Artículo de Investigación
Vol 2 nº 2
Antiesencialismo tecnológico y agencia
material:
una explicación no determinista
de la relación tecnología-sociedad
Technological Anti-Essencialism and Material Agency:
A non-deterministic
Explanation of the Technology-Society Relationship
Heiller Zárate1
Zárate, H. (2019). Antiesencialismo tecnológico y agencia material: una explicación no determinista de la relación tecnología-sociedad. Humanitas Hodie, 2(2), xx-xx. hhttps://doi.org/ 10.28970/hh.2019.2.a2
Resumen
Este artículo esboza una respuesta a la pregunta sobre cómo explicar los efectos de las tecnologías en
la
sociedad. Su propósito es mostrar una alternativa a los tradicionales discursos deterministas, los
cuales
suponen que las tecnologías impactan las formas de organización social. A partir de una crítica a las
explicaciones deterministas que predominan actualmente, se presenta una primera conclusión: no hay
una relación clara entre los cambios sociales y las características técnicas de las tecnologías. Así, se
argumenta que las tecnologías no causan impactos, sino que los cambios sociales son productos de
procesos
de interpretación, negociación y materialización de los intereses de los actores involucrados. De esta
forma, los artefactos tecnológicos se asumen como agentes del cambio, pero no por una esencia técnica,
sino por el papel que desempeñan, el cual resulta definido en el proceso de significación del artefacto
a
medida que es vinculado a la red, es decir, en la construcción del cambio.
Palabras clave: determinismo tecnológico, agencia material, antiesencialismo tecnológico,
tecnología,
sociedad, impacto de la tecnología, cambio social, cambio tecnológico.
Abstract
This article sketches an answer to the question concerning the explanation
of the effects of technology
in society. Its purpose is to layout an alternative to the traditional deterministic discourse, that
assumes
that technologies impact the organization of a society. Starting with a critique of the currently
dominant
deterministic explanations, a first conclusion is presented: there is not a clear relation between
social
change and the technical characteristics of technologies. Hence, it is argued that technologies do not
cause any impact, but that social changes are the result of different processes of interpretation,
negotiation, and concretization of the interests of the parties involved. Thus, technological artifacts
are seen
as agents of change, not in the name of their technical nature, but rather for the role the play. This
role
is defined by the process of signification of the artifact as this one is tied to the network, that is,
to the
construction of change.
Keywords: technological determinism, material agency, technological antiessencialism, technology,
society, impact of technology, social change, technological change.
Introducción
En este artículo se aborda la cuestión de cómo explicar los efectos de las tecnología en la sociedad. A través de esta reflexión se problematizan las explicaciones deterministas de dichos impactos. Por esto, se tiene por objetivo proponer, como alternativa, una explicación antiesencialista y de agencia material que propenda por superar las dificultades explicativas del determinismo. En primer lugar, se mostrará la preponderancia de los discursos deterministas. En segundo lugar, se expondrán las críticas a estos discursos. En tercer lugar, se discutirá una respuesta a los problemas del determinismo tecnológico desde un enfoque de administración. Finalmente, se esbozará la propuesta antiesencialista tecnológica y de agencia material. La principal conclusión que se presenta es que los efectos de la tecnología en la sociedad pueden ser entendidos como un proceso único, en que se define tanto la naturaleza del artefacto como la de la organización o comunidad. Dicho en otra palabras, se muestra que las preguntas ¿qué es el artefacto? y ¿qué es la organización? están entrelazadas de tal manera que sus respuestas son inseparables e, incluso, indistinguibles.
Predominio del discurso determinista tecnológico
El interés por explicar los efectos o la incidencia de la tecnología
en la sociedad y,
a su vez, los discursos que sostienen un determinismo tecnológico no es nuevo. Se
afirma que, alentadas por la revolución industrial como un efecto de las tecnologías,
las propuestas de Marx, Heidegger, Ellul y Marcuse son catalogadas como deterministas (Moreno,
2020, p. 23; Vinck, 2012, pp. 22-23). En común, estas propuestas
sostienen dos ideas básicas: la tecnología tiene un desarrollo autónomo y determina la vida
humana, es decir, la sociedad. Así, la tecnología se presenta como una fuerza
ineludible que determina las formas de vida.
De hecho, resulta casi de sentido común el pensamiento que relaciona la forma
de organización social con las tecnologías, los artefactos, las infraestructuras y las
técnicas que se usan como colectividad. Es usual pensar que la sociedad está determinada por
las tecnologías que se usan. Un reflejo contemporáneo de este pensamiento son las
denominaciones con las que nos hemos referido, por varias décadas,
al orden social: sociedad de la información o sociedad del conocimiento (Castells,
2010; Sánchez et al., 2012).
Ahora, este pensamiento determinista sigue siendo preponderante hoy en día,
pues en el último lustro se ha visto el surgimiento de un discurso que denomina al
momento histórico que vivimos cuarta revolución industrial2
. En cada caso, la causa
determinante de la forma de organización se ubica en una tecnología. El motivo
de la denominada sociedad de la información se ha ubicado en las tecnologías de
información y comunicación (tic). Respecto a la cuarta revolución industrial, su
causa, como evolución de las tic, se suele ubicar en la robótica, la inteligencia
artificial, la nanotecnología, el internet de las cosas, entre otras. Sobre esta, los
discursos públicos se caracterizan por señalar el inevitable cambio que causarán
dichas tecnologías:
• “Estamos al borde de una revolución tecnológica que alterará fundamentalmente la forma en que
vivimos, trabajamos y nos relacionamos unos con
otros. En su escala, alcance y complejidad, la transformación será diferente
a todo lo que la humanidad haya experimentado antes” [traducción propia]
(Schwab, 2016).
• “Marcada por la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas,
anticipan que cambiará el mundo tal como lo conocemos. ¿Suena muy radical? Es que, de cumplirse
los vaticinios, lo será. Y está ocurriendo, dicen, a
gran escala y a toda velocidad” (Perasso, 2016).
• “Sabemos lo que representa para el futuro digital de nuestro país esta revolución, pues la
entendemos como la nueva economía y como un sinnúmero de
oportunidades para mejorar la calidad de vida de los colombianos; por ello, y
para que nadie se quede por fuera, desde el primer día de Gobierno estamos
trabajando para crear las condiciones necesarias que le permitan a los ciudadanos sacar el
máximo provecho a este nuevo entorno que nos plantea la
Cuarta Revolución Industrial” (Constaín, 2019).
Estos discursos deterministas denotan un sonambulismo tecnológico (cf. Winner, 1987, pp. 21-26)
que está presente por cuenta de la naturalización de la noción
de impacto. Esto significa que se normaliza el pensamiento según el cual la tecnología impacta
a la sociedad, de tal manera que se espera un cambio organizacional,
con resultados predecibles, a partir de la introducción o dotación tecnológica. En
efecto, el sonambulismo tecnológico es aceptar de forma irreflexiva que los cambios
en las formas de organización son determinados por los artefactos. A este respecto,
Orlikowski (2010) muestra que hay un predominio, en detrimento de perspectivas
alternativas, del enfoque que denomina de fuerza externa, el cual acepta que la tecnología es
una fuerza autónoma que cambia a las organizaciones.
Ante este panorama, vale la pena preguntarse: ¿estamos compelidos y determinados por estos
artefactos?, ¿nuestras formas de organización, nuestras sociedades, están determinadas por algo
así como la naturaleza técnica de estas
tecnologías? Si nuestra organización, nuestra forma de relacionarnos, nuestra
sociedad, está determinada por las tecnologías, entonces parece que no tenemos
ninguna agencia o control de nuestras interacciones, vínculos y relaciones. De
esta manera, el control de la tecnología es el control de la sociedad. Pero ¿quién
y cómo controla la tecnología? Si el control está dado por la tecnología y lo que
sean sus características técnicas, entonces la única forma de comprender sus
efectos será desentrañando su naturaleza técnica. Así, parece que solo los científicos y los
ingenieros podrán dar cuenta de cómo y por qué nos organizamos
de la forma en que lo hacemos. En gran medida, este es el fundamento de los
discursos tecnocráticos, que propenden por un gobierno de los más capacitados,
de los expertos técnicos.
Crítica al determinismo tecnológico
Así, ante la preponderancia de estos discursos deterministas tecnológicos, hay que
evaluar su pertinencia para explicar los efectos de las tecnologías en las sociedades,
pues si la lógica del impacto es correcta, entonces los cambios en las formas de organización
social deberían explicarse por cuenta de la tecnología. Sin embargo, en
este apartado se muestra que los cambios organizacionales no se pueden explicar de
esa manera. Valga decir que esta evaluación resulta fundamental, entre otras cosas
porque los discursos deterministas tecnológicos, tanto en el sector público como en
el privado, caracterizan la formulación de políticas públicas y de proyectos que pretenden generar
cambios o desarrollar intervención social u organizacional. Como
reflejo del determinismo tecnológico, en el sector público las políticas prometen un
futuro de bienestar a partir del simple ejercicio de entregar computadores, tabletas
o conexión a Internet a empresas, escuelas y comunidades.
Por ejemplo, en este marco de la promesa de un mejor futuro a través de las tic,
Colombia ha vivido, desde finales de los años noventa, un crecimiento en la política
pública para promover la masificación del uso de computadores e Internet (Sánchez
et al., 2012), todo esto sobre la promesa de que las tic incorporarán a sus usuarios
en un futuro de prosperidad. Programas insignias de esta política pública han sido
Computadores para Educar, Mipyme Digital, Compartel, Vive Digital —en sus dos
versiones entre el 2010 y el 2018—, los cuales se han orientado, en gran medida, a
dotar de hardware y software, y a capacitar a las personas en el adecuado uso de dichas
tecnologías, como compromiso adquirido por el Estado ante entidades internacionales
(Hernández, 2012). En la mayoría de los casos, los efectos de estos programas son
cuestionables, pues investigaciones afirman que han sido muy bajos (Gómez, 2014;
Guzmán, 2019), mientras que otras aseguran que han tenido gran éxito (Llano, 2010)
—para el caso específico de Mipyme Digital—. Ante esos resultados, como mínimo
cuestionables, habría que revisar la formulación de las políticas públicas, entre lo que
se encuentra su fundamento teórico y metodológico de corte determinista tecnológico.
Así pues, hay que señalar que la versión de nuestra sociedad dada por el determinismo tecnológico
tiene, por lo menos, un par de problemas. En primer lugar,
Paul Edwards (1995), en “From impact to social process”, muestra que las predicciones sobre el
aumento de la productividad a partir del aumento de la inversión en
tic no se han cumplido en Estados Unidos. Por lo cual, Edwards pregunta: ¿qué
explica la paradoja de la automatización masiva con prácticamente nulos resultados? [traducción
propia] (cf. Edwards, 1995, p. 274).
En relación con esta pregunta, en el caso de Colombia llama la atención que
documentos de política pública recientes, como el Plan tic 2018-2020 El Futuro
Digital es de Todos (Mintic, 2018), no aportan estadísticas que estimen la incidencia en la
productividad de la inversión en tic, aunque sostienen afirmaciones como
las siguientes:
Por otro lado, el dnp encontró que el acceso a Internet acelera el crecimiento económico al
facilitar la innovación en tanto: i) aumenta la
competencia y el desarrollo de nuevos productos/procesos; ii) introduce nuevas prácticas de
trabajo, actividades de emprendimiento y
mejoras en el emparejamiento de trabajos y; iii) genera mayor transparencia de los mercados, lo que
lleva a mayor productividad laboral
y competencia, en la medida en que facilita una asignación eficiente
de recursos (dnp, 2018a) [cursivas propias]. (p. 14)
Sin embargo, al revisar el documento del Departamento Nacional de Planeación
que refieren como fuente del hallazgo, se puede leer lo siguiente:
En la literatura reciente se ha discutido que los cambios tecnológicos
aceleran el crecimiento de la economía. En particular, la teoría de
crecimiento endógeno (Romer, 1990) sostiene que el capital humano,
la innovación y el conocimiento contribuyen en la aceleración del
crecimiento económico. Siguiendo esta línea, el acceso a una alta velocidad de Internet debería
entonces acelerar el crecimiento económico,
pues facilita el desarrollo y la adopción de modelos de innovación en
tanto: i) aumenta la competencia y el desarrollo de nuevos productos/
procesos; ii) se introducen nuevas prácticas de trabajo, actividades
de emprendimiento y mejoras en el emparejamiento de trabajos y;
iii) hay mayor transparencia de los mercados, lo que genera mayor
productividad laboral y competencia [cursivas propias]. (dnp, 2018,
p. 16)
Estas dos citas en extenso se justifican en el marco de la paradoja enunciada por
Edwards, porque muestran cómo los discursos deterministas se difunden y estabilizan, aunque llevan
a la paradoja al hacer pasar una hipótesis teórica (la del dnp que
se muestra en la segunda cita) como si fuese un hallazgo de investigación (como lo
presenta el Ministerio de tic en la primera cita) sin evidencia o datos nuevos.
Ahora bien, otro de los problemas del determinismo tecnológico se puede caracterizar a través de la
controversia de Steve Woolgar y Keith Grint (1992, 1991)
con Rob Kling (1991b, 1992)since I sharesome of the positionsthatthey arguethatI
should hold (e.g., thatthe capabilitiesof technologies,practicesof using them,and
theconsequencesof theseusagepracticesarecontingentandsociallymedi- ated. De
esta se puede concluir que de ninguna manera y por sí sola una tecnología puede
determinar la forma de una organización, es decir, que una tecnología no impacta
la organización. Varios estudios de caso llevados a cabo por Kling (1991a) muestran
que un mismo sistema tecnológico, como puede ser un software de gestión empresarial, deviene en
resultados bastante disímiles al ser apropiado en organizaciones
diferentes. Un caso que expone el autor es el de un sistema informático adquirido
por dos bancos. En ambos casos, desde una visión determinista tecnológica, la predicción sobre los
efectos de su implementación era el aumento de la productividad.
Sin embargo, en ninguno de los dos el efecto fue ese. En uno de los bancos el sistema informático
derivó en un sistema de control de turnos y horarios de trabajo; en
el otro, derivó en un mecanismo de resistencia al control por parte de los trabajadores. ¿Cómo
entender que un mismo artefacto tecnológico derive en dos resultados
diametralmente opuestos?
Otro caso que expone Kling es el de una red de entidades de asistencia social
en una ciudad de Estados Unidos que compró e instaló un sistema informático de gestión documental
con el propósito de prestar una atención más adecuada a
sus beneficiarios. Se esperaba que el sistema permitiera compartir documentos e
información entre las entidades, para no repetir procesos y así agilizar la atención.
En un seguimiento de varios años, Kling pudo evidenciar que ninguna de estas
predicciones se cumplió. Al final de su seguimiento, sin que la mejor atención hubiese llegado y
todavía realizando reprocesos entre entidades, se pudo evidenciar
que el mayor resultado estuvo en que las entidades mejoraron su imagen pública.
Al instalar el sistema fueron vistas por los asesores del Gobierno como dispuestas al
cambio y a la vanguardia tecnológica. Esta imagen les permitió conseguir recursos
por parte del Gobierno para financiarse con mayor facilidad, ya que este fue mucho
más flexible con sus exigencias a dichas entidades.
En esta misma vía, siguiendo a Edwards (1995), gran parte de la historia que
ha abonado el camino para una narración determinista tecnológica del cambio social ha tenido que ver
con el papel asignado a las tecnologías en el resultado de
las guerras. En la Segunda Guerra Mundial, la computadora británica Colossus,
desarrollada por el equipo de Alan Turing, permitió descifrar con suficiente rapidez
y precisión el código Enigma que usaban los alemanes para el cifrado de sus comunicaciones. Si, en
este caso, afirmamos que la tecnología cambió el rumbo de la
guerra, ¿qué queremos decir? Exploremos dos interpretaciones de esta afirmación.
Un sentido de la afirmación puede ser que Colossus, el artefacto, cambió el
rumbo de la guerra en tanto balanceó las fuerzas bélicas, de tal forma que los Aliados se hicieron
más fuertes y pudieron ganarles a los alemanes. En esta vía interpretativa, Colossus fue la causa de
la derrota alemana. Ahora, ¿qué explica esa capacidad transformadora del artefacto? De manera
consistente con esta explicación
causal, una explicación tecnicista y esencialista de los artefactos (Grint y Woolgar,
1997c) afirmaría que su capacidad transformadora radica en sus características técnicas y no depende
del contexto de apropiación.
Otra forma de entender la afirmación es que el uso del artefacto para descifrar el
código Enigma permitió a los Aliados conocer los planes de sus rivales y así decidir
cómo anticiparse a sus acciones. Ahora bien, ¿tener la posibilidad de entender las
comunicaciones alemanas fue la causa de que los Aliados ganaran la guerra? Si nos
atenemos a cierta historia, el equipo de Alan Turing resolvió usar dicho conocimiento sobre los
planes alemanes de una forma particular (Hodges, 2014). A partir de
un cálculo estadístico, decidieron cuáles planes intervenir y cuáles no para que los
alemanes no sospecharan que ellos habían podido descifrar Enigma. En esta narración, la máquina por
sí misma no causó ningún cambio en el rumbo de la guerra,
aunque tuvo un papel en la estrategia de los Aliados. Así, una interpretación no
esencialista y relacional (Grint y Woolgar, 1997b, 1997c; Latour, 1998a) afirmaría
que la configuración de su uso como un ejercicio relacional entre la máquina y los usuarios,
posibilitado por la presencia material del artefacto, conllevó una interpretación de su papel en la
guerra, lo que al final configuró los resultados.
Así las cosas, se puede concluir que los discursos sobre los impactos de la tecnología en la
sociedad carecen de poder explicativo para dar cuenta de los efectos que
se producen en las formas de organización social al incorporar artefactos tecnológicos. De esta
manera, la cuestión sobre cómo entender los cambios sociales a través
de tecnologías debe ser abordada desde otros enfoques. Con el fin de avanzar en esta
línea, en la siguiente sección se presenta un acercamiento desde la administración.
Discusión de una propuesta desde la administración
Dado que los discursos deterministas tecnológicos son problemáticos, la pregunta
sigue en pie: ¿cómo entender, entonces, el papel de las tecnologías, de las materialidades, en el
cambio social, en la reconstrucción de nuestras formas de relacionamiento? En contraste, algunos
acercamientos desde las disciplinas de la administración (Jasperson et al., 2005; Liker et al.,
1999) reconocen que los artefactos no
determinan los resultados y, en consecuencia, los entienden como una entre muchas otras causas del
cambio. Desde esta perspectiva, el cambio en el orden social,
ya sea a gran escala o en una empresa, deviene del adecuado ajuste entre la naturaleza técnica de
los artefactos y las características culturales de la organización. Para
lograr los resultados esperados en la organización a través de la implementación de
artefactos tecnológicos, estos acercamientos desde la administración se enfocan en
lo que se conoce como gestión del cambio, y, en consecuencia, desarrollan herramientas para
gestionar lo que suelen denominar resistencia al cambio. Desde esta
perspectiva, los resultados esperados con la introducción de una tecnología en una
organización, aun cuando no dependen del artefacto, se despliegan adecuadamente
a partir de este si las personas, los miembros de la organización, los usuarios, dejan
de poner resistencia a lo que implica el cambio de dinámicas organizacionales y
aceptan el devenir que producirá la apropiación de las tecnologías. En general,
dicha resistencia al cambio supone que hay falta de comprensión por parte de las
personas de las potencialidades del artefacto y de cómo usarlo en provecho de la
organización. Esta gestión del cambio se enfoca, entonces, en lo que consideran la
causa del problema: una supuesta falta de capacitación.
La dificultad con este enfoque de gestión del cambio radica en que supone que el
usuario de las tecnologías, al resistir al cambio, carece de la racionalidad suficiente
para comprender los usos y efectos de los artefactos, y, en consecuencia, debe ser
orientado, capacitado, instruido, sobre la verdadera realidad de las tecnologías. Esta
supuesta irracionalidad inicial que, según los gestores del cambio, se cura con la
capacitación establece una relación asimétrica entre los expertos, que sí conocen la verdad, y los
legos, que adolecen de la ignorancia. Y esto es problemático porque
desestima e invisibiliza el conocimiento de los usuarios y desvirtúa como irracionales sus motivos
de resistencia.
En contraste, autores como Sally Wyatt (2003, citada en Scranton, 2005) y
Ronald Kline (2003) argumentan que las resistencias al uso de artefactos tecnológicos conllevan una
alta racionalidad y que los discursos sobre la irracionalidad en
la resistencia provienen, sobre todo, de estrategias comerciales para favorecer el
consumo de los artefactos. En relación con las tic, Wyatt muestra que la presentación de los
no-usuarios de Internet y computadores como resistentes al cambio está
vinculada a los propósitos comerciales de las empresas productoras de hardware y
software con el ánimo de convertirlos en clientes potenciales. Así, en asocio con las
entidades gubernamentales en muchos países, sobre todo en aquellos denominados
en vías de desarrollo, dichas empresas tienen como propósito implementar estrategias para vencer la
resistencia al uso, que no es más que una táctica para construir
un mercado. De esta manera, la presentación de los no-usuarios como resistentes
al cambio no es más que una estrategia retórica y comercial.
Por su parte, Kline muestra cómo la construcción de resistencias por parte de
usuarios rurales de los servicios de telefonía, en la primera mitad del siglo xx en Estados Unidos,
conllevaba una racionalidad opuesta a la de las empresas proveedoras
del servicio, pero no por ello menos válida. En comunidades rurales de Dakota del
Norte e Indiana, una empresa proveedora de servicios de telefonía instaló una red
local, con terminales en cada casa, en respuesta a la demanda local por este servicio.
Una particularidad de la red local era que cada vez que se realizaba una llamada a
una terminal, timbraban las de todas las casas, lo cual conllevaba que se respondiera a la llamada
desde varias casas. Aunque se esperaba que una vez identificado el
destinatario de la comunicación las terminales de los otros usuarios fueran colgadas,
resultó ser que las personas se quedaban en la línea para escuchar la conversación.
La empresa proveedora del servicio entendió este uso para hacer espionaje como
una resistencia al uso adecuado de la red, e intentó bloquearlo a través de nuevos
dispositivos y desarrollos técnicos, pero durante algún tiempo los usuarios continuaron con el
espionaje. Sin embargo, más allá de la resistencia como una muestra
de incomprensión sobre el uso, el comportamiento de espionaje obedecía a un entendimiento muy
particular de las relaciones entre los miembros de la comunidad.
Antes de instalar la red telefónica había una práctica común entre los miembros de
las comunidades que consistía en visitarse unos a otros para dialogar durante largas
horas. Una vez instaladas las terminales telefónicas de la red, los miembros de las
comunidades interpretaron estos artefactos como otro medio para sus consabidas
reuniones y visitas, aunque sin tenerse que desplazar de sus casas. Así, quedarse
al teléfono aún cuando la llamada no era para ellos estaba justificado en que hacía parte de sus
visitas y formas de relacionamiento. De esta manera, el juicio sobre la
resistencia, anclada a una falta de compresión sobre el uso adecuado, resulta ser una
evaluación asimétrica de la racionalidad de los usuarios por cuanto se realiza desde
una perspectiva de control sobre el comportamiento de las personas. Dado que el
espionaje telefónico se desviaba de lo esperado por los técnicos y la empresa, pues
esas conferencias telefónicas resultaban en el desgaste prematuro de las baterías de
los repetidores de la red, se catalogaba a los usuarios como resistentes.
De esta forma, podemos afirmar que, como alternativa al determinismo tecnológico, un enfoque que
intente administrar la resistencia al cambio puede ser problemático si desconoce la racionalidad de
los usuarios que se resisten a la adopción de una
tecnología. No basta, entonces, con reconocer que los artefactos tecnológicos no producen impactos
y, así, concebirlos como una entre muchas otras variables del cambio
si se conserva un dejo tecnicista (Grint y Woolgar, 1997c) que supone que el artefacto
tiene una racionalidad incorporada y objetiva, a partir de lo cual se tilda de irracional
al que resiste. Llegados a este punto, en el siguiente apartado se esbozará un acercamiento
constructivista al problema de la relación entre tecnología y sociedad.
Antiesencialismo tecnológico y agencia material
Como resulta imperativo buscar otro enfoque para explicar los efectos de los artefactos en la
sociedad, se esbozará una perspectiva denominada antiesencialismo
tecnológico y agencia material. La primera idea, el antiesencialismo tecnológico,
propuesto por Keith Grint y Steve Woolgar (1997b), consiste en afirmar que los
efectos de las tecnologías en el cambio o recomposición de las organizaciones no se
explican apelando a una definición técnica especializada y esencialista de los artefactos, sino a
través de indagar la construcción de los significados en los usos. En
su libro titulado The machine at work, los autores, amparados en múltiples estudios
sobre apropiación de tecnologías, afirman que los efectos de un artefacto derivan
de la significación construida en el proceso de apropiación y no de la “naturaleza
técnica del artefacto”, a la que suelen apelar los ingenieros. En esta propuesta,
los artefactos no tienen una definición que determine su uso, aun cuando en su
desarrollo se inscriban en ellos significados por parte de los ingenieros, sino que su
uso será el reflejo de la construcción de significado en las lecturas que los usuarios
hagan a partir de sus posibilidades.
Para explicar los alcances de su propuesta, el antiesencialismo tecnológico propone comprender los
artefactos como si fuesen textos (Grint y Woolgar, 1997a;
Woolgar, 1991). Vistos desde esta metáfora, al igual que un texto en su proceso de
escritura, los artefactos en su proceso de desarrollo incorporan los significados que
en ellos quieren plasmar los diseñadores. Así como el escritor con sus estrategias retóricas, los
diseñadores inscriben en los artefactos pistas interpretativas para los
usuarios con la esperanza de llevarle por un significado específico. Sin embargo, al
igual que un libro en manos del lector, una vez en manos de los usuarios los artefactos pueden ser
comprendidos de maneras insospechadas por los diseñadores. Los
usuarios en su ejercicio interpretativo leen el artefacto conforme a sus posibilidades
y circunstancias: uso de artefactos previos (lecturas previas de textos similares); hipótesis
respecto de para qué son; o motivos por los cuales los deben usar, entre muchas otras cosas. Esta
propuesta tiene la ventaja de otorgar racionalidad al usuario.
Así, el antiesencialismo tecnológico llama la atención sobre el significado nunca
acabado ni determinado que pueden tener los artefactos, en tanto que, como textos,
siempre están sometidos a lecturas y relecturas que constituyen nuestros significados y, así, nuevos
artefactos.
Un ejemplo claro puede ser el caso del árbol-celular (Restrepo y Gómez, 2016).
El uso de los celulares, de aquellos resistentes a los golpes y de batería largamente
durable, que se realizó ampliamente en Colombia emergió no ya de su naturaleza
técnica, sino de un ejercicio interpretativo en una red de actores —alta informalidad laboral,
competencia de los operadores por lograr más clientes que deviene
en disminución de costos, gran cantidad de personas con línea celular pero “sin
minutos”— en que resultó tener sentido ensamblar unos terminales, a través de
cadenas, a un árbol en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, para
vender minutos. Un artefacto como el celular, fundamentalmente pensado para
ser privado, termina siendo público, y fundamentalmente pensado para ser móvil,
resulta siendo fijo. De esta manera, el uso y, sobre todo, las formas de organización
que incorporaron a los árboles-celulares no se explican por su naturaleza técnica,
sino por el proceso de interpretación. Visto desde la metáfora del artefacto como un
texto, se puede ver que la composición del árbol-celular obedece a un proceso de
lectura en el que, además de constituir este nuevo artefacto, también se compone
el contexto interpretativo.
En complemento del antiesencialismo tecnológico, la propuesta de la agencia
material evita que se caiga en el extremo del determinismo social, que puede surgir
como respuesta al determinismo tecnológico. Y es que, con el ánimo de resaltar el
carácter profundamente constructivo de los usos y efectos de los artefactos en las
formas de relacionamiento y orden social, se puede llegar a pensar que la realidad
tecnológica y social es cuestión de construcción social, y de esta manera caer en un
relativismo absoluto, en un antirrealismo desalentador que desestima la presencia
material de los artefactos.
Para conjurar esta posibilidad, la propuesta de agencia material (Latour, 1998a;
Law y Mol, 1995) propone resaltar el papel de las materialidades en la construcción
durable de los vínculos sociales. El propósito es rescatar la participación de actores no-humanos,
como las infraestructuras y las tecnologías digitales, que permiten
algunos efectos en red. Por ejemplo, un reductor de velocidad permite regular el
tráfico en una calle, pero no por su naturaleza sino por el significado que se le otorga
en esa red de interacciones: calzada-vehículos-conductores-peatones-ciclistas. No
obstante, su significado está ligado a su materialidad, es decir a su presencia material, sin la
cual no habría significado alguno. Ahora bien, un reductor de velocidad
en una calle sin tráfico, aun cuando está presente materialmente, no tendría ningún
sentido ni efecto porque estos devienen de la interpretación en red.
Visto desde la metáfora del artefacto como texto, un libro solo tendrá efecto mediante las formas de
relacionamiento que tenga con el usuario, al igual que sucede
con los artefactos. Un artefacto que no es usado no tiene ningún efecto. Pero sus
efectos no están determinados, porque podrá haber lecturas diferentes. No obstante,
su presencia material es importante ya que permite la interacción, es decir, la lectura, aunque no
la garantiza. ¿Cuántas personas tienen libros que nunca han leído?
El problema al que intenta responder la propuesta de agencia material es cómo
asignar agencia a los artefactos, esto es, cómo reconocer en los objetos materiales
una capacidad de acción y coacción sobre los otros objetos y, especialmente, sobre
los humanos, sin que esa capacidad se vea como una mera delegación por parte de
otros humanos. En el caso del reductor de velocidad, quienes critican la agencia
material (Parente, 2016) señalan que la agencia de dicho artefacto es la delegación
de un humano, el diseñador, y, en esa medida, se le critica a esta propuesta que
parece caer en una especie de antropocentrismo y, sobre todo, que su explicación
de la agencia material no es simétrica3
.
Sin embargo, conforme a la presentación que hace Latour (1998b), la agencia
de los artefactos debe verse no como un efecto de los objetivos y acciones de los
humanos, sino como un efecto de la repartición de papeles en una red de acción.
En otras palabras, la agencia, no solo de los artefactos sino de los humanos, es
un efecto de la manera como se reparten los papeles en la constitución de la red.
Así, en el caso del reductor de velocidad, la agencia del diseñador no deviene de
su condición de humano, sino de la red en que actúa, pues no cualquier humano
puede instalar un reductor de velocidad, así que su agencia depende del papel y
este de la red. Podría decirse que solo en el marco de una institución que tiene por
objetivo controlar el tráfico es que el diseñador y el reductor de velocidad cobran agencia. De esta
manera, la agencia material, esto es, la agencia de los artefactos es
simétrica con la agencia de los humanos, pues son efectos distribuidos en una red.
Conclusión
Así las cosas, para entender cómo se transforman grupos sociales, organizaciones o empresas, incluso sociedades más grandes, no resulta fructífero apelar a la concepción determinista del impacto, sino que se debe analizar, a profundidad, la racionalidad inmersa en los procesos de resistencia al uso, en las negociaciones de los significados de los artefactos, de sus papeles y sus usos, y de cómo se inscriben en redes para cumplir determinados roles. Dicho en otras palabras, hay que estudiar los procesos de construcción de los significados y los vínculos a través de los cuales se reconfigura tanto al colectivo como al artefacto. Esto último se conoce como co-construcción o coproducción (Mcloughlin y Dawson, 2003; Vinck et al., 2009; Zarama y Vinck, 2008). Es por esto que, siguiendo a Latour (1998c, 2008), puede afirmarse que tecnología es igual a sociedad, de tal forma que todo cambio técnico es un cambio social.
Notas:
1 Ingeniero industrial y filósofo, con maestría en estudios
sociales de la ciencia de la Universidad
Nacional de Colombia. Actualmente docente de la Universidad del Bosque. Correo electrónico:
hzaratear@unal.edu.co y heillerzar@gmail.com
2 Término acuñado por Klaus Schwab, fundador y director del Foro
Económico Mundial (wef) en el 2016.
3 La búsqueda de simetría fue propuesta por David Bloor (1998)
como principio metodológico para
evitar dualismos entre naturaleza y cultura, entre ciencia y sociedad, a partir de los cuales se
constituían explicaciones del conocimiento francamente asimétricas en tanto las creencias verdaderas
se explicaban por su correspondencia con el mundo, es decir como científicas, pero las falsas se
explicaban como un problema de intervención social. Luego, para evitar otros dualismos, como la
distinción entre sujeto y objeto, entre humanos y no-humanos, este principio se amplió, por lo que
se le conoce como principio de simetría extendida.
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