Artículo de Investigación
Vol 2 nº 2
San Agustín y la ecología. Diversas perspectivas y lineamientos
uide pulchritudinem mundi,
et lauda consilium Creatoris:
uide quod fecit, ama qui fecit. (s. 68, 5)
Saint Augustine and Ecology. Various perspectives and guidelines.
Enrique A. Eguiarte B.1
Eguiarte B., E. A. (2019). San Agustín y la ecología. Diversas perspectivas y lineamientos. Humanitas Hodie, 2(2), xx-xx.
https://doi.org/ 10.28970/hh.2019.2.a
Resumen
El artículo pone de manifiesto, en primer lugar, la escasa bibliografía que
existe en español sobre el tema
de la ecología en las obras y el pensamiento de san Agustín. Posteriormente, señala los tres peligros
que
existen al abordar este tema, a saber, el del anacronismo, el de la tergiversación de los textos
agustinianos
y el de la excesiva espiritualización del tema. Después hace una breve reseña de los aciertos de la obra
de Scott Dunham The Trinity and the Creation in Augustine. An ecological analysis, destacando que el
Dios creador es el mismo que el Dios trino, y que en el pensamiento agustiniano sobre la creación no
está
ausente la cristología y la pneumatología. Se presentan a continuación las líneas ecológicas
agustinianas,
destacando, en primer lugar, la importancia de la Sagrada Escritura en el pensamiento del doctor de
Hipona. Luego se pone de manifiesto cómo la creación es comparable a un libro, en el que es preciso
leer
la presencia y la obra redentora de Dios. Se destaca que la naturaleza tiene un valor sacramental en un
sentido lato y por ello su cuidado es necesario. Por otro lado, se muestra la figura del ser humano como
un “villicus”, es decir, como el administrador o el guardián de la creación, prolongando en los escritos
de
san Agustín el mandato bíblico del libro del Génesis. Se señala asimismo la interrelacionalidad de todos
los seres en el cosmos, la idea de una creación continuada y la importancia de la conversión ecológica.
Palabras clave: San Agustín y ecología, Scott Dunham, interrelacionalidad, conversión ecológica.
Abstract
The article has as a point of departure the fact of the scarce bibliography
that exists in Spanish on the
subject of ecology in the works and thought of Saint Augustine. Afterwards, it points out the three
dangers that could exist when addressing this issue, namely the danger of anachronism, the danger of
misunderstanding the texts of St. Augustine, and the risk of excessive spiritualization of the subject.
It
then briefly reviews the book of Scott Dunham, The Trinity and the Creation in Augustine. An ecological
analysis, highlighting that the God that has created all is the Triune God, and that in the Augustinian
idea about creation, Christology and Pneumatology are not absent. The Augustinian ecological lines
are presented afterwards, highlighting firstly, the importance of the Holy Scripture in the thought of
St.
Augustine. Later it presents how creation is comparable to a book, in which it is necessary to read the
presence and redemptive work of God. It is emphasized that nature has a sacramental value in a broad
sense, and therefore its care is necessary. On the other hand, the figure of the human being is present
as a “villicus”, that is to say, as an administrator or guardian of creation, making a relationship with
the
biblical mandate given by God in the book of Genesis. It deals also with the interrelation of all beings
in
the universe, the idea of continued creation, as well as the importance of ecological conversion.
Keywords: Saint Augustine and Ecology, Scott Dunham, Interrelatedness, Ecological Conversion.
Introducción
Parece ser que a san Agustín no le gustaban las moscas. En sus Tractatus sobre el
evangelio de san Juan nos cuenta la anécdota de un hombre que se encontraba ya
cansado de las molestias que le daban las moscas y cómo Manes le había preguntado si esas criaturas
habían sido hechas por Dios. Aquel hombre, ante el fastidio
que sentía por la importunidad de las moscas, llegó a afirmar que estas no habían
sido creadas por Dios, sino por el diablo, por el “Señor de las moscas”, es decir por
Belcebú. De este modo, según cuenta san Agustín de las moscas y de las criaturas
más pequeñas, Manes fue llevando a aquel hombre por toda la escala ascendente
de las criaturas del reino animal hasta llegar al hombre, y finalmente pudo hacerle
negar que este hubiera sido creado por Dios. El relato agustiniano tiene una gran
riqueza y merece la pena referirlo:
En cierta ocasión, alguien estaba molesto por las moscas y Manes lo
vio con ese fastidio; él le dijo que no podía aguantar las moscas, que las
aborrecía profundamente. Inmediatamente le dice Manes: “¿Quién
las ha creado?”. El otro, que estaba asqueado y lleno de odio hacia
ellas, no tuvo valor para decir: “Dios las ha creado”. Y eso que era
católico. Enseguida Manes añadió: “Si Dios no las ha hecho, ¿quién
las hizo?”. “Sin duda, dijo él, supongo que el diablo hizo las moscas”.
Continúa Manes: “Si el diablo es el autor de la mosca, como veo que confiesas porque discurres con
acierto, ¿quién es el autor de la abeja,
que es un poco mayor que la mosca?”. Y no se atrevió a decir que Dios
hizo la abeja y no la mosca, puesto que son tan parecidas. Y de la abeja
pasó a la langosta, y de ésta al lagarto, y del lagarto al pájaro, y del
pájaro a la oveja, y de la oveja al buey, y del buey al elefante, y por fin
llegó hasta el hombre. Y lo convenció de que el hombre no fue creado
por Dios. Y así fue cómo este pobre hombre, asqueado de las moscas,
acabó siendo una mosca atrapada por el diablo. Belcebú, en efecto,
significa, según parece, “príncipe de las moscas”. (Io. eu. tr. 1, 14)
Y san Agustín
concluye diciendo que estas criaturas hechas por Dios, a pesar de
las incomodidades que pueden causar al ser humano, tienen una razón de ser, han
sido creadas por Dios para un fin. Así mismo, afirma en este texto que las moscas
han sido creadas, como sucedió con las plagas de Egipto, para domeñar la soberbia
del hombre e invitarle a ser humilde, para recordarle que es solo un ser humano,
para que no se endiose a sí mismo por el orgullo:
[…] reconoce quién eres. Ya sabéis, hermanos: Dios ha creado estos
seres molestos para rendir nuestra soberbia. A aquel pueblo del Faraón, Dios pudo haberlo rendido
con osos, leones o serpientes; les
mandó moscas y ranas (Ex 6, 24), para que las cosas más viles domasen la soberbia. (Io. eu. tr. 1,
15)
En el presente artículo quisiera constatar, en primer lugar, la escasa bibliografía
que existe en español sobre el tema de la ecología en las obras y el pensamiento
de san Agustín. Posteriormente, quisiera señalar brevemente los tres peligros que
existen al abordar este tema, a saber, el del anacronismo, el de la tergiversación de
los textos agustinianos y el de la excesiva espiritualización del tema. Después se
hace una breve reseña de los aciertos de la obra de Scott Dunham The Trinity and
the Creation in Augustine. Ecological analysis, destacando ante todo que el Dios
creador es el mismo que el Dios trino, y que en el pensamiento agustiniano sobre la
creación no está ausente la cristología y la pneumatología. A continuación hago la
presentación sintética de las líneas ecológicas agustinianas, destacando, en primer
lugar, la importancia de la Sagrada Escritura en el pensamiento del doctor de Hipona. Seguidamente
pongo manifiesto cómo la creación es comparable a un libro,
en el que es preciso leer la presencia y la obra redentora de Dios. Para demostrar
lo afirmado, se muestra que la naturaleza tiene un valor sacramental en un sentido
lato y por ello su cuidado es necesario. Por otro lado, se destaca la figura del ser
humano como un “villicus” es decir como el administrador o el guardián de la creación, con lo que
san Agustín en sus escritos prolonga el mandato bíblico del libro
del Génesis. Señalaré al final la interrelacionalidad de todos los seres en el cosmos,
la idea de una creación continuada y la importancia de la conversión ecológica.
Bibliografía en español
El tema de la ecología ha cobrado una gran importancia en los últimos cincuenta
años y particularmente a partir del 2015 con la encíclica del papa Francisco, Laudato Si’, sobre el
cuidado de la casa común. Este tema se ha convertido en motivo de
reflexión por parte de diversos especialistas y estudiosos, proporcionando interesantes reflexiones
desde el punto de vista bíblico, teológico y patrístico.
En el caso de san Agustín y su relación con la ecología y el medioambiente, la
bibliografía en el mundo anglosajón, sin ser excesiva, es abundante2
. Sin embargo,
en el ámbito hispano tenemos que decir que prácticamente no existe bibliografía
y algún estudio esporádico sobre el tema de la patrística en relación con la ecología hace solo una
mención secundaria de la obra agustiniana (Cf. Sacchi, 1998)3
.
En este sentido, son enriquecedores los artículos que publiqué sobre el tema en
el 2018 tanto en la revista AVGVSTINVS (Eguiarte, 2018a; Saavedra y Eguiarte,
2018; Saeteros y Eguiarte, 2018), como en la revista Mayéutica (Eguiarte y Saavedra, 2018; Eguiarte,
2018b).
Tres peligros al momento de abordar el tema
Primer peligro: el anacronismo
Por otro lado, cabe señalar que en este tema de la relación de san
Agustín con la
ecología es preciso salvar tres escollos.
El primero de ellos es del anacronismo, es decir, abordar la figura de san Agustín
aplicándole las categorías del mundo moderno y creyendo que es un contemporáneo nuestro. Si
bien es cierto que el pensamiento agustiniano es siempre actual, el
mundo en el que vivió san Agustín, sus circunstancias y su cultura son muy diversas a las del
actual. Basta recordar que el mundo en tiempo de san Agustín tenía
unos doscientos millones de habitantes (es decir cuatro veces la población actual
de Colombia). Para el 2020 se calcula una población mundial de 7,6 billones de
habitantes (Cf. Kelley, 2016, p. 53).
En lo que respecta a la ecología y al medio ambiente, no podemos comparar las
preocupaciones de una sociedad preindustrial como era la de san Agustín, con las
condiciones y circunstancias de un mundo posmoderno, posindustrial y contaminado como es el
nuestro.
Es verdad que san Agustín nos narra en sus obras algunos detalles cotidianos
que nos hacen ver que no existía en su tiempo una preocupación por el medio ambiente, y lo hace
no porque tuviera una consciencia ecológica, sino particularmente
para sacar de ellos alguna enseñanza espiritual o apologética para sus fieles o, en
general, para la vida cristiana.
De este modo, san Agustín nos relata cómo era la producción del aceite de oliva
en su tiempo. Nos dice que después de haber estrujado las olivas en la almazara, el
aceite se recogía en grandes tinajas de barro en las bodegas del trujal, mientras que
el alpechín, o sea, los desperdicios de la producción del aceite, que no era otra cosa
que un agua sucia, maloliente y espesa, llamada en latín “amurca”, era tirado por las
calles, con todo lo que esto implica de falta de limpieza y de contaminación4
. Pero
como hemos dicho, san Agustín no comenta este hecho para denunciar la polución
o la falta de higiene que había en Hipona y en otras ciudades del norte de África,
sino para sacar una consecuencia espiritual. Las olivas representan a los creyentes;
el trujal o almazara es figura del mundo, donde los buenos y malos cristianos son
estrujados por las tribulaciones y dificultades que existen sobre la tierra. El resultado es que
mientras los buenos cristianos, como las olivas, producen un buen fruto
para Dios, es decir un aceite brillante y sabroso, los malos cristianos al renegar de
Dios y no aceptar las tribulaciones son echados fuera de la bodega de Dios, como el
desperdicio de la producción del aceite, como la amurca, que se tiraba por las calles
y que no servía ya para nada, sino solo para ensuciar la vía pública.
Tenemos otro interesante ejemplo en el que san Agustín hace referencia a la
contaminación del aire. Ciertamente san Agustín no nos narra este caso para denunciar la
contaminación, sino más bien las creencias paganas. De este modo, en el
sermón Frangipane 8, 5 (= s. 293B, 5) san Agustín se queja de la gran humareda que
se había cernido sobre la ciudad a causa de las múltiples hogueras encendidas en la
noche del 23 de junio, la noche del solsticio de verano, para los cristianos, víspera
de la fiesta de la natividad de san Juan Bautista. La contaminación ambiental fue
tan grande ese año, posiblemente el 4015
, que san Agustín pidió a sus fieles que no
volvieran a hacer dichas hogueras, no solo por razones religiosas, es decir dejando
de lado los motivos paganos que existían en la costumbre de hacer hogueras esa
noche, sino particularmente para evitar las molestias del humo y la contaminación:
Desaparezcan las reliquias de sacrilegios, desaparezcan los deseos y
juegos vanos; no se haga lo que suele hacerse; no ya, por supuesto,
en honor de los demonios, pero ni siquiera según la costumbre de los
demonios. Ayer tarde, toda la ciudad ardía en llamas pestilentes; el
humo se había adueñado de toda la atmósfera. Si os preocupa poco la
religión, pensad, al menos, en la molestia causada a todos. (s. 293B,
5 [= s. Frangipane 8, 5])6
Segundo peligro: tergiversar el pensamiento agustiniano
Un segundo peligro al abordar el tema de san Agustín y la ecología es el de las tergiversaciones del
pensamiento agustiniano, al aplicar a los textos del obispo de Hipona
paradigmas o categorías filosóficas predeterminadas, en las que no se busca un acercamiento
objetivo a su obra, sino que se trata más bien de hacerle decir al texto lo que
el mismo esquema de pensamiento o filosofía presuponía. Se trata de lecturas manipuladoras que, en
lugar de buscar encontrar y descubrir la riqueza deslumbrante de
los textos de san Agustín y de dialogar con ella —como era el deseo de san Agustín7
—,
quieren confirmar ideas preconcebidas que surgen de una lectura equivocada del texto, debido a una
mala traducción, o bien a diversos lugares comunes y “sambenitos”
que la misma tradición ha ido colocando al pensamiento agustiniano. En este sentido
y en relación con la ecología, podemos hablar de las obras ecofeministas o bien de las
obras con un sesgo econecolonialista, como la del conocido teólogo Jürgen Moltmann
(1987), quien en su obra Dios en la creación: doctrina ecológica de la Creación, acusa a
san Agustín de haber entendido el dominio sobre la tierra como un poder dominante
derivado de una perspectiva trinitaria patriarcal y machista8
. En este sentido cabe
señalar que para san Agustín el cumplimiento del mandato divino de someter a la
creación y de dominarla no se hace desde las categorías del poder, la violencia y el
sometimiento despótico, sino desde la sabiduría (sapientiae uirtute) (Gn. litt. 9, 17,
32), que es la que debe gobernar con suavidad9
y orientar toda la creación hacia el fin
para el que fue hecha por Dios, es decir hacia su plena realización10.
Sobre esta tergiversación se expresa en términos muy claros Rowan Williams,
quien en su última obra sobre san Agustín, llamada genéricamente On Augustine,
sale al paso de las tergiversaciones de dos autoras norteamericanas de gran fama y
éxito en el tema de la ecología como son Sallie McFague y Rosemary Radford Ruether (Cf. Williams,
2016, 59-ss)11.
Tercer peligro: la excesiva espiritualización
Cabría todavía un tercer peligro al abordar el tema de san Agustín y la ecología, y
es el de la excesiva espiritualización y la visión meramente poética y romántica de
él sobre la creación.
Se trataría de un acercamiento al pensamiento del obispo de Hipona que podríamos calificar de
“franciscano” o “naíf” más que agustiniano, o bien de “ecología
superficial”, como lo ha denominado A. D. Moratalla en un libro recientemente
publicado en España (Cf. Domingo, 2017, pp. 61-ss). Se trataría de resaltar solo la
admiración agustiniana ante la creación, su capacidad de observación y análisis, el
amplio “bestiario” o colección de animales que aparecen en la obra de san Agustín,
perdiendo de vista la profunda reflexión teológica agustiniana. Para san Agustín
toda la creación lleva la huella de su Creador. La Trinidad ha dejado su propio
vestigio en todas las criaturas que han sido hechas por ella. Esta creación ha sido
redimida por Cristo, el Hijo de Dios, y por Cristo y en Cristo la creación adquiere su
reformación, y debe dirigirse por él y en él hacia Dios, para plenificarse y perfeccionarse en Dios
en la consumación de los tiempos. El ser humano, por su parte, tiene
una obligación ética, estética comunitaria y moral frente a la creación.
Es cierto lo que muchos autores han afirmado, como Rosemary Radford Ruether (2016)12, que san
Agustín no tuvo una preocupación ecológica ni escribió nada
sobre el tema medioambiental, pues, como hemos dicho, no era una inquietud en
su época. Esto no quiere decir que el pensamiento agustiniano no nos sirva para
acercarnos a este tema y poder sacar de él una serie de orientaciones y directrices
que guíen la teoría y la praxis de la ecología en nuestros días.
A continuación, quisiera
señalar, en primer lugar, de manera resumida los grandes aciertos de la obra de Scott Dunham, y, en
segundo lugar, las líneas generales
de la ecología para san Agustín.
Scott Dunham. The Trinity and Creation in Augustine. An ecological analysis
En este contexto es de un gran valor e interés la obra de Scott Dunham, quien ha
marcado verdaderamente un hito al publicar en el 2008 su libro Trinity and Creation in Augustine. An
ecological analysis. Se trata, como el mismo autor señala en el
prólogo, de una reelaboración de su propia tesis doctoral (Dunham, 2008, p. ix), en
la que nos ofrece una interesante visión sobre el tema. Quisiera señalar que la obra
parte de una idea que considero esencial y luminosa.
El pensamiento de san Agustín en torno a la creación está vinculado con la
idea que tiene del Dios creador, que no es otro que el Dios trinitario13. Y en esta
interacción entre el Dios trinitario y la creación, cobran un papel fundamental la
cristología y la pneumatología agustiniana14. Como el mismo autor
señala en su
obra, se trata de tres elementos que algunos especialistas habían dejado de lado al
hacer lecturas equivocadas o tergiversadas de la doctrina agustiniana, dando una
respuesta clara a las objeciones particularmente de Collin Gunton15 y
de Leonardo Boff16.
Curiosamente su tesis doctoral versó sobre la comparación entre san Agustín y Boff (The Trinity and
Creation, Augustine and Boff on monarchy, governance
and dominion)17.
Por otro lado, la obra de Dunham hace una interesante lectura del De Trinitate
de san Agustín antes de entrar al estudio del De Genesi ad Litteram, donde señala
que existe una vinculación entre la idea trinitaria agustiniana y su pensamiento sobre la creación
(Dunham, 2008, p. 59). Acentúa sobre todo la cuestión de la huella
que la Trinidad ha dejado en todas sus obras, siguiendo la interpretación que san
Agustín mismo hace del texto de Sab 11, 21, que habla de que todos los seres han
sido creados “in Mensura, Numero et Pondere”, con la identificación de la Mensura
o límite con el Padre, el Numerus o figura con el Hijo, y finalmente el Pondus o
caridad con el Espíritu Santo (Dunham, 2008, p. 83)18. Cabe destacar
que para san
Agustín estos tres elementos de nuevo pueden entrar en la categoría de similitudines, como él mismo
señala explícitamente en el Gn. litt. (Gn. litt. 4, 4, 9), pues Dios
es mucho más que solo estas tres categorías, y en ninguna obra en la que aborda el
texto de Sab 11, 20 se señala la identificación que el autor hace con cada una de
las tres personas de la Santísima Trinidad. Esto no quiere decir que la reflexión del autor sea
equivocada, sino que, en este sentido, ha hecho una interpretación de las
ideas de san Agustín, sin referir lo que dice en su obra, en donde las tres personas
son a la vez las tres categorías, y cada una de ellas lo es también.
Por otra parte, el autor pone de manifiesto también la importancia de la providencia y el gobierno
de Dios sobre la creación, y cómo todas las criaturas dependen
de él y se ordenan para la gloria de Dios (Dunham, 2008, p. 87).
Es también interesante el diálogo que el autor establece al final de la obra
entre el De Genesi ad litteram con el De ciuitate Dei, para señalar que en estas obras
tardías de san Agustín se destaca la idea de la paz. Los seres de la creación se dirigen hacia Dios
para descansar y hallar en él la paz armónica, una vez que se haya
reestablecido el ordo amoris y el ser humano pueda disfrutar de Dios usando de las
criaturas (Dunham, 2008, p. 113).
Elementos esenciales de la ecología según san Agustín
Como hemos señalado, san Agustín nunca escribió ninguna obra sobre la ecología.
No obstante, en sus escritos, particularmente en sus cinco comentarios al libro del
Génesis19, nos ha dejado interesantes ideas que pueden orientar nuestra
reflexión.
La Sagrada Escritura
En primer lugar, es preciso decir que san Agustín sigue siempre la Sagrada Escritura, leída e
interpretada con la regula fidei (Cf. doctr. chr. 3, 3; conf. 8, 30; c. Faust.
11, 6; trin. 15, 49, et al.) y la tradición de la Iglesia. Como es bien sabido, toda la
teología agustiniana no es otra cosa que una clarificación, exposición y explicación
de la Palabra de Dios. Por ello para san Agustín la forma de acercarse y de relacionarse con la
naturaleza y con todo lo creado es la misma que establece la Palabra de
Dios, a saber, que la creación, por una parte, es un signo de la belleza de Dios (Gn 1, 31), que
invita a todo hombre a descubrir al Creador de tantos seres hermosos
y armónicos (Rm 1, 19-25), y a alabarle por la obra llevada a cabo. Por otro lado, la
creación ha sido puesta por Dios para que el hombre pueda satisfacer con prudencia y sentido
comunitario sus propias necesidades (Gn 1, 28).
En cuanto a la primera finalidad, es decir que la creación es un signo que invita
a descubrir la belleza de Dios, san Agustín habla del libro de las criaturas. Según el
pensamiento agustiniano, Dios ha escrito dos libros para que el hombre pueda ir al
encuentro del Dios que le llama: uno es la Sagrada Escritura, y otro es el libro de la
naturaleza y de la creación. En ella Dios ha dejado sus huellas, pues todo ser lleva
vestigios y señales de la Trinidad para que el ser humano lo descubra:
Es, sin duda, un gran libro la misma hermosura de la creación. Contempla, mira, lee su parte
superior y su parte inferior. Dios no hizo
letras de tinta, mediante las cuales pudieras conocerle: puso ante tus
ojos esas mismas cosas que hizo. ¿Por qué buscas una voz más potente? A ti claman el cielo y la
tierra: “Dios me hizo”. (s. 68, 6)
Es más, la creación no tiene otra finalidad que hablar de Dios y llevar al hombre
hacia Él. Por ello san Agustín se retrata a sí mismo en las Confesiones interrogando
a las criaturas y preguntándoles si ellas son su Dios, para llegar a darse cuenta de
que ellas no son Dios sino solo un sacramentum, un signo de Dios:
Pregunté a la tierra y me dijo: “No soy yo”; y todas las cosas que hay
en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y
a los reptiles de alma viva, y me respondieron: “No somos tu Dios;
búscale sobre nosotros” […]. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las
estrellas. “Tampoco somos nosotros el Dios que buscas”, me respondieron. Dije entonces a todas las
cosas que están fuera de las puertas
de mi carne: “Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois;
decidme algo de él”. Y exclamaron todas con grande voz: Él nos ha
hecho. (conf. 10, 9)
El ser humano, “villicum” de la creación
En segundo lugar, la creación ha sido puesta por Dios en manos de los hombres
para que estos la cuiden y la gobiernen en su nombre, encontrando en ella los
satisfactores para sus propias necesidades, evitando dos extremos: la explotación
de la creación o el sometimiento del ser humano a ella. El ser humano debe usar las criaturas de
manera racional y disfrutando solo de Dios. La conocida doctrina
agustiniana del uti et frui nos daría la medida ética justa de la relación del hombre
con las criaturas. Es preciso valerse de ellas para la satisfacción de las necesidades,
pero nunca dejarse esclavizar por las criaturas, de tal forma que se conviertan en el
centro de la vida del hombre:
De igual modo, siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en
esta
vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de
este mundo, mas no gozarnos de él, a
fin de que, por medio de las cosas creadas, contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para
que, por medio de las cosas temporales,
consigamos las espirituales y eternas. (doctr. chr. 1, 4, 4; Cf. doctr.
chr. 1, 33, 37)
El justo medio lo debe dar precisamente el ordo amoris, pues una auténtica
ecología agustiniana es aquella que está presidida por el amor ordenado. Se ama
a la creación cuando el ser humano tiene consciencia de ser no su dueño, sino su
administrador y protector en el nombre de Dios. San Agustín usa la palabra latina
villicum, que significa “el administrador de una finca”, para referirse a esta realidad.
La finca es por una parte la vida y todos los bienes espirituales y materiales que una
persona ha recibido de parte de Dios (1 Cor 4, 7), pero es también el entorno en el
que vivimos y nos encontramos, es decir nuestro propio planeta:
En efecto, todos somos administradores (uillici); a todos se nos ha
confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas
al gran padre de familia. Y a quien más se le haya confiado, mayor
cuenta tendrá que dar […] sean ricos, sean reyes o emperadores, o
jueces u obispos, u otros dirigentes de las iglesias. Cada cual ha de
rendir cuentas de su administración al padre de familia. (s. 359A, 11
[= s. Lambot 4, 11])20
Se ama la creación y a los hombres cuando se procura que haya una justa distribución de sus
riquezas y beneficios para todos. Para san Agustín la dimensión social
de la ecología no es intrascendente, sino fundamental. La naturaleza que es pródiga y generosa debe
ser cuidada para que siga hablando de Dios y para que ayude hablar
de Dios a aquellos que no tienen lo necesario para vivir, no porque la naturaleza
no tenga recursos, sino por su acumulación en manos de unos pocos, pues, según
san Agustín, quien acapara bienes de esta tierra olvidando la función social de los
bienes de la creación no hace otra cosa que robar al pobre:
Ved que no sólo son pocas las cosas que os bastan, sino que ni el mismo Dios exige muchas de
vosotros. Reclama cuanto te dio, y de ello
toma cuanto te basta; las demás cosas que como superfluas tienes
arrinconadas, son necesarias para otros. Las cosas superfluas de los
ricos son las necesarias de los pobres. Se poseen bienes ajenos cuando se poseen bienes superfluos.
(en. Ps. 147, 12)
La interrelacionalidad
Se ama a la creación cuando se evita su destrucción y explotación. Cuando desaparece el amor,
aparece la concupiscentia, es decir, el amor desordenado a las cosas
de este mundo21.
San Agustín es consciente de que la concupiscentia, a través de sus deseos desordenados, puede no
solo dañar gravemente la vida espiritual y la relación del ser
humano con su propia comunidad, sino también alterar la relación de la persona
con su comunidad no-humana, es decir con el entorno ambiental. Así, transtornaría lo que
técnicamente se llama su interrelacionalidad (interrelatedness). De este
modo, cuando aparecen las diversas libidos que san Agustín enumera en el De ciuitate Dei22, estas
provocan la ruptura del orden del amor y, por tanto, del orden social y comunitario, no solo a nivel
humano sino también ambiental. Por ejemplo, la
libido habendi, el deseo de acaparar riquezas, puede llevar a las personas a olvidar
su calidad de administradores de los bienes naturales y de la creación, y puede hacer que la
persona se crea dueña y poseedora absoluta de un determinado recurso
natural, de tal forma que se sienta autorizada para explotarlo y agotarlo a su propio
antojo, sin importarle el daño irreparable que pueda causar al medio ambiente, a la
comunidad humana y, a fin de cuentas, a sí mismo.
Por ello, para san Agustín la auténtica ecología está vinculada con el orden del
amor. Curiosamente uno de los autores contemporáneos más acreditados sobre el
tema de la ecología, Aldo Leopold, va en esta misma dirección agustiniana cuando
afirma en su libro A sand county almanac:
Para mí es inconcebible que pueda existir una relación ética con la
tierra sin amor, respeto y admiración por ella, y una alta estima de
su valor. Por valor entiendo, por supuesto, algo más amplio que el
mero valor económico; me refiero al valor en un sentido filosófico23.
(Leopold, 1968, p. 223)
La presencia-ausencia de Dios
En tercer lugar, san Agustín descubre que Dios no se desentendió del mundo una
vez terminada la obra de la creación, sino que sigue muy presente en él, gobernándolo y
sosteniéndolo con su providencia. En este sentido, el Dios cristiano es muy
diferente al demiurgo que nos presenta Platón en el Timeo. Dios debe estar presente en medio de la
creación precisamente por la contingencia de todas las criaturas,
ya que si Dios no las sostiene y no las gobierna con el poder de su providencia, ellas
por sí mismas tienden a la nada (Cf. Gn. litt. 1, 4, 9). Esta misma providencia de
Dios ha hecho que toda la creación, no solo los seres irracionales, sino también
el ser humano, tenga un destino que trasciende la dimensión meramente terrena, llamándolos a una
perfección en Cristo en la consumación de los tiempos para que
todas las criaturas puedan descansar en Dios (Gn. litt. 4, 17, 29).
Esta dimensión trascedente de perspectiva ecológica agustiniana desmitificaría
un elemento que hoy surge con frecuencia en las reflexiones ecológicas, incluso
en las de corte cristiano, y es el criptopanteísmo, o panenteísmo patente, es decir
hablar de la creación como si fuera el mismo dios, o parte de dios, reiterando el
pensamiento de Baruch Spinoza (2011, IV) “Deus sive natura” (“Dios, es decir, la
naturaleza”). Para san Agustín es claro que toda la creación ha salido de las manos
de Dios (Cf. Gn. litt. 1, 6, 12) y en ella hay signos y huellas que invitan a descubrir
a Dios, pero no son parte de Él (Cf. ep. 11, 3; uera rel. 7, 13; Gn. litt. 4, 3, 7; Gn.
litt. 4, 4, 8). Cada una de ellas tiene su entidad particular, ciertamente contingente,
pero no son Dios, ni parte de Dios24.
No hay que adorar a la creación, sino que es preciso ver su dimensión semiótica,
es decir que es un signo que habla de su creador25, de aquí el respeto,
el cuidado y el
uso racional de esta. Para san Agustín no sería aceptable hablar de la creación como
una entidad en sí misma y que tiene su fin en sí misma. Para el obispo de Hipona
la creación y el mismo hombre están en camino, tienen un dinamismo intrínseco
que los dirige hacia Dios, hacia su perfeccionamiento y consumación en Cristo, en
el cielo nuevo y la tierra nueva. San Agustín señala, junto con san Pablo, que en el
momento presente toda la creación gime esperando verse liberada del pecado y de la condición terrena
para verse transformada y transfigurada en el mundo nuevo
(Rm 8, 22-23)26.
Por ello para san Agustín la auténtica ecología sería una ecología activa, vinculada a la
escatología. La proctología agustiniana adquiere todo su sentido desde la
perspectiva escatológica, es decir la relativa a la consumación del universo. A diferencia de otros
escritores cristianos de los primeros siglos, la consumación escatológica no es una apocatástasis,
como lo era para Orígenes, sino un perfeccionamiento
y una plenificación, una puesta en acto de muchas de las potencialidades que todas
las criaturas poseen, no permaneciendo como son (Cf. haer. 67), sino llegando a
ser lo que Dios ha dispuesto que llegarán a ser. Así lo señala san Agustín en el De
ciuitate Dei:
Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque ese día descansó
Dios de toda su tarea de crear (Gn 2, 23). También nosotros seremos
ese día séptimo; seremos nosotros mismos cuando hayamos llegado a
la plenitud y hayamos sido restaurados por su bendición y su santificación. Allí con tranquilidad
veremos que Él mismo es Dios […] restaurados por Él y llevados a la perfección con una gracia más
grande,
descansaremos para siempre, viendo que Él es Dios, de quien nos llenaremos cuando Él lo sea todo en
todos (1 Cor 15, 28). (ciu. 22, 30, 4)
Conclusión
La ecología es un terreno que necesita tener unos principios claros y una ética
sólida para evitar que se convierta en una máscara para la ecomanipulación, la
ecopolítica o, paradójicamente, el ecoconsumismo. Para san Agustín, la raíz de los problemas
ecológicos, y de todos los males que aquejan al mundo, se encuentra en
el corazón del hombre (Mt 15, 19). El desorden causado por el pecado ha alterado
el orden establecido y querido por Dios. El papa Francisco en la encíclica Laudato
Si’ cita las palabras de san Juan Pablo II para hacer suya la invitación a una “conversión
ecológica” (LS 5). Si no se da esta conversión “ecológica” y una ecología del
corazón, es decir, si no se lucha contra la contaminación causada por el egoísmo,
el consumismo y la falta de sentido trascendental en el interior del hombre, todo
lo que se pueda hacer en el exterior no tendrá una base firme, no dejará de ser una
flatus vocis.
Solo cuando el ser humano viva en su interior el ordo amoris y viva una ecología
interior podrá verdaderamente comenzar un camino de ecología exterior.
Por ello para san Agustín la palabra clave es la de conversión: conversión ecológica interior para
que exista una verdadera conversión ecológica exterior. Quien ha
dejado que el pecado destruya su mundo interior no tendrá interés en cuidar ni el
medio ambiente ni el mundo exterior. Y por el contrario, quien cuida su universo
interior y descubre en él presente a Dios, cuidará el universo exterior, descubriendo
en él también las huellas del Dios Trinidad.
Y comenzábamos hablando de las moscas. Aunque no sentía una especial simpatía por ellas, san Agustín
justifica su existencia pues son parte del orden de la
creación y tienen una misión que cumplir dentro del entramado del mundo creado
por Dios, por eso dice:
Yo claramente confieso que no sé por qué fueron creados los ratones
y las ranas, o los gusanos y moscas; sin embargo, aunque por nuestros
pecados nos parezcan muchas cosas adversas, veo que todas ellas son
en su género hermosas, porque no veo cuerpo o miembro de cualquier animal donde no encuentre el
orden, la medida y el número,
[…] propias de Dios. (Gn. adu. Man. 1, 16, 26)
Notas:
1 Instituto de Agustinología oar, Institutum Patristicum
Augustinianum (Roma).
2 Para una bibliografía comentada sobre el tema, véase: Saeteros y
Eguiarte (2018). Una bibliografía
esencial en inglés sobre el tema podría ser: Dunham (2008); Doody, Paffenroth y Smillie (2016);
Gray (2016); McFague (1993, 2013); Williams, (1994, 2016).
3 En el artículo de corte más bien genérico, san Agustín es citado
para avalar la doctrina de la Iglesia
católica de que el mundo ha sido creado por el Dios Trinidad a partir de la nada. Para ello el autor
se vale de un texto del Gn. litt., que es citado de manera sumamente genérica (solo señala el primer
libro), y de un texto del De Trinitate: “Ad creaturam vero Pater et Filius et Spiritus Sanctus unum
principium, sicut unus creator et unus Dominus” (trin. 5, 14). Posteriormente, san Agustín es citado
en nota de pie de página para avalar la creatio ex nihilo, haciendo referencia a una serie de
textos:
Gn. adu. Man. 16, 34; uera rel. 18; uera rel. 137; Gn. litt. 1; c. Fel. 11, 18. Vuelve a ser citado
a pie
de página para señalar que Dios es el creador de todo y que, como tal, no había otorgado a nadie,
ni al ser humano, la capacidad de crear, pues Dios es el único creador. Se citan como pruebas los
siguientes textos agustinianos: Gn. litt. 9, 15; c. Fel. 11, 18; qu. 11, 21. Finalmente, se citan en
el
cuerpo del texto del artículo las palabras de san Agustín del De ciuitate Dei 11, 4 para justificar
que
Dios no crea por necesidad, sino por un deseo de su propia voluntad: “Por ninguna necesidad, por
ninguna indigencia de cualquier utilidad, sino solamente por [su] bondad Dios hizo lo que ha sido
hecho, o sea, porque es bueno”. El artículo, por tanto, no presenta una reflexión estructurada sobre
el pensamiento agustiniano relativo a la ecología, sino que más bien la doctrina agustiniana sirve
al
autor como un apoyo para presentar diversos puntos de la doctrina de la Iglesia sobre la creación,
más que la propia ecología.
4 “Mediante estas tres cosas se licúa ocultamente el aceite en la
almazara, y el alpechín se arroja sin
más a tierra”. (Cf. en. Ps. 80, 1).
5 Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre la fecha en la
que fue pronunciado el sermón 293 A.
F. Dolbeau (1996, p. 479) lo pone en tela de juicio con buenas razones. Anoz (2002, p. 287) duda
de ello.
6 Para otros casos y ejemplos del tiempo de san Agustín de
deforestación, contaminación o de maltrato
animal, véase Hughes (1975, pp. 103-ss). En una obra más reciente, Hughes (2009) afirma que parte
de la caída del imperio romano se debe precisamente al desorden ecológico creado por los mismos
romanos, al deforestar grandes áreas y explotar la tierra: “Most historians have given up trying to
find
one all-conquering cause for the decline and fall of the Roman Empire, and have retreated to the
safer
ground of multiple causation. What brought down Rome was a number of processes that interacted.
One of these was the Roman mistreatment of the natural environment, including overexploitation of
scarce natural resources such as forests and soil, and failure to find sustainable ways to interact
with
the ecosystems of Italy and the many other lands, including Dacia, which they conquered” (p. 74).
7 “En consecuencia, quien esto lea, si tiene certeza, avance en mi
compañía; indague conmigo, sin
duda; pase a mi campo cuando reconozca su error, y enderece mis pasos cuando me extravíe. Así
marcharemos, con paso igual, por las sendas de la caridad en busca de aquel de quien está escrito:
Buscad siempre su rostro” (trin. 1, 3, 5).
8 “The soul […] which dominates the body, and the man who
dominates the woman, correspond,
and in actual fact constitute the human being’s likeness to God. Imago Dei is then on the one
hand a pure analogy of domination, and on the other […] a patriarchal analogy to God the Father.”
(Moltmann, 1993, p. 240)
9 “satis apparet recte intuentibus, hunc ipsum incomparabilem et
ineffabilem, et si possit intellegi, stabilem
motum suum, rebus eam praebere suaviter disponendis; quo utique subtracto, si ab hac operatione
cessaverit, eas continuo perituras” (“suficientemente patentiza, a los que contemplan con rectitud,
que
este mismo incomparable e inefable, y, si puede entenderse, estable movimiento suyo, presta ayuda
con
suavidad a las cosas que ella (la creación) dispone; por lo cual si ella (la creación), apartándose
de las
cosas, hubiera cesado de este trabajo, ellas al instante hubieran perecido”). (Gn. litt. 4, 12,
23)
10 “Neque enim potentia temeraria, sed sapientiae virtute
omnipotens est; et hoc de unaquaque re in
tempore suo facit, quod ante in ea fecit ut possit” (“Porque no es omnipotente con poder temerario,
sino con potencia de sabiduría, y por esto, solo hace de cada cosa, en su tiempo apropiado, lo que
hizo antes en ella, para que pudiera ser hecho”). (Cf. Gn. litt. 9, 17, 32)
11 El artículo con respecto a la creación ya había sido publicado
en la revista Augustinian Studies, con
el título “Good for Nothing”.
12 “Thus ecology as a concern was absent from Augustine’s
thought, as it was in the thought of his
culture, even though there was much evidence around him of air, water and soil pollution and
decline through human abuse.” (Ruether, 2016, p. 32)
13 “Just as Augustine founds his doctrine of the Trinity upon the
divine economy of redemption
revealed in the scripture, so also is his doctrine of creation founded upon the divine work of
creation
as revealed in scripture. The biblical record is the authoritative basis for Augustine’s discussion
of
the nature of God’s creative work of calling the creation into existence and of divine providential
government.” (Dunham, 2008, pp. 1, 34, 59)
14 Esto puede verse, verbigracia, en este párrafo: “In
Augustine’s explanation of the triune nature of
creation, the Son is the Speech by which the Father creates, and the Holy Spirit is the divine
goodness by which the Father sees that the creation is good. The Holy Spirit is God’s seeing, just
as
the Son is God’s speaking […]. The work of the Holy Spirit in nurturing (which is how Augustine
explains the work of stirring above the creation) and bringing about the goodness of creatures is
distinguished from God’s speech by linking that work to how God sees the creation’s goodness. In
Augustine’s explanation of the creative work (the establishment and conversion of the creation) of
the Trinity, the Father’s creative activity is spoken in his Word and the divine goodness follows
after
the work of the Word” (Dunham, 2008, p. 77).
15 Señalando sobre todo sus lecturas erradas sobre el De
Trinitate, ya que Gunton carga demasiado
las tintas platónicas del pensamiento agustiniano, señalando equivocadamente que san Agustín
establece una diferencia entre el mundo material y el mundo espiritual, siendo este último mejor
que el primero, por lo que todo esfuerzo y reflexión ecológica no tiene sentido, ya que tiene que
ver
con el mundo material y no con el espiritual. Por otro lado, para Gunton el pensamiento trinitario
agustiniano es modalista, en el sentido de que antepone la unidad a las relaciones intratrinitarias,
con lo que quedan oscurecidas la cristología y la pneumatología, es decir, la relación de la
trinidad
con la economía de la salvación (Cf. Dunham, 2008, pp. 14-24).
16 Aunque en la tesis doctoral dedica, como es lógico, una larga
sección a hablar sobre Boff, en su libro
esto no es así. Señala solo la equivocada generalización de Boff al dividir la teología trinitaria
entre
oriental y occidental para señalar que la teología occidental acentúa la unidad en la Trinidad, al
igual
que la inmutabilidad de Dios en lugar de abrirse al dinamismo trinitario de las personas. Esto ha
llevado, según Boff, en la teología occidental a los errores de Barthes y de Rahner, y a justificar
en
el ámbito social el totalitarismo: “However, subsequent Western tradition still emphasized the One
over against the three, and continued to favor a tendency toward reducing the one God to one mind,
which then led to the Barthian and Rahnerian mistakes of reading modern theories of subjectivity
into the unity rather than into each of the three persons. Furthermore, the same problem arises with
the Western model as with the Eastern model: in both oneness becomes such a strong focus that it
pervades the social and political aspects of life. The threat of totalitarianism by one (or a few)
over
the many finds justification in an understanding of the immutable, all-powerful, one God whose
plurality is more of a logical problem than a reality” (Dunham, 2008, p. 16).
17 La tesis fue presentada en el 2005 en la McMasters University
(Hamilton, Ontario), bajo la
supervisión del Prof. Peter J. Widdicombe.
18 “In the Litteral Meaning he understands this verse (Wis 11:20)
to indicate two things […]. Second
it describes the pattern of being that all creatures exhibit and by which God rules them. For
Augustine, measure points to how the creation has limits; number indicates how each creature fits
harmoniously within the whole; and weight shows how creatures are drawn to live in a certain order
or place.” (Dunham, 2008, p. 93).
19 San Agustín escribió a lo largo de su vida cinco comentarios a
los primeros capítulos del Génesis. El
primero de ellos es el De Genesi aduersus manicheos (388-391). El segundo es un intento inconcluso
de hacer el comentario de este libro bíblico, llamado De Genesi ad litteram liber unus inperfectus
(393). El tercer comentario lo tenemos dentro de las Confesiones, concretamente en los últimos tres
libros (396-401). El cuarto es el De Genesi ad litteram, donde san Agustín retoma y remodela lo que
había escrito algunos años antes, creando una obra de una gran profundidad teológica y espiritual
(401-415). Finalmente en el libro XI del De ciuitate Dei, san Agustín vuelve a comentar este libro
bíblico (412-423). Cabe señalar que dentro de la obra agustiniana en otros muchos lugares regresa
san Agustín a estos capítulos del libro del Génesis, pero como comentarios sistemáticos podemos
mencionar estos cinco.
20 “Omnes enim villici sumus et aliquid nobis in hac vita
commissum est agendum unde magno
patrifamilias rationem reddamus […] sive divites sint, sive reges sint, sive principes sint, sive
iudices sint, sive episcopi sint, sive praepositi ecclesiarum. Unusquisque de actu suo patri
familiae
redditurus est rationem.”
21 “Amad, pero pensad qué cosa améis. El amor de Dios y el amor
del prójimo se llama caridad; el
amor del mundo y el amor de este siglo se denomina concupiscencia. Refrénese la concupiscencia;
excítese la caridad.” (en. Ps. 31, 2, 5)
22 “tamen quaedam ulciscendi libido est, et nescio qua, ut ita
dixerim, quasi umbra retributionis, ut
qui male faciunt, mala patiantur. Est igitur libido ulciscendi, quae ira dicitur; est libido habendi
pecuniam, quae avaritia; est libido quomodocumque vincendi, quae pervicacia; est libido gloriandi,
quae iactantia nuncupatur. Sunt multae variaeque libidines, quarum nonnullae habent etiam
vocabula propria, quaedam vero non habent. Quis enim facile dixerit, quid vocetur libido dominandi,
quam tamen plurimum valere in tyrannorum animis etiam civilia bella testantur?” (“hay un deseo
de venganza que recibe el nombre de ira; otro deseo de tener dinero (libido habendi), que se llama
avaricia; otro de vencer a toda costa, que se llama pertinacia, y otro de gloriarse, llamado
jactancia.
Hay variados y múltiples deseos, algunos con sus vocablos propios y otros sin ellos. ¿Quién puede
decir fácilmente cómo se llama el ansia de dominar (libido dominandi), de cuyo inmenso poder en
los ánimos de los tiranos dan testimonio las guerras civiles?”). (ciu. 14, 15, 2)
23 “It is inconceivable to me that an ethical relation to land
can exist without love, respect, and
admiration of land, and a high regard for its value. By value, I of course mean, something far
broader
than mere economic value; I mean value in the philosophical sense”. (La traducción es mía). Hay
traducción al castellano: Equilibrio ecológico: almanaque de un condado arenoso y con ensayos sobre
conservación tomados de Round River (Leopold, 1996).
24 “Hanc ergo Trinitatem dici unum Deum, eumque fecisse et
creasse omnia quae sunt, in quantum
sunt, catholica disciplina credi iubet; ita ut creatura omnis sive intellectualis sive corporalis,
vel
quod brevius dici potest secundum verba divinarum Scripturarum, sive invisibilis sive visibilis, non
de Deo nata, sed a Deo sit facta de nihilo: nihilque in ea esse quod ad Trinitatem pertineat, nisi
quod Trinitas condidit, ista condita est. Quapropter creaturam universam neque consubstantialem
Deo, neque coaeternam fas est dicere aut credere” (“La doctrina católica nos manda creer que esta
Trinidad es un solo Dios, y que Él creó y formó, en cuanto son, todas las cosas que existen, de tal
modo que toda criatura, ya sea intelectual ya corporal, o por decirlo más brevemente según las
palabras de la divina Escritura, visible o invisible, no fue formada de la naturaleza de Dios, sino
hecha
de la nada, por Dios; y nada hay en ella que pertenezca a la Trinidad, fuera de que la Trinidad la
creó
y ella fue creada; por lo tanto, no es lícito decir que la universal criatura es consubstancial a
Dios y
coeterna con Él”). (Gen. litt. inp. 1, 2)
25 “Circumeat animus tuus per universam creaturam: undique tibi
clamabit creatura: Deus me fecit.
Quidquid te delectarit in arte, artificem commendat; magisque si circumeas universa, consideratio
concipit artificis laudem. Vides coelos, magna opera Dei sunt. Vides terram, Deus fecit seminum
numeros, diversitates germinum, multitudinem animalium” (“Que tu espíritu recorra toda la
creación. Por dondequiera que vayas, la creación te dirá a voz en grito: Dios me ha hecho. Todo lo
que te agrada en una obra de arte te remite al artista; más aún, si recorres el universo entero, su
contemplación suscita la alabanza de su artífice. Ves los cielos y son obras grandiosas de Dios. Ves
la tierra y Dios hizo los números de las semillas, la diversidad de los gérmenes, la multitud de
seres
animados”). (conf. 10, 9; en. Ps. 26, 2, 12)
26 “Non enim sic tradit, ut ipse amittat, quia et Pater dedit
Filio habere vitam in semetipso nec utique
amisit ipse. Ac per hoc si regni eius non erit finis, profecto sancti eius, qui sunt regnum eius,
cum illo sine fine regnabunt. Quod autem illo loco dicit Apostolus: Deinde finis, cum tradiderit
regnum Deo et Patri, ibi finem non consumentem, sed perficientem significat. Sicut dictum est: Finis
enim legis Christus ad iustitiam omni credenti, quo lex perficiatur, non quo aboleatur. Quod et
illic
significat, ubi ait: Non veni legem solvere, sed adimplere” (“Pues no entregó el reino de modo que
él mismo lo perdiese; y, por cierto, no lo perdió, porque el Padre ha dado al Hijo tener la vida en
sí
mismo, la cual tampoco el Padre perdió. Por esto, si su reino no tendrá fin, en verdad sus santos,
que
son su reino, reinarán con Él sin fin. En cuanto al texto del Apóstol: luego el fin, cuando entregue
a Dios y Padre el reino, se ha de entender este fin en sentido perfectivo, no derogatorio. Así, se
dijo:
El fin de la ley es Cristo para la justificación de todo creyente, esto es, para la perfección de la
ley,
no para su abolición; lo que también se expresa en aquel lugar: No he venido a abolir la ley, sino a
perfeccionarla”). (c. Prisc. 7, 8)
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