernóbil… que el núcleo está parcial o totalmente expuesto —denuncia alarmada Ulana.
—…sea lo que sea que eso signifique… —le responde escéptico Garánin.
—Si no reparte pastillas de yodo y evacúa inmediatamente esta ciudad,
cientos de miles tendrán cáncer y solo Dios sabe cuántos morirán.
—Sí, muy bien. Ha habido un accidente en Chernóbil y dicen que
no hay problema.
—Le digo que sí lo hay.
—Prefiero mi opinión a la suya.
—Soy física nuclear. Antes de que fuera subsecretario, usted fabricaba zapatos.
—Sí, fabricaba zapatos. Y ahora estoy al mando…
La escena finaliza con Garánin dirigiendo un gesto despectivo a Ulana al tiempo
que brinda con un vaso de vodka “por los obreros del mundo”, pero claramente se
ve como una celebración por la imposición de su opinión sobre la de ella, basada
en su posición de poder que le permite despreciar el conocimiento de la científica.
No tiene el conocimiento, pero tiene el poder. Mientras, Ulana, con una expresión
facial entre derrota y resignación —que nos habla de que probablemente esta no es
la primera vez que eso le sucede— calmadamente da la vuelta y se va. De hecho,
uno de los aspectos más graves y angustiantes revelados en los primeros capítulos
de la serie tiene que ver con la manera en que, en general, se percibe la falta de
autoridad epistémica de los científicos, quienes, durante las primeras horas después
de la tragedia, advertían de manera desesperada a los mandos políticos y militares
lo que había sucedido, lo que podía pasar y las medidas que debían tomarse, en
particular con el desalojo de las poblaciones aledañas, algo que solo se hizo 36 horas
después de la tragedia.
En el caso de Ulana, no es reconocida su autoridad epistémica como científica,
es decir, no se le da credibilidad a su testimonio basado en el conocimiento científico que ella
tiene y se impone más bien una posición autoritaria. La autoridad epistémica tiene así una
dimensión intersubjetiva, que tiene que ver con el reconocimiento que hacen los otros de una
persona como alguien que tiene el conocimiento
apropiado y es autoridad sobre un tema determinado y, por esa razón, se confía en
él o ella. Ahora bien, Ulana, que es un personaje ficticio, representa a muchísimas
mujeres que históricamente han luchado por sobresalir en los campos de ciencia,
tecnología, ingenierías, matemáticas (Keller y Longino, 1996) y también en filosofía
(Di Bella, Miles, y Saul, 2016; Hutchison y Jenkins, 2013) y que, por el hecho de
ser mujeres, no se les atribuye la autoridad epistémica merecida. De allí surgen las
enormes dificultades que deben enfrentar para hacer carreras como científicas o
filósofas, pues tienen que soportar toda una variedad de comportamientos y actitudes que demuestran
poca confianza epistémica hacia ellas, lo cual ocurre desde la
infancia: en contextos familiares y escolares en donde no se las motiva o no reciben
un trato igualitario en la educación que reciben en materias como matemáticas o
física; y posteriormente en contextos académicos y de investigación científica en
donde prejuicios negativos compartidos por su comunidad de conocimiento hacen
que se desconfíe de sus capacidades intelectuales para participar en condiciones
igualitarias en áreas tan exigentes como las ciencias o la filosofía. Una consecuencia
grave de todo ello es que la exposición sistemática a la falta de confianza epistémica
por parte de los otros termina minando su propia confianza epistémica.
El propósito de este texto es mostrar la importancia de la construcción o el fortalecimiento de la
autoridad y confianza epistémicas desde la perspectiva de primera
persona de las mujeres y cómo estas cualidades se pueden explorar en su íntima
conexión con la confianza corporizada. Las mujeres, a través de sus experiencias
particulares de sí mismas, del mundo y de los otros, asimilan de manera perjudicial
la desconfianza epistémica que su comunidad de conocimiento les transmite. Se
mostrará cómo los orígenes de esta falta de confianza se encuentran en las prácticas de una sociedad
con una estructura sexista que hace que las mujeres desarrollen
una desconfianza en relación con las capacidades de sus propios cuerpos, de la cual
muchas veces no son conscientes y que va a tener sus efectos sobre la construcción
de su autoconfianza epistémica. Se desarrollará esta tesis con base en la concepción
fenomenológica de cuerpo vivido, como fue planteada por Merleau-Ponty, pero con
un énfasis en los trabajos de Simone de Beauvoir e Iris Young, pues son estos los
que permiten comprender cómo las estructuras fundamentales de la experiencia y
los modos de ser corporizaos de las mujeres recorren una ruta experiencial diferente
a la de los hombres en razón del tipo de sociedad en que se encuentran. En la parte
final del texto se propondrá una manera de reconstruir o fortalecer la confianza y
autoridad epistémicas de las mujeres a partir de una ruta de autoconocimiento corporizado y del
cambio de hábitos.
Cuerpo vivido, confianza corporizada y confianza epistémica
En esta sección se presentará la noción de cuerpo vivido según la concepción fenomenológica y
la importancia que esta tiene para la comprensión de las vivencias de
las experiencias corporizadas por parte de las mujeres. El objetivo con ello es mostrar la
relación que existe entre las maneras en que las mujeres vivencian sus propios cuerpos y la
autoconfianza corporizada, y exponer una primera aproximación
a la idea de que, por extensión, la falta de confianza en las capacidades corporales
puede afectar la propia confianza epistémica.
Antes de abordar esta última relación, se presentará una defensa de la validez de
la exploración de las vivencias de las mujeres desde una concepción fenomenológica, esto en
respuesta a algunas críticas que cuestionan el proyecto de comprender
la experiencia corporizada femenina a partir de una descripción de las estructuras
de la experiencia realizada teniendo como referente neutro o universal las experiencias
corporizadas masculinas.
El dualismo cartesiano distinguió tajantemente las mentes de los cuerpos como
dos sustancias distintas. Una de las consecuencias de ello fue que se terminó asociando las
operaciones racionales, de pensamiento, a una mente descorporizada,
que funciona a través de mecanismos representacionales y que no tiene relación
con los afectos. Estas distinciones sirvieron de base, además, para la consideración
de diferencias fundamentales entre hombres y mujeres: las mujeres como seres
más corporizados, pasionales, sexualizados, con capacidades más de pensamiento
intuitivo o imaginativo, y los hombres gozando de las capacidades de razonamiento,
abstracción y pensamiento lógico (Keller, 1991; Tuana, 1992). Estas diferencias
llevaron a la aceptación —consciente o inconsciente— del prejuicio asociado a la creencia de que
los hombres tienen mejores capacidades y mejor desempeño en
tareas de conocimiento en campos como las ciencias, las ingenierías o la filosofía2
.
Ahora bien, los problemas asociados al dualismo mente/cuerpo no solo han
servido de base para estas distinciones prejuiciosas que afectan a las mujeres.
En general, hemos estado equivocados al creer que nuestras actividades de pensamiento,
cognición y racionalidad tienen que ver con mentes descorporizadas.
La fenomenología y los enfoques corporizados y enactivos (Varela, Thompson y
Rosch, 1991) han aportado evidencia importante que permite entender la cognición como
constituida por procesos corporizados, imbuidos afectivamente y situados
socioculturalmente3
. Veamos.
La fenomenología cuestionó de manera decisiva este dualismo mente/cuerpo.
En oposición, propuso entender la existencia humana como fundamentalmente
corporizada; resaltó el hecho de que nuestra corporeidad es la que traza una ruta
subjetiva, particular y única por el mundo, arrastrando con ella todo un trasfondo
dinámico y afectivo, lo cual se refleja en la nueva manera de entender la relación
mente-mundo. El mundo, además de ser representado, es aprehendido de manera
directa, prerreflexiva, a través de nuestra corporeidad, adquiriendo con ello un sentido
coloreado afectivamente (Cely y Mojica, 2019).
En este sentido, la propuesta desde Husserl fue destacar una noción de cuerpo
vivido (Leib) que se diferencia de la de mero cuerpo físico (Körper). Este último es
estudiado objetivamente por las ciencias, a diferencia de la dimensión de experiencia vivida
del primero, que se capta a través de la descripción desde una perspectiva
de primera persona. Husserl introduce esta distinción en el marco de la indagación
acerca de la constitución de la “realidad natural del hombre”, esto es, como cuerpo
material que constituye el cimiento sobre el cual “[…] se edifican nuevos estratos
de ser, los anímico-corporales” (Husserl, 2005, p. 183), con lo cual el tema de
la constitución termina siendo analizado desde la constitución de la corporalidad
(Husserl, 2005, §35 - §42).
Merleau-Ponty (1985 [1945]) le va a dar la mayor importancia a esta distinción,
insistiendo en entender la consciencia como corporizada: captamos tanto los objetos
y eventos como a los otros gracias a una consciencia que, al ser corporizada, le imprime su
sello dinámico y afectivo a la percepción, el pensamiento y las interacciones
con los otros. Así lo expresa la fenomenóloga contemporánea Sara Heinämaa:
En lugar de
dos reinos separados o capas de realidad: la mental-cultural y la material-natural, descubrimos
una variedad de fenómenos con
determinantes tanto intencionales como sensibles: el cuerpo humano
no solo se capta como una cosa material o un biomecanismo, sino que
también se entiende como nuestra forma fundamental de relacionarnos con el mundo material y
todos los objetos mundanos. La mente
humana no es un espíritu puro y cerrado, sino que se expresa necesariamente en gestos
corporales y relacionados corporizadamente con
otras ‘mentes corporizadas’ o ‘cuerpos mentalizados’ […]. (Heinämaa,
2012, p. 229) [Todas las traducciones del inglés son mías]
Ahora bien, algunos enfoques feministas han cuestionado la pretensión y la
validez de llevar a cabo una comprensión de diferentes problemáticas relacionadas
con las mujeres desde este punto de vista fenomenológico clásico del cuerpo vivido.
Por ejemplo, se ha señalado que la fenomenología pretende universalizar rasgos
esenciales de la experiencia corporizada (en Husserl y Merleau-Ponty, por ejemplo) a partir de
la descripción hecha desde una perspectiva preponderantemente
masculina, ignorando u omitiendo los rasgos particulares de la experiencia vivida
de las mujeres (Grosz, 1994). Lo cierto es que esto no justifica que se niegue la
posibilidad de hacer descripciones de la experiencia vivida a las mujeres a partir de
la fenomenología:
Tales omisiones pasadas no significan que los análisis de género no
sean viables fenomenológicamente, ni excluyen los análisis fenomenológicos de género; más bien,
la fenomenología proporciona precisamente el marco y el modo de investigación en el que esas
variaciones
y particularidades adicionales que son relevantes podrían delinearse
y tematizarse, incluso si los fenomenólogos anteriores no siempre las
realizaron. (Fisher, 2011, p. 96)
Es más, según Linda Fisher, la fenomenología puede aportar a los enfoques
feministas “[…] la posibilidad de validar afirmaciones experienciales a través de
análisis de evidencia y del ‘darse de la experiencia’ para que esos enfoques sean no
solo aceptables, sino legítimos” (2000, p. 34, énfasis añadido). Desde la perspectiva
de la fenomenología feminista no se propone una nueva y radical tarea de fundamentación
trascendental de la experiencia desde la perspectiva de las vivencias corporizadas genéricas de
las mujeres, más bien se toman las descripciones fenomenológicas de las estructuras
fundamentales de la experiencia como “marco” y se
propone complementar la tarea haciendo una descripción de los modos de ser y de
tener experiencias específicamente femeninas (dado que no se tuvieron en cuenta
en el pasado).
En síntesis, no necesitamos renunciar a los hallazgos fenomenológicos que
aportan ciertas categorías de análisis y ciertos rasgos estructurales de la experiencia
corporizada que, como dice Fisher, aplican a la existencia humana en general (Cf.
también López, 2014). Lo que se propone hacer es describir esos modos de ser
específicos de las mujeres, eso estilos corporizados particulares de la existencia femenina.
Esto es lo que hace, por ejemplo, Iris Marion Young; retoma de la fenomenología de
Merleau-Ponty tres modalidades de ser que caracterizan a la existencia
humana en general: trascendencia, intencionalidad y unidad, y realiza un análisis
de estas para mostrar que en el caso de las mujeres adquieren unos estilos particulares.
Veamos.
El hecho de que seamos seres corporizados implica que las posibilidades de
relación con el mundo y con los otros dependen desde los momentos más tempranos de nuestra
existencia de la apertura y las capacidades del propio cuerpo.
Como cuerpos estamos, de un lado, determinados por sus aspectos físicos; hay una
dimensión del cuerpo como objeto. No obstante, como cuerpos vividos (Leib) tenemos la
posibilidad de trascender este nivel de mero objeto, de mera cosa. A esto es
a lo que se refiere la fenomenología cuando dice que la existencia corporizada tiene
posibilidades de trascender como sujeto más allá de la inmanencia a la que de todas
maneras se está atado en cuanto objeto material y natural. Pues bien, lo que plantea
Young es que en el caso de las mujeres se da una dramática ‘trascendencia ambigua’
en tanto a su existencia corporal se le superpone la inmanencia. Las mujeres tienen
experiencia de su cuerpo como sujetos, pero al mismo tiempo también como objetos
para los otros, lo cual se explica por la generalizada cosificación del cuerpo de las
mujeres en sociedades patriarcales y que termina haciendo que su existencia sea
confinada a ser el objeto de satisfacción de los deseos e intenciones de los otros,
negando o invisibilizando su condición de sujetos deseantes y activos (Young, 2005,
p. 44); además, se le niega la posibilidad de trascendencia y se confina gran parte
de su existencia a la inmanencia (Beauvoir, 2013 [1949]).
Las otras dos modalidades de la existencia corporizada femenina se desprenden
de la primera: a menudo su intencionalidad es inhibida: las mujeres no despliegan
sus proyectos de una manera segura, confiada, arrojada completamente. Y su corporeidad se
debate entre la realización de sus tareas y la atención que le debe prestar
al desempeño del cuerpo en estas, determinándose así para su propio cuerpo una
unidad discontinua. Piénsese, por ejemplo, en un escenario de conquista en donde el hombre
camina seguro, orientado hacia su objetivo, mientras que la mujer no se
sumerge en su tarea por dirigir su atención a las partes de su propio cuerpo, preocupándose
todo el tiempo además por su postura, su cabello, la horma de sus vestidos,
etc. Es evidente en este ejemplo lo que plantea Young respecto a la manera en que
para las mujeres el cuerpo tiende a ser tanto objeto como sujeto para sí mismo, al
mismo tiempo y con referencia al mismo acto.
De aquí se derivan consecuencias para la existencia corporizada de las mujeres
que Young describe en dos vertientes: de un lado, como privación o restricción, y, de
otro, como un estilo o manera de ser. La primera hace referencia a que a las niñas
y mujeres no se les ofrece la oportunidad de utilizar sus capacidades corporales
plenas en actividades libres y espontáneas con el mundo, lo cual hace que vivencien
sus cuerpos muchas veces con timidez, incertidumbre y dudas. Por otro lado, la
segunda tiene que ver con el ‘estilo’ femenino, el cual se refiere a que las mujeres
van adquiriendo muchos hábitos sutiles de comportamiento corporal femenino: caminar como una
niña, inclinar la cabeza como una niña, pararse y sentarse como
una niña, etc. Para apoyar estas ideas, Young cita estudios importantes de la época
que llevan a concluir que, en ciertas circunstancias que se pueden generalizar, las
niñas aprenden ideas particulares respecto a sus cuerpos y, así mismo, adquieren
ciertos hábitos:
En resumen, las modalidades de la existencia corporizada femenina
tienen su raíz en el hecho de que la existencia femenina experimenta
el cuerpo como una mera cosa, una cosa frágil, que debe ser aprehendida e impulsada para el
movimiento, una cosa que existe en tanto
se la ve y se actúa sobre ella. Con seguridad, cualquier cuerpo vivido
existe como una cosa material y como un sujeto trascendente. Para la
existencia corporizada femenina, sin embargo, el cuerpo a menudo se
vive como una cosa que no es más que eso, una cosa como otras cosas
en el mundo. En la medida en que una mujer vive su cuerpo como
una cosa, permanece arraigada en la inmanencia, se inhibe y mantiene una distancia de su cuerpo
como movimiento trascendente, y del
involucrarse con las posibilidades del mundo. (Young, 2005, p. 39)4
En consecuencia, el
cuerpo vivido de las mujeres, en los primeros momentos
fundacionales del desarrollo, puede formarse como un cuerpo limitado, débil o frágil, incapaz
de realizar ciertas tareas que requerirían fuerza, arrojo, vitalidad5
. Lo interesante de todo esto para nuestros propósitos es que nos podemos preguntar con
Young: ¿las dudas o inseguridades que tenemos las mujeres acerca de las propias
capacidades cognitivas o de liderazgo se pueden rastrear hasta las dudas sobre las
capacidades del propio cuerpo?
Al introducir la premisa de la cognición como corporizada y situada —apoyada
por evidencia fenomenológica y científica— se propone aquí responder afirmativamente a esta
cuestión, es decir, que las dudas e inseguridades como sujetos de conocimiento de las mujeres
pueden haberse anclado primigeniamente en las dudas
acerca del propio cuerpo.
Aquí es muy importante la fuerza que adquiere el ‘aspecto situado’ de nuestra
corporización. Recordemos que Simone de Beauvoir (2013 [1949]) retoma la idea
merleau-pontiana del cuerpo, no como una cosa sino como una situación, como
nuestro medio de aprehensión del mundo. La experiencia vivida del cuerpo está
pues sumergida en su ambiente histórico y social, esto es, se encuentra inmersa y
determinada por ideologías y otras prácticas sociales, de ahí que si, por ejemplo, la
ideología y las prácticas predominantes tienen que ver con un sexismo —bien sea
rampante o sutil— en el que se reduce a las mujeres a sus rasgos de inferioridad,
sumisión y pasividad, esto marcará de manera profunda la experiencia del cuerpo
femenino. Se tratará entonces de cuerpos de mujeres delicados en los que se van
inscribiendo no solamente inseguridades y flaquezas respecto a los límites y logros
físicos que pueden alcanzar, sino también inseguridades epistémicas.
Así, en sociedades en las que prevalezcan ciertas normas que influencian la
manera en que las mujeres desarrollan sus comportamientos y estilos corporales
como débiles, frágiles o inseguros, será más probable que las mujeres carezcan de
confianza en sí mismas como sujetos epistémicos, una falta de autoridad epistémica subjetiva de
la cual muchas mujeres durante mucho tiempo —quizás tristemente
durante todas sus vidas— no son conscientes.
No se está planteando aquí una tesis acerca de que las inhibiciones corporales
causen en sentido estricto que todas las mujeres desarrollen unas inseguridades
epistémicas acerca de sí mismas. Se trata más bien de considerarlo desde el punto
de vista de una fuerza ‘moldeadora’6
que impone restricciones desde una estructura
social particular (como la ya mencionada dominada por el sexismo). Las creencias
generalizadas, actitudes, conductas y modos de relacionamiento con los otros —
que se dan en el marco de una sociedad así— suscitan en muchas mujeres esas inseguridades sobre
las capacidades de su propio cuerpo. Además, estamos hablando
aquí de una corporeidad vivida que es el vehículo de los afectos, pero también de
las capacidades cognitivas, de las posibilidades de conocimiento para todo sujeto.
Se trata del estilo de la existencia corporizada de una persona que determina la estructura
total de su comportamiento, como lo plantea Merleau-Ponty. Así, podemos
plantear que es probable que la falta de confianza en las capacidades del propio
cuerpo de las mujeres lleve a la desconfianza en las propias capacidades cognitivas,
lo que a su vez originará unos niveles de desconfianza epistémica insospechados y
no siempre presentes a la conciencia.7
Veamos entonces cómo estas inscripciones se van registrando en el cuerpo, manifestándose en los
hábitos corporizados de unas maneras muy complejas, difíciles
de detectar y de transformar. Esto es, las experiencias se van sedimentando en una
memoria corporal que se va imponiendo como una carga en el estilo de existencia
pero que, a pesar de esto, no limitan definitivamente las posibilidades de apertura
y cambio.
Temporalidad, sedimentación y horizonte
En términos fenomenológicos, se ha descrito como sedimentación la manera como
las experiencias vividas se van registrando, van dejando huella, y no particularmente
en un almacén de memoria o en un depósito de representaciones inconscientes,
sino en la memoria corporizada. Veamos.
Según Husserl (1980, §25), las retenciones o sedimentaciones de experiencias
pasadas juegan un papel central para que nuestras percepciones habituales sean
posibles. Se trata de un proceso de sedimentaciones constante que escapa a la conciencia, pues se
da a un nivel prerreflexivo. Y es en la ‘memoria corporizada’ donde
queda este registro de las sedimentaciones que, como vamos a ver, no quedan solidificadas sin
posibilidad de cambio.
Hay que agregar además que se trata de una memoria intercorporal, de las relaciones con las
subjetividades corporizadas que son los otros. Así, lo que se va
grabando, desde los momentos más tempranos de la infancia, y de manera afectivamente distintiva,
son los patrones de interacción con otros. Estos se sedimentan
en la memoria intercorporal y determinan el estilo, las maneras particulares de ser
y de relacionarnos con otros:
Esto significa un conocimiento prerreflexivo de cómo tratar con los
demás: cómo compartir el placer, suscitar atención, evitar el rechazo,
restablecer el contacto, etc. El niño adquiere esquemas interactivos
específicos (“esquemas de estar juntos”, Stern 1998) y micro-prácticas
corporales (Downing 2004) que son necesarios para mantener la interacción respectiva. El
conocimiento relacional implícito es una habilidad “musical” organizada temporalmente para
involucrarse con el
ritmo, la dinámica y los afectos que están presentes en la interacción
con los demás. (Fuchs y De Jaegher, 2009, p. 481)
Estos autores exponen un ejemplo acerca de una madre con un trastorno de
personalidad limítrofe (borderline) que rechaza los acercamientos de su bebé, expresándole así su
odio en y a través de la dinámica de la interacción intercorporal.
Estas dinámicas son registradas en la memoria corporal implícita del bebé (no como
contenido, sino como proceso) y se manifiestan en él como una tensión y resistencia corporales a
acercarse a la madre, a pesar de sus impulsos de hacerlo. Lo central
de todo esto es que se va formando una ‘matriz’ de la interacción intercorporal e
interafectiva de esta diada cuidador(a)-hijo(a) que va quedando registrada en el
cuerpo como un estilo de existencia personal que modela los modos de relacionarnos con otros y que
se refleja en nuestras habitualidades cotidianas. Es decir,
siguiendo con el ejemplo, es plausible considerar que este bebé rechazado por su
madre tendrá en su vida de adulto unas serias limitaciones para el contacto corporal
con otros y, en general, unos serios problemas con sus lazos interafectivos. De esta
manera, podemos entender cómo se va dando un proceso de sedimentación de experiencias, de sentido,
que se va acumulando desde momentos muy tempranos de
nuestra existencia en forma de hábitos corporizados.
Partimos entonces del hecho de que nuestra existencia se va constituyendo sobre unas bases
primigenias que se sellaron en esas primeras interacciones intercorporales e interafectivas con los
otros. No obstante, esto no impone un decurso definitivo a nuestra existencia, pues el proceso de
sedimentaciones va a la par siempre
con uno en el que se juega la espontaneidad y será esta la que posibilite la apertura
para las transformaciones a nivel experiencial que se despliegan en un horizonte
de posibilidades (tan necesario en el caso de la ganancia de autoridad epistémica
de las mujeres, como vamos a ver más adelante). Según Casey, la sedimentación
y la espontaneidad se complementan, y conjuntamente forman las etapas de toda
“estructura-de-mundo”. Solo de esta manera podemos adquirir nuevos contenidos
de experiencia sin ser estremecidos por ellos, pero también solo así podemos desarrollar esos
patrones de conducta que nos identifican como personas continuas a lo
largo del tiempo y hacen posible el sentido en nuestras vidas. En la sedimentación,
el pasado está inmanente completamente en el presente, “ajustado” dentro de él,
pero de una manera activa:
[…] el pasado no es inmanente allí como una masa inerte de ítems
acumulados. El proceso de sedimentación siempre está activo: los
hilos intencionales van y vienen entre el cuerpo y sus fases siempre
cambiantes, que continuamente son reanimadas por la experiencia
actual. Si la sedimentación se debe concebir como precipitación del
pasado en el presente, se trata de una precipitación activa mantenida
activamente. (Casey, 1984, p. 285)
La tarea básica de la fenomenología tiene que ver con describir las estructuras fundamentales de la
experiencia de nosotros, sujetos corporizados, estructuras
como la de la afectividad, la espacialidad, la temporalidad y la intersubjetividad.
Ahora bien, respecto al tema que nos ocupa, esto es, la adquisición o incremento de
la autoridad epistémica en las mujeres, es necesario entender que esas estructuras
se han constituido bajo la influencia de un trasfondo espacio-temporal que no es
neutro, pues se presenta como horizonte de posibilidades o limitaciones, como el
marco para esas sedimentaciones de sentido que determinan maneras específicas
de relacionarnos con el mundo y con los otros.
Uno de los aportes importantes de la fenomenología feminista es señalar el
hecho de que este horizonte está constituido por normas y formas de organización
sociales y culturales muy específicas, que imprimen formas particulares a las dimensiones de la
experiencia femenina:
Lo que las fenomenologías feministas agregan a esta lista [de dimensiones de la experiencia tales
como la corporeidad, afectividad, la
percepción, la temporalidad, la subjetividad y la intersubjetividad] es
una sensibilidad a cómo la opresión, el poder y los privilegios pueden
formar el horizonte en el que estas dimensiones están estructuradas
de manera diferencial: el contexto histórico-social en el que se sitúa
e historiza la experiencia […]. La fenomenología feminista muestra
cómo lo político ya estructura la experiencia en el nivel vivido, “prerreflexivo” de corporeidad
sentida. Y esto no solo cuando la experiencia es auto-reflexiva o personalmente atribuida. Apunta a
cómo lo social media [influencia] cómo siento y percibo, así como lo que puedo
hacer —agencia corporizada— y quién soy —mi identidad [énfasis
añadido]. (Al-Saji, 2017, p. 143)
Ahora bien, no se trata de un exterior sociocultural que se pueda diferenciar
plenamente de un interior ‘psíquico’. Es el cuerpo vivido el que encarna ese mundo de limitaciones
o posibilidades. El horizonte no es pues solo un paisaje que se
despliega perceptivamente, es un horizonte temporal que impone restricciones a las
posibilidades de trascendencia de las mujeres y que se sedimentan en sus propios
cuerpos. Pero se trata de un horizonte que, en algunos casos, abre posibilidades
de arrancarle a esas sedimentaciones actos espontáneos. ¿Cómo? A través de los
hábitos corporizados, pues al mismo tiempo que representan regularidad, seguridad
y continuidad, brindan las oportunidades de apertura hacia nuevas posibilidades de
ser. Esto es lo que veremos en la siguiente sección.
Hasta ahora hemos propuesto la noción de cuerpo vivido desde la fenomenología con el fin de superar
algunos problemas de los dualismos clásicos y entender de
manera adecuada la existencia corporizada de las mujeres. También consideramos
la importancia de la dimensión de la temporalidad, en su doble aspecto de sedimentación y
horizonte. Ahora vamos a ver la propuesta específica de cómo, teniendo en
cuenta lo anterior, la mujer puede ganar autoridad epistémica subjetiva. Esto es,
cómo es que, a pesar de que las inseguridades que tienen las mujeres como sujetos
de conocimiento (como constructoras de conocimiento) se han anclado primigeniamente en las dudas
acerca del propio cuerpo, es posible avanzar en la ganancia
de autoridad epistémica subjetiva con los recursos de los que dispone desde su
perspectiva de primera persona. Tales recursos tienen que ver con la ganancia de
autoconocimiento, en sentido corporizado, y con el cambio de hábitos.
Ganando autoridad subjetiva: autoconocimiento y cambio de hábitos
Según Langton (2000), son varias las formas en que las que las mujeres han sido
excluidas del conocimiento, bien sea como sujetos, productoras de conocimiento u
objetos de conocimiento:
1. Como objetos de conocimiento, al dejarlas por fuera de diferentes ámbitos
como la investigación médica, los libros de historia y demás.
2. Como sujetos de conocimiento, como conocedoras, bien porque han sido
privadas de recursos epistemológicos, o porque han sido excluidas encubierta o abiertamente de
ciertos campos como las ciencias, las ingenierías o la
filosofía.
3. Al privárseles del conocimiento de sí mismas han sido dejadas de lado como
objeto y sujetos de conocimiento, lo cual incide en la falta de autoridad
subjetiva (incluso cuando aparentemente la mujer sabe, ella no sabe que lo
sabe).
4. Al no ser tenidas en cuenta como conocedoras, incluso cuando ellas mismas
sí saben que lo son, por falta de credibilidad, esto es, falta de autoridad intersubjetiva.
5. Al dejar de lado las perspectivas de las mujeres sobre el mundo.
6. Dado que hay algo erróneo en las concepciones o ideales tradicionales del
conocimiento.
Las formas variadas en que a las mujeres se las priva de los recursos epistemológicos necesarios
tienen que ver, según Langton, con el analfabetismo, la falta de
tiempo o de recursos económicos, y la exclusión de determinadas áreas del conocimiento, como las
ciencias y la filosofía. Para todos estos males, Langton propone
implementar ciertas medidas: trabajar a favor de la educación para las mujeres,
eliminar la discriminación patente o encubierta que excluye a las mujeres de ciertas
áreas de conocimiento, entre otras. Ahora bien, además de estas imprescindibles
enmiendas, considero que hay que dirigir la atención a las medidas que procuren
una solución a la falta de autoridad epistémica subjetiva. Langton plantea que es
necesario “[…] crear las condiciones que permitan a las mujeres ganar confianza,
alcanzar la autoridad subjetiva que el conocimiento requiere […] y que Marilyn
Frye la denomina ‘el primero y más fundamental acto de nuestra propia emancipación’ (Langton,
2000, p. 131).
Pues bien, el punto que me interesa introducir aquí tiene que ver con los recursos de los que
disponen las mujeres desde su perspectiva de primera persona para la ganancia de esta autoridad
epistémica subjetiva. Ya vimos cómo las maneras
específicas en que se desenvuelve el estilo corporizado de existencia de las mujeres
nos permiten comprender el despliegue particular de la dimensión temporal de su
experiencia. Ahora veamos cómo un paso vital en la tarea de transformar esos hábitos sedimentados
—que no permiten a las mujeres avanzar en la construcción de su
confianza epistémica— es progresar en términos del autoconocimiento corporizado.
El tema de la autoridad epistémica subjetiva puede analizarse desde dos facetas.
Podemos preguntarnos, de un lado, qué debemos hacer como comunidad para restablecer o fortalecer la
autoridad epistémica de las mujeres, esto es, cómo cambiar
o mejorar prácticas intersubjetivas que afectan de manera negativa dicha autoridad
(Cf. Cely, en preparación [a]); y, de otro lado, qué pueden hacer las mujeres para
ganar esa autoridad perdida —o nunca poseída— desde su propia perspectiva. Interesa presentar aquí
la orientación de esta búsqueda de conocimiento y de afianzamiento de su autoridad, proporcionada
por las posibilidades que abre la conciencia
de la experiencia vivida desde la perspectiva de primera persona en el sentido que
la actitud fenomenológica plantea.
Recordemos nuevamente a Langton, ella plantea que privar a las mujeres del
conocimiento de sí mismas puede excluirlas en calidad tanto de sujetos como de
objetos de conocimiento, de ahí la necesidad de avanzar en procesos de autoconocimiento, pues si
las mujeres no tienen el conocimiento de sí mismas, ni los medios para adquirirlo, es muy difícil
que se logre la ganancia en autoridad subjetiva.
Esto va en contra de las perspectivas escépticas que consideran que las mujeres no
tienen nada que ganar desde su perspectiva de primera persona, puesto que todo
estaría filtrado e impuesto desde los determinantes externos (Oksala, 2006, p. 238).
Tal vez se aprecie de manera distinta el tema del autoconocimiento desde algunos
tipos de feminismo si se entiende que las posibilidades de apertura y cambio para
todo ser experiencial están constituidas por disposiciones corporizadas8
. Es en ellas
que se insistirá aquí.
La pretensión con esto es que se abra una nueva perspectiva para las mujeres: no
están definitivamente ‘moldeadas’, ‘producidas’ o ‘construidas’ ni por la mano moldeadora de la
naturaleza, ni por la de la cultura hegemónica. Tiene ante sí nuevas
posibilidades de ser, que dependen crucialmente del avance en el conocimiento de sí misma, no
solamente en un sentido proposicional o racional, sino en relación con
todas las posibilidades que le brinda su corporeidad vivida, expresiva y relacional.
Por ello no se propone una idea de autoconocimiento como una búsqueda hacia
el interior. No se trata de hacer un análisis de la “parte interna” de sus sensaciones
corporizadas o de conectarse por introspección consigo misma. Tampoco se trata
de simplemente traer a la consciencia aquello que está en la esfera del inconsciente
sino, sobre todo, de reconocer en las actitudes dirigidas al mundo y hacia los otros
esa particular intencionalidad, ese particular modo de ser, expresado de maneras
corporizadas y todas las posibilidades que se despliegan a partir de ahí. Así, lo que
se propone es un sentido del empoderamiento que tiene que ver con cambios en la
dimensión existencial.
Lo que los estudios históricos, sociológicos y políticos sobre las mujeres han
puesto en evidencia es que a las mujeres no se las “veía como” sujeto de derechos
económicos y políticos, pero tampoco como sujetos epistémicos en pleno derecho,
personas con capacidad de elaborar auténtico conocimiento científico o filosófico
(Keller, 1991). Y, como consecuencia de esto último, las mujeres mismas no se
veían a sí misma de esta manera. En este segundo punto se ha insistido poco, a pesar de que es de
vital importancia verse a una misma como sujeto con autoridad epistémica, descubrir el mundo que
una es, y reconocer que, en esa medida, importa su
contribución para el mundo del conocimiento, pero también que se es importante
para sí misma como un posible objeto de conocimiento.
De tal manera, que el tema del autoconocimiento y de la valoración de sí mismas de las mujeres no
debe ser una campaña vacía de “superación personal”, sino
una apuesta epistemológica que nos lleve a las mujeres a reconocer el mundo que
somos, cómo nuestras relaciones intercorporales e interafectivas nos han llevado
a seleccionar un tipo de juicios sobre nosotras mismas, sobre los otros y sobre el
mundo y, a partir del reconocimiento y valoración de lo acertado o errado en esas
pasadas elecciones, reconstruir de nuevas formas la autoridad epistémica perdida.
Con ello además conquistaremos diferentes modos de relacionarnos con los otros,
pues esos cambios y ganancias a nivel experiencial individual irradiarán a otros —y
muy importante, a otras—. Así, hay un cierto sentido en que la ganancia en autoridad intersubjetiva
no será posible si no hay ganancia en autoridad subjetiva.
Pero ¿específicamente cómo es posible dicha apertura de posibilidades que lleve
a esta ganancia de autoridad? Me gustaría hacer aquí una primera aproximación a la
idea de que esto es posible a través del cambio de hábitos, más específicamente a través de la
transformación de nuestras habitualidades corporizadas, pues no solamente
una buena manera de conocerse a sí mismo es a partir del reconocimiento de los
propios hábitos, sino que también ahí reside el germen de la transformación. Veamos
el tema a partir de la reflexión fenomenológica sobre las habitualidades corporizadas
Merleau-Ponty retoma la concepción husserliana de un “yo puedo” originario: originariamente la
conciencia no es un “yo pienso”, sino un “yo puedo” (Merleau-Ponty, 1985 [1945], p. 154). Esta es
una de las mejores maneras de entender
que la consciencia es corporizada. El mundo de los objetos y los otros se nos da
originariamente a través del cuerpo, la intencionalidad original es la motricidad:
mover el cuerpo, para Merleau-Ponty, es “apuntar” hacia las cosas, es responder a
sus solicitudes y esto solo es posible si las cosas existen para el cuerpo. Tenemos experiencia de
nuestros cuerpos como cierto poder de acción para un mundo, afirma
Merleau-Ponty, de ahí entonces que nuestra ruta experiencial por el mundo se vaya
trazando gracias a la conformación de hábitos corporizados.
Ahora bien, este originario “yo puedo”, que se despliega antes del lenguaje y
que nos permite habitar el mundo más o menos confiadamente, está imbuido de
manera importante por las maneras específicamente sociales y culturales que le
imponen un estilo que ofrece todas las posibilidades, pero también impone serias
limitaciones. En el caso de las mujeres, como ya vimos, frecuentemente se trata
de unos marcos cargados de estereotipos prejuiciosos. Por ello, en la propuesta de
transformación de las habitualidades que somos cobra importancia este originario/
primario “yo puedo”, no solo como un “puedo moverme”, sino como un empoderado
“¡yo puedo!”. Hay entonces que retomar este “yo puedo” originario, corporizado,
como el eje que abre posibilidades de cambios individuales referidos a prácticas de
conocimiento, asunción de autoridad epistémica y de empoderamiento.
Simone de Beauvoir, en el marco de su ética existencialista, insistió en que las
mujeres siempre están en el proceso de hacerse ellas mismas lo que son. Esto, sumado a la idea de
esta misma ética de que le damos sentido a nuestras vidas con
nuestras acciones (Beauvoir, 1972 [1944]), nos lleva a reconocer que es en esas acciones, en esos
movimientos habituales y no habituales, sedimentados y nuevos, que
el devenir de las mujeres hacia nuevas posibilidades liberadoras siempre es posible.
Pensemos en un ejemplo específico, el de una mujer de finales del siglo xvi que
no tenía una habitación propia para escribir9
. Esta imagen nos remite inmediatamente al espacio necesario para poder desarrollar la actividad
intelectual de mujeres a las que no se las apoyaba o incluso juzgaba y rechazaba por querer
dedicarse
a ello, confinándolas a espacios muy estrechos e incómodos. Este confinamiento al
que se veían —y aún hoy en día se ven— obligadas les imponía un cuerpo encogido,
con unas ciertas posturas corporales recogidas, incómodas, de sumisión, y a partir de ahí (con
algunas notables excepciones) se pudo derivar una suerte de inseguridad y desconfianza epistémica
hacia sí mismas.
La restricción de espacios materiales termina ejerciendo su influencia en la
manera en que tenemos experiencias espaciales y esta constricción de nuestra espacialidad nos
impone limitaciones en relación con la amplitud y despliegue de
nuestras capacidades corporizadas. Hay que considerar entonces cómo la organización de dichos
espacios por parte de cierto tipo de sociedades no es favorable para
las mujeres. En Colombia, por ejemplo, se observa de manera generalizada en los
colegios la ocupación de casi todo el espacio de los patios de recreo por una cancha
de fútbol, que es usada tradicionalmente por los niños, mientras que las niñas están
confinadas a los rincones y pasillos que rodean la gran cancha, cuidándose de no
invadirla. Literalmente desde la infancia y la adolescencia se limita el espacio que
puede ser ocupado por las niñas y con él las posibilidades de despliegue de su ser
corporizado y de sus potencialidades cognitivas y epistémicas pues, como señala
Woelert (2011), la espacialización predispone y estrecha los límites del pensamiento conceptual
humano.
Así, es una ganancia muy importante para las mujeres el hecho de que puedan
contar con espacios en los cuales desplegar de manera más abierta y libre su ser
corporizado (por ejemplo, en relación con una habitación propia para escribir, como
lo señala Virginia Woolf), puesto que esa expansión en espacio puede significar una
transformación en sus habitualidades corporizadas y con ello una ganancia muy
importante en términos de autonomía y confianza epistémica. En síntesis, modificar una de las
estructuras de la experiencia tan vital como es la de la espacialidad
es un primer paso importante para generar cambios importantes en la confianza
corporizada y epistémica.
Hay que tener en cuenta, no obstante, una faceta apremiante de los hábitos,
pues así como la definición de quiénes somos y las posibilidades de cambio están
enraizadas en la noción de hábitos corporizados, estos mismos son los que, de hecho, se constituyen
en ocasiones en el mayor obstáculo para proyectos innovadores
de reconstrucción personal10:
El hábito es un aspecto ambivalente de la corporeidad porque podemos experimentar la “fuerza del
hábito” como un aspecto positivo de ella (los hábitos nos ayudan a completar rutinas, realizar
tareas diarias, etc.) y también como un aspecto negativo (los hábitos nos mantienen estancados,
nos hacen repetir acciones pasadas y se resisten a
nuestros esfuerzos por cambiar). Mi uso del hábito para la resistencia
feminista es un intento de trabajar con esta ambivalencia para permitir mejor la auto
transformación. (Rodier, 2014, p. 15)
Recordemos que nos movemos para buscar todo aquello que nos da vida, y esto
hace que vivamos en la incertidumbre, nos sentimos así atraídos por ese polo de lo
novedoso e inquietante. Pero lo cierto es que somos atraídos de igual manera por
la búsqueda de seguridades, anhelamos la estabilidad. Nuestra tendencia es hacia
la quietud, lo rutinario, a quedarnos anclados en experiencias y significados sedimentados
sólidamente pues, entre otras cosas, nos evita enfrentar la incertidumbre.
“La existencia móvil es agitada y ansiosa”, nos recuerda Depraz (2005, p. 179). Así,
la búsqueda de una vida más estable y segura es parte de lo que explica nuestra
tendencia humana a quedarnos quietos o a sedimentar hábitos, desviando nuestra
naturaleza dinámica hacia una mecánica casi estática. Veamos.
La identidad se encuentra anclada al eje del cuerpo que nos atornilla al mundo
a veces de unas maneras fijas que no permiten sino la movilidad mínima requerida
para cumplir las tareas diarias que se repiten durante años y años de manera uniforme (como el ama
de casa tradicional que realiza las mismas actividades diarias de
lavar, cocinar y limpiar durante años y años —o toda su vida—). Estas repeticiones se
vuelven mecánicas y se parecen a los movimientos de una puerta fijada al piso por su
eje, que le permite cierta movilidad, pero siempre en la misma dirección de ir y venir
en un movimiento al que no le ponemos atención excepto en el momento en que las
bisagras que hacen parte del quicio se oxidan y comienzan a hacer ruido. Si consideramos con
Merleau-Ponty al cuerpo como eje del mundo (Cf. Cely, en preparación [b]),
podemos entender que algo similar sucede con nuestras habitualidades corporizadas
que nos atornillan a un mundo de actividades rutinarias que han perdido todo color
afectivo, y a las que ponemos atención cuando por alguna razón el cuerpo se oxida y
lo reparamos solo para poder insertarnos de nuevo y de la manera más cómoda en el
tren cotidiano de habitualidades. Por ello sería alentadoramente consolador que fuera
cierta la idea de que nuestra identidad es cambiante y se desenvuelve de diferentes
maneras en distintas situaciones. Nuestra identidad está más fijada por nuestras habitualidades
corporizadas de lo que estamos dispuestos a reconocer o a cambiar.
Ahora bien, a pesar de las dificultades implicadas, aún podemos insistir en que,
así como nos caracteriza una suerte de inercia que nos arrastra al hábito repetitivo
que se parece mucho a la inmovilidad, también nos caracteriza una tendencia a la
innovación y la creación:
El alcance de estas innovaciones y creaciones, especialmente a nivel
individual, es probable que sea muy pequeño […] los habitus tanto
del individuo como del grupo se encuentran en un proceso de cambio
constante, aunque lento y gradual. Y la fuente próxima de ese cambio
es la praxis innovadora del agente. (Crossley, 2001, p. 112)
No se trata de negar la influencia de condiciones impuestas por los entornos
sociales y culturales sobre las maneras de actuar y en el estilo de las mujeres pues,
como afirma Crossley, los agentes “Se ven obligados a responder a los eventos dentro de su campo
perceptivo y existe la posibilidad de que algunas de estas respuestas asuman una forma habitual”
(Crossley, 2001, p. 114). Ahora bien, estas mismas
habitualidades que nos pueden estancar, al hacernos aferrar a ciertos modos de ser
y a ciertos estilos, constituyen procesos que “están necesariamente mediados por la
praxis creativa del agente”:
El hábito implica una modificación y ampliación del esquema corpóreo, una incorporación de nuevos
“principios” de acción y conocimiento
que permiten nuevas formas de actuar y comprender. Es un sedimento
de actividad pasada que permanece vivo en el presente en la forma de
las estructuras del esquema corpóreo; dando forma a la percepción,
concepción, deliberación, emoción y acción. (Crossley, 2001, p. 104)
De esta manera, si bien no es cierto que tengamos tanta flexibilidad o maleabilidad para realizar
cambios absolutos, para desatornillarnos de nuestras cotidianas
habitualidades, tampoco lo es que estemos condenados para siempre a vivirlas de
esa manera. En el caso de la mujer escritora confinada a un rincón minúsculo, es
posible de todas maneras que con la adquisición de una “habitación propia”, esto
es, de un espacio amplio para poder desarrollar su labor intelectual, arrastre sus
hábitos corporizados de contracción, encogimiento y apocamiento. Por eso es vital
reconocer en procesos de autoconocimiento esas habitualidades corporizadas que
constituyen nuestro ser y moldean nuestra existencia, pues será a partir de su progresiva
modificación que se irá ganando la autoridad epistémica anhelada.
Por ejemplo, en el caso de las habitualidades corporizadas relacionadas con la
labores académicas, habrá que prestar atención a las maneras particulares en que
nuestro cuerpo se dispone. Inclusive en labores solitarias como leer y escribir es clave
hacerse consciente de las dimensiones de espacio, corporalidad, movilidad y atmósfera emocional, y
corregir lo que a partir de allí se considere perjudicial: un espacio estrecho, que imposibilite la
movilidad, no personal; una atmósfera emocional contaminada con sonidos, interrupciones de los
otros, sobrecarga de contenidos multimedia o de redes sociales; una postura corporal encogida,
incómoda, unas expresiones faciales
contraídas, dubitativas en extremo, etc. Y conscientemente iniciar un cambio de esas
habitualidades corporizadas, adoptando una postura corporal erguida, buscando encontrar o
transformar un espacio amplio que jalone la apertura de la propia corporalidad. En presentaciones
orales, trátese de exposiciones, de clases o de conferencias,
hay que ‘entrenar’ al cuerpo entero: mantener la cabeza levantada, la mirada y la voz
firmes, controlar la respiración, el movimiento de las manos y los brazos; registrar
conscientemente el espacio y la distribución en este de los objetos y las personas; asegurarse de
que las mujeres no estén relegadas y alentarlas a que tengan también ella
unas actitudes corporizadas abiertas, pues esto puede incidir en la propia seguridad y
confianza a través de la retroalimentación visual.
Conclusión
Los hilos distendidos desde la sociedad o la cultura son más o menos flexibles. No
son tan alargados y poderosos como para ejercer su influencia directamente desde
la filogenia. Y es en ese nudo que se encuentra enredada nuestra existencia, en
redes tejidas por hilos que van del cuerpo, que se tejen como habitualidades corporizadas y que nos
arrojan cada día y cada nuevo instante a movernos, a hacer algo,
a interactuar con las corporalidades y los hilos enredados de los otros. El constreñimiento, las
limitaciones, las imposiciones que se les han impuesto históricamente a las mujeres, desde
diferentes estructuras sociales, se pueden entender como
cuerdas tensionadas que hacen doler el cuerpo al principio, pero que se terminan
aceptando sumisamente con la fuerza del hábito. Por otro lado, las posibilidades de
agencia libre son hilos flexibles, no anudados ciegamente, que pueden desatarse y
permitir tejer nuevas habitualidades corporizadas a través de movimientos nuevos,
de nuevos hábitos que se adquieren de manera gradual, dedicada.
Sin negar la importancia del cambio tanto de las regulaciones y normas sociales,
como de sus instituciones y de acciones colectivas, hay que orientarnos a estimular,
motivar e inspirar también el cambio individual de las mujeres, y un capítulo muy
importante de este lo constituye la asunción o fortalecimiento de la autoridad epistémica
subjetiva, pues es indispensable para el cambio en las estructuras sociales.
Sin la transformación individual de las mujeres no podrá hacerse mella en las viejas
y oxidadas estructuras sociales que sustentan y legitiman los tratos discriminatorios,
excluyentes e invisibilizadores11.
Notas:
1 Ph. D. en Filosofía. Profesora asociada de la Universidad El
Bosque. Correo electrónico:
celyflore@
unbosque.edu.co
2 Un ejemplo clásico es la idea extendida de que las mujeres no
son buenas o son menos capaces para
las matemáticas, idea que aún hoy en día es afirmada con la justificación de una supuesta
“incapacidad innata”. Véase García y Pérez (2017) para una exposición de las investigaciones
científicas
contemporáneas que están desmantelando ese mito.
3 Paradójicamente, desde una perspectiva de la cognición
corporizada e imbuida afectivamente, de
ser cierta esta descripción de “más corporizadas, más afectivas”, con la que aún se define a las
mujeres, lo que tendríamos que decir es que, al contrario, seríamos los sujetos epistémicos
privilegiados.
4 Iris Young anota que “Las mujeres tienden a no involucrar sus
cuerpos en las tareas físicas con la
misma facilidad y naturalidad que los hombres” pero haciendo la aclaración que esto aplica o es
típico de las mujeres en las sociedades industriales avanzadas (2005, p. 33, nota 10) y que no sería
válido para mujeres en sociedades en las que las mujeres sí realizan trabajos físicos pesados. Acojo
esta acotación y la aprovecho para aclarar que no se trata aquí de definir características
esenciales
o universales de la experiencia corporizada femenina, sino de describir algunos estilos de esa
experiencia que son prototípicos de mujeres de ciertas sociedades en donde se imponen unos ideales
que
hacen que ellas tengan una experiencia de sus propios cuerpos como frágiles, pasivos,
cosificados.
5 Algo que ya había sido señalado por Beauvoir, rechazando la idea
de una determinación biológica
de rasgos atribuidos a las mujeres: “Hasta los doce años, la niña es tan robusta como sus hermanos
y manifiesta la misma capacidad intelectual; no existe ninguna esfera en donde le esté prohibido
rivalizar con ellos. Si, mucho antes de la pubertad, y a veces incluso desde su más tierna infancia,
se nos presenta ya como sexualmente especificada, no es porque misteriosos instintos la destinen
inmediatamente a la pasividad, la coquetería y la maternidad, sino porque la intervención de otro en
la vida del niño es casi original y porque, desde sus primeros años, su vocación le ha sido
imperiosamente insuflada” (2013 [1949], pp. 207-208).
6 En el sentido en que Bruner plantea el papel constitutivo de la
cultura (como una ‘mano
moldeadora’) que, así como brinda las posibilidades de superar las limitaciones biológicas, puede
resultar —tal
como lo estamos examinando aquí— no muy benigna: “A pesar de toda la generación de su inventiva, la
cultura humana no es necesariamente benigna, ni particularmente moldeable en respuesta a
los problemas” (1990, p. 23).
7 Para las nociones de confianza y desconfianza epistémica, véase
el excelente libro de Miranda
Fricker (2007) sobre injusticia epistémica.
8 En la fenomenología existencialista en la que se inscribe
Beauvoir es una idea central que el
futuro
siempre está abierto. Es bien conocida esta idea de respecto a la mujer, como un devenir sin fin:
“La
perspectiva que adoptamos es la de la moral existencialista. Todo sujeto se plantea concretamente a
través de proyectos, como una trascendencia; no alcanza su libertad sino por medio de su perpetuo
avance hacia otras libertades; no hay otra justificación de la existencia presente que su expansión
hacia un porvenir infinitamente abierto” (Beauvoir, 2013 [1949], pp. 30-31).
9 Claramente me estoy refiriendo al tema desarrollado por Virginia
Woolf en su hermoso libro Una
habitación propia (2013).
10 “‘Es poco probable’ que en un instante destruya el complejo de
inferioridad en el que me he
complacido durante veinte años. Esto quiere decir que me he empeñado en la inferioridad, que me he
domiciliado en ella, que este pasado, aun cuando no sea una fatalidad, tiene un peso específico, que
no es una suma de acontecimientos lejos de mí, sino la atmosfera de mi presente.” (Merleau-Ponty,
1985 [1945], p. 450).
11 *
Quiero agradecer los comentarios y sugerencias que personas muy apreciadas hicieron a versiones
previas de este texto, a mis estudiantes de dos universidades y a varios colegas, en especial
Santiago.
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