Artículo de Investigación
Vol 2 nº 1
El campo epistemológico de la educación como una poética del saber
The Epistemological Field of Education as a Poetics of Knowledge
Eduard Esteban Moreno Trujillo1
            
            
            
Moreno Trujillo, E.E. (2019). El campo epistemológico de la educación como una poética del saber. Humanitas Hodie, 2(1), xx-xx. https://doi.org/ 10.28970/hh.2019.1.a 3.
Resumen
                El objetivo de este texto es determinar las formas como se ha constituido el campo de la educación en
                Colombia, en el plano epistemológico. A partir de la identificación de sus principales discontinuidades
                y
                rupturas en una perspectiva que privilegia el análisis historiográfico, reflexiono sobre las
                definiciones que
                ofrece la categoría de campo, las tendencias investigativas a nivel local y los diversos desdoblamientos
                epistemológicos que han delineado su devenir como campo de estudio en el contexto nacional. De este
                modo, propongo la construcción de una suerte de topografía del campo educativo que de luces sobre sus
                nuevos horizontes de sentido. 
                Palabras clave: campo de la educación, epistemología, poética del saber, historia de la
                educación.
            
Abstract
The objective of this text is to determine the ways in which the field of
                education in Colombia has been
                constituted, at the epistemological level. From the identification of its main discontinuities and
                ruptures
                in a perspective that privileges historiographic analysis, I reflect on the definitions offered by the
                field
                category, the research trends at the local level and the various epistemological progress that have
                delineated its becoming as a field of I study in the national context. In this way, I propose the
                construction of a
                kind of topography of the educational field that lights on its new horizons of meaning.
                
                Keywords: education field epistemology, poetics of knowledge, education history.
            
Introducción
                    El objetivo de este texto es determinar las formas como se ha constituido epistemológicamente el
                    campo de la educación en Colombia. A partir de la identificación
                    de sus principales discontinuidades y rupturas en una perspectiva que privilegia el
                    análisis historiográfico, reflexiono sobre las definiciones que ofrece la categoría de
                    campo, las tendencias investigativas a nivel local y los diversos desdoblamientos
                    epistemológicos que han delineado su devenir como campo de estudio en el contexto nacional. De este
                    modo, propongo la construcción de una suerte de topografía
                    del campo educativo que de luces sobre sus nuevos horizontes de sentido. 
                    Para realizar este objetivo el texto desarrolla cuatro apartados. En el primero,
                    de corte más teórico, expongo las características de constitución del campo de la
                    educación a partir de la propuesta teórica del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
                    En el segundo apartado me centraré en la descripción de las principales tendencia
                    investigativas del campo de la educación en Colombia a lo largo del siglo xx, entendiendo que
                    dichas tendencias permitieron modelar los sentidos epistemológicos
                    del campo. Posteriormente, en el tercer apartado, realizo un acercamiento, desde
                    el interior del campo, a las relaciones conceptúales, abordando el reflujo constante
                    de los poderes y los saberes que hacen posible la aparición de diversos agentes del
                    campo epistemológico, a partir de una narración histórica. Finalmente, propongo,
                    rápidamente, una poética del saber que nos permita comprender el campo de la
                    educación como una totalidad discursiva y práctica en constante devenir. Un devenir marcado por
                    disputas, negociaciones, repliegues estratégicos, e imposiciones
                    del poder. 
                    En términos metodológicos planteo la necesidad de acudir a una poética del
                    saber a partir de la cual se constituye el campo de la educación. En otras palabras,
                    las siguientes paginas intentan estudiar “un conjunto de procedimientos literarios
                    por medio de los cuales un discurso […] se da un estatuto de ciencia y lo significa”
                    (Rancière, 1993, p. 17). En ese sentido, la poética se preocupa por caracterizar los
                    modos en que una ciencia es escrita y leída; de ahí la importancia de definir su devenir histórico
                    por medio de una narrativa que ponga en tensión los diversos actores
                    y poderes que han hecho posible las reglas y normas que validan o invalidan dicho
                    discurso científico2
                    (Rancière, 1993).
                
La constitución del campo y las definiciones conceptuales
El campo como herramienta de análisis permite pensar la forma de
                        constitución de
                        una serie de discursos que intentan describir las fronteras y pretensiones marginales de una
                        disciplina científica. Más allá de la irritante moda de su uso en el plano
                        epistemológico, la categoría de campo, en clave del trabajo intelectual del sociólogo
                        francés Pierre Bourdieu, permite evidenciar una doble lógica de configuración de
                        los discursos epistemológicos que progresivamente se han convertido en el lugar
                        común de las ciencias del hombre. Por un lado, se identifican las “reglas” de juego
                        del campo, en las que sobresalen las posiciones, las distancias, las distinciones, los
                        capitales, los habitus y las prácticas que históricamente han conformado sus discursos.
                        Por otro lado, la categoría de campo hace evidente las formas en las que el poder,
                        traducido en capitales, rebosa las prácticas y tomas de posición de los agentes que
                        actúan al interior de dicho campo. De este modo, los campos conceptuales desde
                        los cuales se prefiguran los diversos paradigmas científicos se articulan con los intereses
                        históricos, sociales y políticos de una comunidad científica específica. Aquí
                        me centraré especialmente en esta última lógica de constitución. 
                        A partir de lo anterior, desde una perspectiva histórica e institucional, el campo
                        educativo surgió en medio de un engañoso discurso filosófico a mediados del siglo
                        xix. En términos teóricos, este discurso sostuvo la importancia de la reflexión filosófica en la
                        que los teóricos pretendieron hallar los fines y objetivos últimos de la
                        práctica educativa, a partir del rescate de las teorías de los grandes pensadores de
                        occidente (Carr y Kemmis, 1988, p. 68). Sin embargo, la fuerza de este discurso
                        de pretensiones teleológicas e imperialistas se apartó de las prácticas concretas del
                        escenario escolar, para ubicar las reflexiones educativas en el intersticio que cruza
                        el poder con los ideales de una sociedad futura. De ahí el sentido engañoso de dicho
                        discurso. De este modo, la educación se constituyó epistemológicamente bajo la reproducción
                        aislada de las teorías clásicas, que desde Platón, pasando por Comenio
                        y Herbart, concibieron la formación de un nuevo hombre y de una nueva sociedad,
                        a partir de la reconfiguración de la relación hombre-conocimiento. 
                        Posteriormente, mediada por una cercanía ambigua con la construcción de las
                        ciencias, y debido al progresivo descredito de la reflexión filosófica y el auge del discurso
                        positivista, el campo de la educación empezó a medir sus fuerzas de constitución bajo la egida
                        de las ciencias aplicadas. El nuevo discurso científico tuvo como
                        principales exponentes, al interior de la educación, a la psicología conductista y la
                        sociología funcionalista. En términos generales, la teoría educativa debía realizarse
                        conforme a las normas científicas que permitían establecer leyes universales de actuación. En
                        este sentido, los problemas educacionales tenían soluciones objetivas,
                        y debían establecerse mediante los usos de métodos medibles y confiables, en los
                        cuales las categorías de verdad y objetividad mediaban el proceso de constitución
                        del campo y sus reglas. Al interior de este discurso el enfoque hipotético-deductivo
                        proponía que la ciencia debía constituirse a través de la postulación de hipótesis
                        que generaran, a partir de su constatación empírica, la formulación de leyes universales
                        expresadas en términos deductivos. Este enfoque positivista hizo posible imaginar un control
                        absoluto, por parte del investigador, de las variables y los objetos de
                        la investigación. Se creó un discurso imaginativo en el que el investigador era una
                        suerte de agente predictivo. Plegar la educación a las fuerzas positivistas implicó
                        que las “explicaciones intentaran justificar por qué ocurre cierto hecho o por qué
                        perdura cierta situación” (Carr y Kemmis, 1988, p. 79). 
                        En la década del sesenta del siglo xx se publicó el libro de Thomas Kuhn, La
                        estructura de las revoluciones científicas (1962), a partir del cual se inició un importante
                        proceso de crítica al positivismo. Por medio de un examen juicioso a las
                        formas de constitución de las ciencias, Kuhn demostró que los factores subjetivos
                        y sociales desempeñan un papel crucial en la producción y validación del conocimiento.
                        Progresivamente se atacó la idea de que el conocimiento válido era aquel
                        en el que la observación de los hechos era neutra. De este modo, y a partir de una
                        revaloración de la relación entre teoría y práctica, en el marco de la constitución
                        epistemológica de las ciencias, se estableció que las observaciones están en función
                        de la teoría, lo que significaba que la proposición de nuevas teorías dependía de
                        nuevas observaciones y viceversa. Se asumió que el conocimiento era subjetivo y
                        que se encontraba determinado por el contexto de producción. El estudio de Kuhn
                        también resaltó el aspecto social de la investigación, al determinar el papel de la
                        “comunidad científica” a la hora de validar o rechazar un nueva teoría, surgida de
                        una crisis y su posterior revolución (Kuhn, 2004; Carr y Kemmis, 1988). 
                        Ya en la década del setenta del siglo xx, la fuerza de la crítica al positivismo, y
                        el progresivo debilitamiento de las fronteras entre las ciencias sociales generó un
                        desplazamiento, pretendidamente interdisciplinar, al interior de los métodos y objetivos
                        epistemológicos de dichas ciencias. Dentro de estas se encontraban inmersas,
                        de manera confusa, las ciencias de la educación. Del objetivo de
                        explicación-predicción-control, pretendido por las ciencias nomotéticas, se pasó a reflexionar
                        en
                        torno a la triada comprensión-significado-acción. El campo educativo, encabezado
                        por la sociología de la educación se acercó al estudio fenomenológico de lo social. 
                        En este escenario el campo educativo volcó sus intereses al terreno de la etnografía
                        educativa, influenciada por las propuestas, como ya lo dije, de la fenomenología y
                        del interaccionismo simbólico (Paz, 2003, pp. 81-82).
                        En medio de las disputas por la constitución epistemológica de las ciencias de
                        la educación, inmersas en el desarrollo de las ciencias sociales y su institucionalización, el
                        hecho educativo, o, en otras palabras, la práctica educativa, desplegó sus
                        propias estrategias de observación del fenómeno. Progresivamente la pedagogía y su
                        estudio se constituyeron en el vehículo de las contingencias prácticas que surgían
                        en el contexto escolar y en las aulas. Lo pedagógico se instaló en el terreno de la
                        “mejora de una práctica” (Filloux, 2008, p. 17).
                        De esta manera, el campo de la educación se constituyó bajo una triple tensión: 1] La
                        configuración epistemológica de las Ciencias Sociales. 2] Su deseo
                        de generar conocimiento, ya fuera nomotético o fenomenológico, como parte de
                        estas ciencias. 3] Las tensiones que generaba la desatención de la práctica educativa. Si bien,
                        el objeto de este texto es el campo de la educación y su constitución
                        epistémica, cabe destacar que la relación pedagogía – ciencias de la educación,
                        a lo largo de esta corta historia de institucionalización, ha jugado diversos roles.
                        En un primer momento, la pedagogía se centró, conscientemente, en el movimiento intelectual del
                        hombre, “de su estructura o sistema de saberes, desde
                        el cual se interrelaciona consigo mismo [y] con el espacio […] en el cual habita
                        […]” (Gallego, 1995, p. 30). Posteriormente, después de un efecto complejo de
                        desplazamiento que explicaré más adelante, la pedagogía pasó a ser subordinada
                        por las ciencias de la educación, hasta quedar relegada a la mera práctica docente
                        (Zuluaga et al., 2003, p. 27). Con el trasegar de estas tensiones y la difícil
                        institucionalización de las ciencias sociales, el campo de la educación ingresó a un
                        terreno de exigentes definiciones conceptuales que rompieron su lógica de totalidad —asumiendo
                        que alguna vez la tuvo—. El campo se fragmentó entre aquellos
                        que reclamaron la pedagogía como saber específico, la didáctica como disciplina
                        de la relación de enseñanza o aprendizaje, y los intelectuales de las ciencias de
                        la educación que se apropiaron y demandaron las herramientas teóricas de las
                        diferentes ciencias sociales.
                        Estas discontinuidades constitutivas tuvieron eco, evidentemente, en las diversas formas y
                        objetos de investigación que se encontraban al interior del campo
                        educativo, de ahí que al realizar una especie de topografía de la investigación educativa se
                        pueda dar cuenta de las diversas contradicciones en y contra las cuales
                        se instituyó el campo de la educación. Sin embargo, un análisis de esa magnitud
                        desborda las intenciones de este texto e implica un ejercicio mancomunado. Por
                        tanto, en el próximo apartado presento un somero acercamiento a esa topografía de
                        la investigación educativa en Colombia durante el siglo xx.
                    
Las tendencias investigativas en educación en Colombia: una mirada al siglo xx
En Colombia, la investigación en torno al fenómeno educativo a lo largo del siglo
                    xx puede ser organizada según el trabajo de los profesores Martha Herrera y Alexis
                    Pinilla (2000), en cinco etapas determinadas por las lógicas del contexto social,
                    político, económico y cultural. Estas presentaron las siguientes lógicas: 1) reorganización
                    política; 2) constitución generacional de intelectuales; 3) racionalización del
                    sistema educativo; 4) politización de la reflexión educativa; 5) apertura del discurso
                    educativo a las condiciones impuestas por el neoliberalismo. A continuación se
                    presentarán las características de cada una de estas etapas y su implicación en las
                    formas como se reflexionó en el campo educativo. 
                    1. En la década de los treinta, con el cambio de hegemonía política, se iniciaron una serie de
                    reformas políticas que posibilitaron la constitución de un
                    estatuto docente a nivel nacional y la creación de nuevos centros educativos que se concentraron en
                    la formación de docentes. Esto permitió que
                    el fenómeno educativo fuera ubicado, paulatinamente, en la agenda de los
                    estadistas de turno. En el marco de una relativa modernización, y debido
                    a la emergencia de nuevos actores sociales como la clase obrera, los técnicos y la clase media, las
                    reflexiones educativas se alejaron de los discursos
                    meramente pedagógicos y se empezaron a preocupar por las relaciones más
                    amplias entre educación y sociedad. En este punto las relaciones entre las
                    disciplinas de las ciencias sociales y las reflexiones educativas se fortalecieron. Ya no solo
                    importaban el cómo y el qué se enseña a los estudiantes, sino
                    también el para qué. En este periodo el país se abrió a la recepción de nuevas
                    tendencias pedagógicas que modelaron las investigaciones educativas y que
                    pretendieron dar cuenta de la nueva situación social (Ríos, 2012). 
                    2. De esta “nueva” preocupación, y dadas las condiciones ofrecidas por las escuelas normales que
                    intentaron ampliar el conocimiento rudimentario del
                    pasado, surgió una generación3
                    de intelectuales4
                    que fortalecieron el estudio
                    social e incentivaron los procesos formativos de nuevos investigadores sociales. En este periodo se
                    puede hablar de la gestación de las condiciones
                    preformativas de la investigación educativa. Se trató principalmente de la
                    llegada de las disciplinas de las ciencias sociales por medio de su estudio. De
                    hecho, muchos de los intelectuales que se formaron o impartieron clases en
                    la escuela normal superior tuvieron la posibilidad de ampliar sus estudios en
                    el exterior, hecho que marcó un cosmopolitismo novedoso al estudio de los
                    fenómenos sociales del país.
                    3. Entre la década de los cincuenta y los sesenta se inició un “proceso de racionalización del
                    aparato educativo” (Herrera y Pinilla, 2000, pp. 283-314).
                    En este periodo el Estado salió a la búsqueda de “misiones extranjeras” que
                    determinaran el camino de los procesos educativos nacionales. Durante esta
                    etapa las reflexiones acerca del fenómeno educativo se vieron influenciadas
                    por el modelo tecnocrático, en el que se pensaban los procesos educativos
                    bajo las lógicas de la fábrica. Sin embargo, más allá de la estructura y organización de la
                    institución escolar, el propósito se centró en comprender la
                    manera como los procesos educativos podían contribuir al afán de desarrollo
                    de las sociedades del tercer mundo. En este escenario, los estudios estuvieron orientados hacia la
                    sociología y la economía educativa (Herrera y Pinilla,
                    2000, p. 285). 
                    4. En la década de los ochenta, el acercamiento a los procesos educativos tomó
                    rumbos diferentes debido a la pluralización de los actores sociales que participaron en el proceso
                    educativo y a la relativa toma de conciencia de su
                    condición. Tanto el movimiento estudiantil como el docente se comprometieron con el debate nacional
                    sobre la educación. El movimiento popular,
                    que arrastraba sus fuerzas desde 1977, jalonó una discusión amplia y crítica
                    sobre la relación sociedad-educación y docente-estudiante. A este convulsionado contexto social se
                    sumó la implantación “excesiva” de antiguos y
                    nuevos discursos teóricos que pretendieron dar cuenta de las relaciones de
                    poder inmersas en las prácticas educacionales. El marxismo, la teoría crítica
                    y la perspectiva foucaultiana se encontraron en el horizonte epistemológico
                    de las ciencias de la educación. En este periodo apareció el llamado movimiento pedagógico, en el
                    cual convergieron los investigadores, los maestros
                    sindicalizados y los maestros de la base (Herrera y Pinilla, 2000, p. 286).
                    Este movimiento, por medio de la revista Educación y Cultura, incentivó los
                    estudios críticos del discurso tecnocrático de la época, además de estimular
                    las reflexiones sobre los fenómenos educativos, en las que se rescató el papel
                    cultural del quehacer docente (Herrera y Pinilla, 2000, p. 287). Además, se
                    configura lo que en la siguiente sección abordo como “el auge de la crisis” de
                    las reflexiones epistemológicas sobre el campo de la educación.
                    5. Con el paulatino desvanecimiento de la unión docente y el inevitable cambio generacional, el
                    discurso de resistencia que alumbró los estudios y las
                    reflexiones educativas de la década de los ochenta le dio paso al renacimiento de los enfoques y
                    discursos tecnocráticos. Sin embargo, en este resurgimiento, los enfoques se alejaron de las
                    percepciones clásicas de la escuela
                    taylorista y se alimentaron de un nuevo vocabulario que se infiltró con una
                    facilidad pasmosa en las principales investigaciones educativas, especialmente las provenientes de
                    los entes institucionales. Palabras como calidad,
                    competencia, gestión y ganancia se convirtieron en lugar común. Si bien desde este periodo la
                    investigación educativa se pluralizó, dando paso a la investigación sobre la enseñanza disciplinar,
                    todos los ejercicios fueron mediados
                    por el nuevo discurso de medición de la calidad. A esta situación se suma
                    la proliferación de diplomados, especializaciones y maestrías en educación
                    que masifican la reproducción, pero poco han aportado a las discusiones
                    epistemológicas del campo.
                    Por otro lado, no se puede desconocer que en los últimos treinta años, desde
                    algunos centros educativos de larga tradición investigativa, han surgido importantes
                    trabajos, especialmente en el campo histórico, desde los cuales se reflexiona sobre
                    el fenómeno educativo y sus relaciones con la sociedad ampliada. En el mismo
                    sentido, se destacan los trabajos que en su momento hizo el Grupo Historia de la
                    Práctica Pedagógica, en cabeza de la profesora Olga Lucia Zuluaga, en torno a las
                    discusiones epistemológicas. De la misma manera sobresalen los apuntes hechos
                    sobre el tema por el profesor José Iván Bedoya (2005 [1987]).
                    Los antecedentes de esta propuesta se remiten a una serie de relaciones, en
                    algunos periodos veladas y en otros evidentes, entre el fenómeno educación —y
                    sus vínculos de subordinación— con el contexto social, político y económico que
                    posibilitaron y determinaron su devenir. Si bien en la actualidad se ha descuidado
                    la discusión epistemológica de las ciencias de la educación, privilegiando el estudio
                    de corte didáctico y pedagógico, es evidente que muchos problemas actuales del
                    sistema educativo necesitan la proposición de un debate profundo sobre la manera
                    como históricamente hemos asumido el telhos educativo. Este debate no podrá ser
                    planteado sin una mirada epistemológica del campo que permita aclarar la relación
                    educación-sociedad, de ahí que este ejercicio crítico parta de la idea de rescatar los
                    debates epistemológicos sobre el fenómeno educativo.
                
Un intento de topografía epistemológica del campo de la educación5
Según lo anterior, la constitución epistemológica de un campo determinado de la
                    ciencia no se aleja de las tensiones sociales y políticas que presenta la coyuntura
                    dentro de la cual se realiza. Así, la composición discursiva en torno a la cual se reúne una
                    comunidad científica, un campo intelectual o una red de investigadores en
                    particular responde a las rupturas y continuidades de las prácticas que la sustentan,
                    las cuales se asumen como su versión teórica y reflexiva. Además de las condiciones
                    de posibilidad histórica que abrigan la configuración de un discurso epistémico, se
                    encuentran las formas de constitución de los sujetos que movilizan y deconstruyen
                    dicho discurso. El reflujo constante de los poderes y saberes hace posible la aparición de diversos
                    agentes del campo epistemológico que, en este caso, se configuraron bajo la tensión entre el sujeto
                    académico y el intelectual comprometido. 
                    El abordaje de la educación, la pedagogía y la didáctica, desde sus relaciones
                    y rupturas epistemológicas, implica reflexionar no solo sobre los discursos académicos que se
                    crearon a su alrededor (aquí se habla de la constitución de campos
                    conceptuales), sino también sobre las condiciones de posibilidad histórica en las
                    que dichos discursos se materializaron y sobre los sujetos que los movilizaron. Esta
                    reflexión se sitúa en el campo de la narración histórica (poética del saber) como mecanismo de
                    acercamiento al devenir constitutivo de un campo epistemológico que
                    tuvo su razón de ser en los procesos de enseñanza o aprendizaje y en la búsqueda
                    identitaria del maestro.
                    De este modo, es importante —como lo dije en la introducción— estudiar las
                    formas como se han constituido las fronteras y los intercambios del discurso epistemológico de la
                    educación, la pedagogía y la didáctica. Para ello, se toma como
                    punto de inflexión la historia de conformación de un “campo conceptual” que tuvo
                    una transformación radical hacia la década de los ochenta del siglo xx. A esto se
                    suma un análisis del sujeto intelectual con el fin de comprender las mutaciones y
                    tensiones que establecieron las posiciones de intelectuales y académicos al interior
                    del campo discursivo de la educación y la pedagogía local.
                    No es de mi interés hacer una historia profunda o de larga duración de los
                    procesos de constitución de los campos epistemológicos y de los intelectuales que
                    los agenciaron. Por el contrario, pretendo hacer énfasis en las discontinuidades que marcaron el
                    discurso epistemológico a partir de dos abordajes: 1) la coyuntura
                    histórica y las condiciones de posibilidad en las que se dio el auge de composición
                    epistemológica del campo educativo y pedagógico; 2) el estudio de las tesis discursivas que
                    intentaron dar cuenta de la crisis con la que fue asumida la constitución
                    epistemológica del campo de la educación y la pedagogía en Colombia durante los
                    últimos treinta años.
                
Lo histórico
El punto de inflexión histórica en el cual convergieron los discursos epistemológicos de la
                    educación, en sintonía con las pretensiones de la lucha social de los maestros y los sectores
                    populares del país, fue el periodo 1980-1991. Esta coyuntura
                    arrastró un sinnúmero de sentimientos sociales, políticos, económicos y culturales
                    que se materializaron en la acción directa de los sectores populares. Estos últimos
                    pretendieron modificar sus difíciles condiciones de existencia a partir de la defensa
                    de proyectos políticos que reivindicaban lo social. De este modo, empujados por
                    los ejemplos revolucionarios del continente y el reflujo de las fuerzas políticas del
                    país, los trabajadores de las urbes, los estudiantes y los campesinos iniciaron una
                    resistencia activa. Durante estas décadas, que se podrían asumir como una fiesta de
                    pobres (Ayala, 2003) por la acción representativa de la utopía y el optimismo de la
                    voluntad que cayó en las lógicas aciagas del desarrollismo promulgado por la elite
                    política, los diversos sectores sociales del tercer mundo lucharon por una democracia libre de las
                    presiones de los imperialismos (Ayala, 2003, p. 320). 
                    Estas resistencias fueron arrastradas hasta la configuración de un movimiento
                    social para el cual el escenario educativo y pedagógico empezó a ser importante,
                    debido a la andanada de políticas neoliberales y tecnocráticas que buscaron direccionar el
                    desenvolvimiento de las prácticas educativas del país. El movimiento
                    nacional fue liderado por la acción organizativa de la Federación Colombiana de
                    Educadores (Fecode), que se presentó como el gremio obrero más fuerte, organizado y consciente de
                    su papel en el escenario político (Acevedo, 2013). Al finalizar la década de los setenta y comenzar
                    los ochenta, el magisterio luchaba en dos
                    frentes: a nivel gremial le importó “la unificación del régimen salarial, prestacional
                    y profesional, la definición del estatuto docente, [y] la creación del fondo nacional
                    de prestaciones” (Cardona, 2005, p. 46); a nivel político y social, le preocupó la
                    defensa de la educación pública y la reivindicación del sujeto docente como trabajador de la
                    cultura (Cardona, 2005; Tamayo, 2006). Progresivamente, impulsados
                    por la pretensiones reformistas del Ministerio de Educación Nacional (men), que
                    concebían al maestro como mero reproductor acrítico, al cual solo le incumbía la
                    administración de un currículo creado por los “técnicos del ministerio” (Tamayo, 2006, p. 102),
                    Fecode se vio en la necesidad de “movilizar intelectualmente a los
                    maestros colombianos” (Tamayo, 2006, p. 106).
                    Dicha movilización intelectual del magisterio incentivó el acercamiento de los
                    académicos de las facultades de educación del país a las prácticas de los docentes
                    de base, articulando un discurso que pretendió revalorizar el saber del docente en
                    el marco de la pedagogía como disciplina fundamental de las ciencias de la educación, fenómeno que
                    además hizo posible la relación educación-epistemología-política como organismo o movimiento capaz
                    de interpelar al poder político del men a
                    partir del Movimiento Pedagógico Nacional.
                    En este escenario se crearon comunidades científicas, las cuales intentaron levantar un paradigma
                    pedagógico que partía de la inherente crisis del campo. Así,
                    aparecieron tres escenarios de socialización que, aunque convergieron con las intenciones del
                    Movimiento Pedagógico, articularon discursos epistemológicos en torno
                    a la enseñanza que de algún modo se alejaban entre sí. Aunque estos discursos no
                    pueden ser asumidos como opuestos, pues en algunos casos se les podría asimilar
                    como complementarios, sus postulados y estructuras internas fueron disímiles. Es
                    en ese espacio de diferenciación discursiva en donde intentaré buscar las fronteras
                    y los intersticios epistemológicos de la educación, la pedagogía y la didáctica.
                    Los grupos o redes de socialización intelectual a los que haré referencia, siguiendo la propuesta
                    del profesor Alfonso Tamayo (2006), son: 1) el grupo de investigaciones sobre la “historia de la
                    práctica pedagógica en Colombia” coordinado
                    por la profesora Olga Lucía Zuluaga en la Universidad de Antioquia; 2) el grupo
                    de investigaciones sobre la “enseñanza de las ciencias” coordinado por el profesor
                    Carlo Federicci en la Universidad Nacional; 3) el grupo de investigaciones sobre
                    “el campo intelectual de la educación en Colombia” liderado por el profesor Mario Díaz Villa de la
                    Universidad del Valle. Estas redes académicas, constituidas en
                    torno a grupos de investigación, tuvieron como propósito incentivar una serie de
                    debates que iban desde la reflexión colectiva sobre la identidad y el papel cultural
                    del educador, hasta la búsqueda de alternativas pedagógicas que hicieran contrapeso a las propuestas
                    del men en la década de los ochenta y los noventa (Tamayo,
                    2006, p. 104).
                
Lo epistémico
Para abordar las relaciones epistemológicas que se han construido al interior de los
                    discursos de los campos de la educación, la pedagogía y la didáctica, a partir de las
                    redes académicas descritas, partiré de una progresiva presentación dialéctica de los
                    postulados anteponiendo tesis. Así, a una tesis [A] propuesta por estos grupos de
                    investigación, opondré una tesis [B] que pretenderá refutar o profundizar dicha tesis [A]. Antes de
                    iniciar el análisis, es importante advertir que todas las tesis propuestas
                    por las redes de académicos partieron de un elemento común: asumieron, ya sea
                    explícita o implícitamente, que los discursos epistemológicos darían respuesta a un
                    campo en crisis. Bajo esta perspectiva, los debates en torno a la configuración de campos
                    narrativos de la educación y la pedagogía partieron de la afirmación de su crisis. 
                    Ya sea por las emergencias de la coyuntura social y política en la que se inscribió
                    la reflexión epistemológica o por la necesidad de generar mecanismos de ruptura con
                    los discursos clásicos en torno a las ciencias de la educación y la pedagogía, lo cierto
                    es que la poética del saber educativo que se construyó en los últimos treinta años se
                    basó en la crisis del campo. Pero ¿cómo comprender dicha crisis? Y ¿en qué consistió
                    la crisis? Las respuestas serán expuestas al abordar las tesis que las comunidades y
                    redes de académicos intentaron elaborar a partir de sus búsquedas conceptuales. 
                    Por el momento basta decir, intentando una suerte de hipótesis, que la crisis,
                    para el caso de este texto, será asumida como un estado de cosas —una situación—, que se presentó
                    en dos planos: el político y el epistémico, y que permitió
                    movilizar —guardando las proporciones— reflexiones y acciones que articularon la
                    crítica y las pretensiones de transformación del campo educativo en su conjunto.
                    En el plano político, la crisis emergió de la tensión que generaron las luchas del
                    magisterio frente a las políticas laborales regresivas del Estado y a las reformas educativas que
                    despojaban a los docentes de su capital cultural y simbólico al convertirlos
                    en meros reproductores del currículo. En este terreno, la crisis invocó la pregunta
                    por el futuro y se instaló en la lógica crítica-crisis-transformación. Evocando el sentido
                    que Koselleck (2009) le da a la categoría de crisis, la tensión descrita, que puede ser
                    asumida como una tensión entre moral y política debido a la separación del Estado y
                    la sociedad (Koselleck, 2009, p. 111), permitió la configuración de un escenario propicio para la
                    crítica al Estado desde diversos sectores sociales. En el mismo sentido, y
                    como se dijo en párrafos anteriores, la crítica y la crisis abrieron la vía para pensar el
                    futuro desde el optimismo de la voluntad. El futuro podía ser transformado. 
                    En el ámbito epistemológico, la crisis sobrevino por el desgaste de los discursos
                    pedagógicos y educativos clásicos. Al estilo de las crisis descritas por Thomas Kuhn
                    (2004), el periodo al que se hace referencia estuvo precedido por una profunda
                    “inseguridad profesional” (p. 114). Debido a la aceleración de los tiempos y las transformaciones
                    tecnológicas a las que asistía la sociedad, los enigmas de los paradigmas
                    clásicos de la pedagogía y la educación empezaron a quedar sin respuesta, fenómeno
                    que exigió que un número mayor de académicos de la educación aceptaran las necesidades de
                    transformación del campo educativo que se asumía como científico.
                    Finalmente, y siguiendo de nuevo a Kuhn (2004, p. 127), “el significado de las crisis
                    es la indicación […] de que ha llegado la ocasión para rediseñar las herramientas”,
                    tarea a la que se dieron las redes de investigadores que pretendo estudiar. 
                    Tesis [A]: la crisis del campo de la pedagogía se presentó por la interpelación que
                    “los medios, la informatización del aula [y] la inteligencia artificial” hacían a la pedagogía
                    (Zuluaga y Echeverri, 2003). Además, como ya lo dije, se dio por el desgaste
                    de los grandes metarrelatos pedagógicos, que ya no daban cuenta de las exigencias
                    de un contexto que se decía globalizado.
                    En este escenario, un grupo de académicos de la Universidad de Antioquia, la
                    Universidad Pedagógica Nacional y la Universidad del Valle se reunió con el fin de
                    elaborar y construir un campo conceptual que diera a las prácticas pedagógicas “un
                    contenido profundo y un sentido universal” (Grupo Historia de la Práctica Pedagógica, 2003). Se
                    pretendía crear elementos conceptuales que permitieran, en medio
                    de la crisis, hacer traducibles las prácticas educativas a un lenguaje epistemológico.
                    En el marco de constitución de una poética del saber, entendida como la puesta en
                    marcha de procedimientos literarios por medio de los cuales un discurso se sustrae
                    a la literatura para dotarse de un estatuto científico —sin desconocer su naturaleza
                    poética (Rancière, 1993)—, el grupo asumió la crisis de la pedagogía en el marco
                    de un desplazamiento epistémico, en el cual la pedagogía se configuró en una mera
                    herramienta práctica de los discursos educativos más amplios. 
                    Según los académicos nucleados en el Grupo de Historia de la Practica Pedagógica (ghpp):
                    La pedagogía, por efecto de las ciencias de la educación, no sólo se
                    atomiza, sino que se le asigna un papel subalterno definiéndola como
                    una región […]; al interior de éstas queda reducida a los procesos que
                    se verifican en el salón de clase, atrapando todas las conceptualizaciones entre las paredes del
                    aula. (Zuluaga et al., 2003, p. 24)
                    La crítica del ghpp se concentró en la necesidad de superar la crisis de la pedagogía a partir del
                    reconocimiento de “la capacidad articuladora del concepto de
                    enseñanza [al] colocar la práctica de la enseñanza como el campo aplicado de pedagogía en el cual
                    se encuentra la didáctica” (Zuluaga et al., 2003, p. 29). Si bien
                    esta definición es problemática dada la concepción de una epistemología posible
                    de intersticios y conexiones como la que pretendo defender, la investigación macro
                    que adelantó el ghpp y los subgrupos de apoyo hizo posible advertir la complejidad
                    y la necesidad de conceptualizar la práctica docente.
                    A partir de la aceptación de la crisis de la pedagogía como disciplina científica,
                    el grupo inició la compleja tarea de cartografiar la manera como se constituye el
                    campo conceptual de la pedagogía en Colombia. Para esto, asumió la tarea de “captar el entramado
                    actual en el cual se encuentran los objetos y conceptos del saber
                    pedagógico” (Zuluaga y Echeverri, 2003, p. 117), tarea que exigió preguntarse por el campo
                    conceptual de la pedagogía desde las “nuevas” posibilidades que ofrecían las
                    construcciones teóricas de intelectuales como Foucault, Bourdieu, Bernstein y otros
                    más, que “rompían” relativamente con las teorías clásicas de la sociología y la filosofía de corte
                    marxista o estructuralista de la época (Zuluaga, Sáez y Caruso, 2005).
                    Según el trabajo realizado a lo largo de tres décadas por el ghpp, el mapa topográfico del campo
                    conceptual de la pedagogía (ccp) se constituyó a partir de tres
                    líneas de fuerza que fracturan y trazan las fronteras de exterioridad e interioridad
                    del campo pedagógico (Saldarriaga, 2015, p. 44). Estas tres líneas de fuerza se establecen como
                    bloques de discursos que provienen del exterior, de un espacio poroso
                    entre interior y exterior, y, finalmente, de los discursos que se originan en el interior
                    del campo pedagógico.
                    Partiendo del desplazamiento que el discurso educativo hizo de lo pedagógico, la
                    primer línea de fuerza que afectó y constituyó el ccp está compuesta por aquellos
                    discursos que vienen de “afuera”, y que tienen que ver con “los mecanismos de
                    gestión, administración y gobiernos de la enseñanza en cuanto aparato […]” (Saldarriaga, 2015, p.
                    47). Así, la preocupación del estudio radica en la manera como,
                    de algún modo, estos discursos implicaron la inserción en la escuela de categorías
                    como “imposición, importación, apropiación o recepción” (Saldarriaga, 2015, p.
                    48), que en últimas ponen en peligro la autonomía relativa del ccp. 
                    De todos los discursos que, desde afuera, pretenden imponer o proponer a la
                    pedagogía sus objetivos, saberes y sujetos, el de mayor impacto ha sido el de las
                    competencias, concepto que arrastra otros como “calidad de la educación”, “cobertura educativa”,
                    “evaluación de la educación”, “metas”, “desafío” y “gestión”, que
                    se constituyen en aparatos o dispositivos colonizadores (Saldarriaga, 2015, p. 49).
                    En el mismo escenario, el discurso de las tecnologías de la información y la comunicación (tic) y
                    su relación con el campo pedagógico es asumido como exterior
                    o exógeno del ccp. De esto se dice que “aunque el impacto de las tic ha producido
                    nuevo saber pedagógico, el efecto viene de afuera […]” (Saldarriaga, 2015, p. 51).
                    Esta relación implica la aparición de cinco factores al interior del campo pedagógico: 1) el
                    escenario de la ingeniera de sistemas como campo de saber técnico;
                    2) la comunicación social; 3) la constitución de políticas estatales que incentivan
                    el uso de las tic en el escenario escolar; 4) la tecnología educativa y su discurso
                    pedagógico materializado en las teorías cognitivistas que produjeron las reformas
                    curriculares; y 5) el paulatino aumento del papel de la empresa (Saldarriaga, 2015,
                    pp. 51-52).
                    Otro ejemplo de discursos endógenos son los propósitos que entidades territoriales como la ciudad
                    le han empezado a adjudicar a la escuela. La formación
                    ciudadana, con todos sus propósitos, moviliza un conjunto de saberes que no eran
                    propios del escenario escolar. Al interior de este tipo de discursos priman unas “prácticas de
                    gestión empresarial de la escuela, que generan intervenciones administrativas, financieras y
                    arquitectónicas para producir efectos de […] calidad,
                    eficacia y cobertura” (Saldarriaga, 2015, p. 55). Finalmente, el estudio liderado
                    por el ghpp sostiene, según los informes producidos por los subgrupos de investigación, que este
                    discurso que genera tensión desde el “afuera” del ccp se relaciona
                    directamente con el campo de la educación, entendida como gestión educativa
                    (Saldarriaga, 2015, p. 55).
                    Posteriormente, desde un complejo escenario en el que se intenta establecer una
                    conexión entre el interior y el exterior del ccp, el ghpp ubica a las ciencias de la educación como
                    bisagra. Al respecto, el profesor Oscar Saldarriaga (2015) afirma que
                    Las ciencias de educación son la exterioridad del campo de la pedagogía, pues hacen de esta su
                    terreno de instrumentalización y objetivación. Pero ahora aparece más claro que esta ciencia no
                    juega en el
                    mismo tipo de exterioridad que el discurso globalizador de la educación. (Saldarriaga, 2015, p.
                    57)
                    En este sentido, las ciencias de educación representan las herramientas conceptuales que han
                    posibilitado la recepción y apropiación de las diversas teorías transnacionales de la educación.
                    Así, asumiendo a las ciencias de la educación como instrumentos para la apropiación teórica que
                    permitieron la reflexión epistemológica
                    en torno a la existencia o no de un ccp, el ghpp constituyó, en la frontera porosa de
                    las ciencias humanas y la pedagogía, una especie de “poética del saber”, constructo
                    narrativo dentro del cual la pedagogía como saber propio de un sujeto cambiante
                    —maestro/docente/profesional— es susceptible de ser aprehendida y delimitada.
                    Al interior de esta relación compleja entre lo propio y lo ajeno, se presentaron
                    dos fenómenos que, a mi modo de ver, fueron posibles gracias a la inmanencia
                    relacional que abren las ciencias humanas en el escenario pedagógico: primero, la
                    superación discursiva de la crisis epistemológica del ccp, al modo de la revolución
                    científica propuesta por Kuhn, guardando las proporciones; segundo, esta relación
                    sirvió de puente para acortar la brecha entre las reflexiones de la academia y la cotidianidad de
                    las escuelas, en el marco de la movilización intelectual impulsada por
                    el Movimiento Pedagógico.
                    La tercera línea de fuerza del ccp se centró en la búsqueda de elementos propios de la pedagogía
                    como intermediación entre el saber y el aprendizaje. Para esto
                    se identificaron por lo menos dos discursos que se destacaban por dotar al campo pedagógico de una
                    “relativa autonomía” a partir de la postulación de temáticas
                    y objetos de investigación, redes de comunicación, reglas, convenciones sociales,
                    programas y prácticas comunes, al estilo propuesto por Bourdieu (2002).
                    Aquí se identifica, en primer lugar, el discurso construido por la educación popular como proyecto
                    político-pedagógico. Desde esta experiencia local (latinoamericana) se establecieron categorías,
                    metodología y saberes propios que motivaron
                    una pedagogía que pretendía constituir un nuevo sujeto transformador. Del mismo
                    modo, se destacan los discursos de enseñanza de las ciencias que, a partir del abordaje de los
                    problemas didácticos, se han lanzado a la tarea de producir conceptos
                    pensados desde las experiencias locales (Saldarriaga, 2015, pp. 61-65).
                    Tesis [B]: si bien el panorama presentado en relación con la crisis de la pedagogía como campo
                    conceptual contiene, inherentemente, múltiples rupturas que
                    escapan a la forma lineal que he intentado narrar, la presentación que hace el profesor Saldarriaga
                    de las reflexiones teóricas que se han realizado a partir del trabajo
                    pionero del ghpp obliga a establecer algunas ideas que se oponen a una visión
                    maniquea de interioridad y exterioridad. De este modo, la tesis que planteo para
                    abordar esta constitución es la relación dialéctica que se puede establecer entre
                    crítica-crisis-transformación.
                    Después de la puesta en escena de las diversas investigaciones que intentan
                    dar cuenta del complejo entramado de lo pedagógico, reflexionar sobre ello a nivel
                    local invita a pensar que las fuerzas que han moldeado —de múltiples maneras— el
                    ccp se involucran en un ejercicio que, en las décadas de los ochenta y noventa en
                    Colombia, permitió que la crítica de un estado de cosas llevara a la crisis política
                    y epistémica del campo, produciendo nuevos horizontes de sentido. Aquí hago referencia a un
                    movimiento dialéctico que no permitiría el avance de la reflexión a
                    menos que existieran discursos “externos” que provocaran la crítica y la posterior
                    crisis de un campo. Así, los llamados a la reivindicación política e intelectual de los
                    maestros frente a los discursos globalizadores que instrumentalizaban el acto pedagógico abrieron
                    la puerta para la crítica del sistema. Pero esta solo fue posible por
                    la vía de la movilización intelectual de un colectivo singular (los maestros) que dio
                    cuenta de la crisis epistémica de su quehacer. Esto llevó a “producir un trabajo conjunto entre los
                    cultores de la pedagogía como saber erudito y los cultores de la pedagogía como saber práctico,
                    experiencial y profesional” (Saldarriaga, 2015, p. 69),
                    a partir del cual fue posible imaginar una futura trasformación desde la apropiación
                    y postulación de discursos que rescatan las ciencias de la educación y las didácticas
                    propias del campo pedagógico. Planteo, entonces, la necesidad de superar la tesis
                    exterioridad/interioridad para establecer un efecto de totalidad conceptual basado
                    en la lógica dialéctica entre crítica-crisis-transformación del campo epistemológico
                    de la pedagogía en un momento histórico particular, dialéctica que se convirtió en
                    el motor de constitución de un ccp inacabado.
                    Tesis [A]: la crisis del campo educativo, en la forma como fue abordada por los
                    trabajos del profesor Mario Díaz Villa (1993), deviene de la relación que el Estado y la sociedad ha
                    construido con la educación en el marco de un complejo proceso
                    de modernización que no ha implicado la modernidad del sistema. En este marco,
                    la crisis de lo educativo, reflejo de la crisis de la modernización en el contexto local,
                    generaron discursos críticos y luchas por la legitimación de los conceptos pedagógicos, que
                    provocaron la trasformación del campo intelectual de la educación (cie) en
                    el país. En el ínterin de esa transformación (década de los ochenta del siglo xx), se
                    develó el lugar subordinado que ocupa la reflexión pedagógica y educativa al interior
                    del campo intelectual, lo que a su vez reveló el hecho de que la reflexión educativa
                    fuera un asunto vago (Díaz, 1993, p. 7). Para superar esta situación se propone la
                    necesidad de construir “una gramática descriptivo-analítica de los acontecimientos
                    pedagógicos” (Díaz, 1993, p. 7) a partir de la descripción del cie.
                    Para comprender la discontinuidad y las contradicciones propias de un campo
                    intelectual, se plantea la posibilidad de constituir una gramática descriptiva de los
                    acontecimientos pedagógicos al interior de un campo intelectual que es susceptible
                    de ser analizado y emplazado. Según el profesor Díaz, para la década de los ochenta,
                    este campo se caracterizó por agenciar una creciente independencia en relación
                    con las matrices disciplinarias de las ciencias sociales a partir de la producción y reproducción
                    de discursos pedagógicos locales (Díaz, 1993, p. 11). En última instancia, el trabajo sobre la
                    configuración del cie no pretende superar una situación real
                    de crisis, sino dar un lugar a los conflictos a partir de la delimitación de las fuerzas
                    que actúan en dicho campo. Al respecto, el profesor Díaz afirma que su interés en
                    el campo intelectual de la educación
                    Se restringe a la necesidad de explicar la aparición de un conjunto de
                    posiciones, perspectivas y prácticas alternativas macro y micro que
                    han generado la imagen de transformación, innovación, renovación o
                    cambio en el campo educativo, en un marco de crisis y reorganización
                    de la educación colombiana […]. (Díaz, 1993, p. 43)
                    La categoría de campo permite identificar las oposiciones dominante/dominado
                    que se presentan al interior de los escenarios de reflexión educativa, que, además,
                    determina los efectos de producción y reproducción que agencian los discursos
                    sobre educación (Díaz, 1993, p. 13). Así, con el objetivo de marcar las rupturas y
                    luchas que se generan al interior del campo, se ponen en juego tres escenarios capaces de
                    controlar, producir y reproducir sus reglas de juego internas: 1) en un plano
                    más amplio, en el cual se emplaza el cie, se encuentra el campo de control simbólico
                    (ccs), que se entiende como “los medios por los cuales se asigna a la conciencia una
                    forma especializada mediante formas de comunicación que descansan en una distribución del poder y
                    en categorías culturales dominantes” (Bernstein, 1988, citado en Díaz, 1993, p. 15). Este campo de
                    control asegura la reproducción cultural de
                    una sociedad determinada a partir de la puesta en escena de un conjunto de agentes y agencias
                    especializadas (Díaz, 1993). 2) Se postula al cie como un subcampo
                    del ccs. El cie se refiere a las posiciones, oposiciones y prácticas que surgen de
                    la producción discursiva. 3) Finalmente, se postula el campo pedagógico como un
                    subcampo subordinado al cie que se encarga de la reproducción del discurso creado
                    al interior de este.
                    El factor central de esta reflexión es el sujeto intelectual como agente movilizador de las
                    diversas fuerzas que luchan por la acumulación del capital simbólico
                    que diseña y reorganiza las lógicas del campo. Según Díaz (1993), los campos de
                    la educación y la pedagogía presentan la interacción, en el marco de la diada dominante/dominado,
                    de dos tipos de intelectual: el productivo, aquel que genera
                    conocimiento al interior del cie, y el reproductivo, propio del campo pedagógico. La
                    comprensión de la interacción de estos actores con las construcciones discursivas
                    del campo y la lucha por su monopolio permite entender las diversas posiciones de
                    los agentes en relación con los discursos que pretenden ser hegemónicos o aquellos
                    que se afirman como críticas, contestatarias y de resistencia (Díaz, 1993, p. 39).
                    El intelectual productor es aquel que genera discursos teóricos o políticos en el
                    cie. Estos discursos de apropiación de las diferentes teorías configuran el camino
                    que los intelectuales reproductores llevan al interior de su práctica escolar. Por obvias razones,
                    el intelectual al que hace referencia Díaz se encuentra inmerso en un
                    “sistema intelectual moderno” conformado por instituciones como universidades,
                    establecimientos de investigación científica, publicaciones, bibliotecas y los productos culturales
                    generados por tales instituciones (Díaz, 1993, pp. 20-21). 
                    Las funciones de este tipo de intelectual se pueden condensar en dos posicionamientos: por un lado,
                    están las funciones críticas que lo configuran, llevando
                    la definición al extremo en “la conciencia crítica del campo pedagógico”; por otro
                    lado, se encuentran las funciones tecnocráticas, que aseguran el funcionamiento
                    del sistema educativo y se centran en el desarrollo técnico del campo (Díaz, 1993,
                    pp. 25-26). 
                    El intelectual reproductor es aquel que reproduce los discursos teóricos creados
                    por el intelectual productor. A partir de una división elemental del trabajo intelectual, el
                    intelectual reproductor se ubica en la frontera entre los discursos y las prácticas de
                    transmisión-reproducción (Díaz, 1993, p. 30). Aquí se puede ubicar a los
                    “docentes de base”, quienes, a partir de sus prácticas cotidianas en el aula, ponen en
                    juego “los procedimientos, estrategias y acciones que prescriben la comunicación, el
                    acceso al conocimiento [y] el ejercicio del pensamiento” (Díaz, 1993, p. 31). 
                    A partir de la propuesta del profesor Mario Díaz, se puede sostener que las fronteras
                    epistemológicas entre lo educativo, lo pedagógico y lo didáctico se encuentran reguladas por las
                    lógicas dominante/dominado del campo en el que se emplazan. En
                    este sentido, lo pedagógico y lo didáctico sufren un doble desplazamiento en relación con las
                    posibilidades de su reflexión y constitución como escenarios de acción
                    relativamente autónomos, debido a que el cie se concibe como un campo hegemónico de producción al
                    cual, quiérase o no, no tiene fácil acceso la concreción de lo
                    práctico y cotidiano de la escuela, lugar al cual han sido desplazadas y subordinadas
                    la pedagogía y la didáctica. 
                    Tesis [B]: al asumir la figura del intelectual como el centro de la propuesta de
                    análisis hecha por el profesor Díaz, esta tesis se opondrá a la forma que tomó el
                    acercamiento a dicho sujeto y sus desdoblamientos al interior del campo. Aunque
                    de alguna manera el texto del profesor Díaz advierte que la distancia entre los tipos
                    de intelectual productor y reproductor marcan la distancia entre teoría y práctica
                    al interior del campo, creo que el intelectual no puede ser visto solo a partir de su
                    relación con la producción de discursos teóricos o por su posición al interior de los
                    procesos de producción académica. 
                    El análisis del intelectual, al interior del campo epistémico de la educación, la
                    pedagogía y la didáctica, se desvirtúa si se parte de la “clásica” mirada que lo determina a partir
                    de su posición en relación con las instituciones que históricamente
                    han legitimado el conocimiento (universidades). De hecho, al asumir la definición
                    que ofrece Sartre (1994, p. 21) del intelectual como un monstruo que se involucra
                    en aquello que no le compete, la única posibilidad de transformarse en un intelectual en el campo
                    educativo sería la de aquel sujeto que, inmerso en la práctica
                    cotidiana de su quehacer, tiene la capacidad de abstraerse a esta situación y llegar
                    al escenario de la reflexión epistémica y política de todo el campo. 
                    Desde esta perspectiva, sostengo que los intelectuales que reflexionaron sobre
                    las fronteras epistémicas de la educación, la pedagogía y la didáctica en el seno del
                    Movimiento Pedagógico no pueden ser ubicados en el plano del intelectual orgánico gramsciano o
                    sartreano, a menos que hayan dejado la comodidad6
                    de la academia
                    para insertarse en el terreno de la práctica educativa —para utilizar las definiciones
                    de Díaz—. Si bien esta puede ser una postura sin sentido de lo real, lo que me interesa es marcar
                    el absurdo del ejemplo para hacer énfasis en que, durante la época
                    analizada, los intelectuales “verdaderos” debían salir del propio escenario escolar de
                    la práctica y no de las instituciones universitarias o científicas. 
                    Al intelectual “clásico” determinado por su lugar en las instituciones de legitimación formal del
                    conocimiento opongo al profesor como intelectual propuesto por
                    Giroux (1990). Según el pensador estadounidense, el profesor debe ser un intelectual transformador
                    que constantemente reconsidera y transforma “la naturaleza
                    fundamental de las condiciones en que se desarrolla su trabajo”. De esta manera,
                    “los profesores han de crear la ideología y las condiciones estructurales que necesitan para
                    escribir, investigar y colaborar entre sí en la elaboración de currículos y
                    el reparto del poder” (Giroux, 1990, p. 36). Los profesores asumidos como intelectuales, afirmaba
                    Giroux, “deberán combinar la reflexión y la acción con el fin
                    de potenciar a los estudiantes con las habilidades y los conocimientos necesarios
                    para luchar contra las injusticias y convertirse en actores críticos entregados al desarrollo de un
                    mundo libre de opresiones y explotación” (Giroux, 1990, p. 36). Este
                    intelectual se configura no como un reproductor, sino como un productor de las
                    resistencias en el fino pliegue que ofrece la relación entre la teoría, las prácticas y
                    las políticas educativas. 
                    De esta manera, la configuración de un cie o de un ccp y la discusión sobre sus
                    fronteras epistemológicas deben advertir el papel de un profesor-intelectual que se
                    articule como el intersticio fronterizo o conductor de totalidades en el cual convergen
                    las prácticas y las reflexiones de una serie de discursos que no deberían marcar
                    fronteras epistemológicas. 
                    Tesis [A]: la crisis de lo didáctico, en la manera expuesta por los trabajos y aportes
                    del Grupo Federici, quienes trabajaron en el marco del proyecto “El problema de la
                    formación de una actitud científica a través de la enseñanza de las ciencias y de las
                    matemáticas en la escuela primaria” —apoyado por la Universidad Nacional y Colciencias—, remite a
                    dos escenarios. Por un lado, se admiten “las dificultades de paradigmatización que históricamente
                    ha tenido la pedagogía” (Mockus et al., 1995,
                    p. 24) debido a los problemas para constituir competencias propias del campo pedagógico. Para este
                    grupo de académicos la competencia pedagógica “debería ser”
                    comunicativa en cuanto a la posibilidad de suscitar procesos de discusión racional
                    a partir de la reconstrucción de dichas competencias (Mockus et al., 1995, p. 20).
                    Por otro lado, la crisis de lo didáctico y lo pedagógico remite a la desarticulación
                    evidente entre los conocimientos escolares y los conocimientos adquiridos fuera de
                    la escuela. Aquí, según el grupo, “se ponen de manifiesto las contradicciones entre
                    las explicaciones espontáneas y las ofrecidas por la tradición académica” (Mockus
                    et al., 1995, p. 31). 
                    Este último fenómeno ubica la crisis en el terreno de la didáctica, ya que esta se
                    concibe como el epicentro para desarrollar métodos y procedimientos que facilitan
                    la enseñanza. Para el grupo, la didáctica tiene que ver con la técnica de enseñanza y
                    su eficacia (Mockus et al., 1995, p. 9). De este modo, la distancia identificada entre los
                    conocimientos escolares y los extraescolares ha llevado a que, desde la didáctica,
                    se busquen medios prácticos y técnicos para superar dicha crisis, lo que desemboca
                    en una relativa independencia de la didáctica, poniendo en tensión las finalidades y
                    las realizaciones propias del discurso pedagógico. Desde esta perspectiva, se asume
                    que la didáctica se emplaza en la categoría de realización, entre tanto, la pedagogía
                    tiene que ver con las finalidades del acto de enseñanza. 
                    La solución a la crisis identificada por el grupo se encuentra precedida de la
                    crítica de un modelo que asume la educación como “la acción de un sujeto A sobre
                    un objeto (o un sujeto) B; acción que podría racionalizarse según el modelo de
                    optimización de eficacia y eficiencia propio del dominio técnico” (Mockus et al.,
                    1995, p. 19). Esta crítica, que conlleva una idea de tecnocratización del ejercicio
                    pedagógico, puede ser superada “al ubicar como núcleo de la competencia pedagógica […] la
                    competencia comunicativa” (Mockus et al., 1995, p. 19). De este modo,
                    categorías como competencia pedagógica, traducida en el sentido de competencia
                    comunicativa desde la perspectiva de Habermas (Mockus et al., 1995, pp. 83-123),
                    y pedagogía reconstructiva permiten pensar la superación de la crisis en los dos
                    sentidos referidos. 
                    En sentido pedagógico, reconocer la necesidad de pensar la pedagogía como
                    una disciplina reconstructiva, después de haber constituido una competencia comunicativa entre los
                    participantes del proceso, permite imaginar una pedagogía
                    epistemológicamente mejor constituida. Esta competencia comunicativa se asume
                    como “la capacidad que tienen los hablantes de actuar comunicativamente, es decir, de ajustar
                    recíprocamente sus acciones por la búsqueda de un entendimiento
                    mutuo y de un acuerdo libre que cuente subjetivamente como tal” (Mockus et al.,
                    1995, p. 19). 
                    En sentido didáctico, una pedagogía reconstructiva haría posible la figuración de
                    un puente al interior de la escuela entre el conocimiento escolar y el extraescolar.
                    Así, en la “lucha local” de los conocimientos, el maestro, guiado por una competencia pedagógica
                    preestablecida, 
                    […] puede explotar la situación para intentar incorporar los significados extraescolares presentes
                    en las explicaciones “ingenuas” del
                    alumno en la red de significados escolares, tratando de atenuar así
                    el carácter ajeno de estos en relación con la experiencia previa del
                    alumno. (Mockus et al., 1995, p. 33) 
                    La relación entre el conocimiento extraescolar y el escolar, formalmente establecido por la
                    academia, marca las lógicas de comprensión de la didáctica propuesta inmanentemente7
                    por el Grupo Federici. En este escenario, las fronteras
                    que la escuela impone al conocimiento, tanto académico como popular, deben ser
                    transgredidas a partir de la comprensión de la educación como una interacción
                    basada en un lenguaje común (Federici et al., 1984). Esto solo será posible bajo la
                    configuración de competencias pedagógicas-comunicativas que estructuren epistemológicamente el campo
                    pedagógico. De ese modo, las técnicas representadas por
                    la didáctica se dinamizan bajo el ejercicio de recontextualización del conocimiento
                    hecho por el docente en el aula por medio del forzamiento del empleo de una terminología escolar.
                    
                    No obstante, la didáctica no solo es recontextualización entendida como forzamiento para el grupo.
                    Esta se debe abrir a un “juego del lenguaje” que permita
                    “un reconocimiento de la diferencia, sin acentuar tanto la jerarquía” (Mockus et
                    al., 1995, p. 36), lo cual lleva a pensar que los saberes previos de los estudiantes,
                    traducidos en discursos extraescolares, pueden responder a ciertas lógicas que se
                    escapan de los discursos de “verdad” que se pretenden enseñar en la escuela, lo que
                    los legitimaría como saber popular válido. En este caso, la didáctica como técnica
                    debería estar presta a la identificación de los diferentes juegos del lenguaje que articulan tanto
                    los presaberes de los estudiantes como los saberes institucionalizados. 
                    En el marco de la propuesta del Grupo Federici se evidencia una relación de
                    subordinación entre lo pedagógico como discurso rector y generador de competencias propias del
                    campo, y la didáctica asumida como la técnica que hace posible la
                    relación entre conocimiento escolar y extraescolar. Sin embargo, la subordinación
                    es más profunda. Según el grupo, el análisis sobre los aparatos comunicativos de
                    la pedagogía conlleva a la reflexión teleológica de esta. Así, la reconstrucción de las
                    competencias pedagógicas del docente y el estudiante implica la reflexión sobre
                    los fines de la educación bajo el desplazamiento de la pregunta saber-cómo por la
                    pregunta saber-qué (Mockus et al., 1995, p. 9). Evidentemente, el saber-cómo haría
                    parte del campo de la técnica, establecida como didáctica. 
                    Tesis [B]: la didáctica como táctica y estrategia: a la idea prefigurada de doble
                    subordinación que posee la didáctica en relación con el campo intelectual de la
                    educación y el campo conceptual de la pedagogía, quisiera contraponer una imagen
                    que la ubica en el centro y, a la vez, en el límite de los discursos epistemológicos en
                    torno a la educación. Partiendo de la idea de totalidad, quiero proponer la didáctica
                    como concepto aglutinador de la táctica y la estrategia, en la cual pueden ser desplegados los
                    discursos y las prácticas de los procesos de enseñanza. De este modo,
                    la didáctica se abre tanto a la reflexión teleológica de lo educativo, como a la reflexión
                    práctica de la cotidianidad, convocando a los profesores como intelectuales. 
                    La didáctica como estrategia, parafraseando a De Certeau (2000), remitiría a
                    acciones que, gracias al principio de un lugar de poder, elaboran lugares teóricos
                    (sistemas y discursos totalizadores) capaces de articular un conjunto de lugares físicos donde se
                    reparten las fuerzas (De Certeau, 2000, p. 45). En esa perspectiva, la
                    didáctica como estrategia permitiría postular discursos procedimentales capaces de
                    pugnar, en el terreno de la formulación de políticas educativas, por la participación
                    de la experiencia docente en el escenario de reparto del poder político y epistémico.
                    A su vez, aceptando la intromisión omnipresente de un aparato tecnocrático
                    que viene regulando las relaciones educativas, la didáctica debe desplegarse en una
                    táctica, vista como “buenas pasadas del ‘débil’ en el orden construido por el ‘fuerte’, arte de
                    hacer jugadas en el campo del otro, astucia de cazadores, capacidades
                    maniobreras y polimorfismo, hallazgos jubilosos, poéticos y guerreros” (De Certeau,
                    2000, p. 46). Abre la posibilidad de construir en lo cotidiano-educativo nuevas y
                    mejoradas formas de resistencia que huyen del artilugio estratégico del poder por
                    imponer su visión particular del proceso educativo. 
                    Como podrá observar el lector, esta perspectiva de táctica y estrategia viene
                    precedida de un posicionamiento político del profesor-intelectual, que lo relaciona
                    orgánicamente con un discurso y unas prácticas contrahegemónicas. La dialéctica
                    de producción-reproducción del discurso epistemológico se rompe bajo la comprensión del acto
                    educativo como un todo que trasciende las fronteras epistemológicas que no son más que una mera
                    artificialidad del campo.
                
Por una poética del saber educativo
Para finalizar, y volviendo a las nociones que ofrece Bourdieu sobre la categoría de
                    campo, debo advertir que este ejercicio pretendió insinuar un estudio de relaciones
                    más que de estructuras de pensamiento (Bourdieu y Wacquant, 1995, pp. 63-64).
                    Pensar la constitución de un campo epistemológico implica reflexionar en torno a las
                    relaciones que se han configurado, y se conforman en la actualidad, entre los centros de
                    conocimiento global, las instituciones, los estados y los sujetos directamente
                    implicados. De esta manera, la topografía del campo de la educación presenta un
                    conjunto de relaciones de poder, aunque mediadas por los discursos, que se sistematizaron bajo la
                    constitución inconsciente de una poética del saber que buscaba
                    ubicarse en el gran espectro de las ciencias sociales y las directrices institucionales. 
                    Lo importante es que esta poética del saber, como una transformación del discurso que se quiere
                    dotar de cientificidad, es determinada, en última instancia, por la situación en la cual se
                    presenta. Es decir, este juego de reelaboración continua
                    se encuentra mediado por las luchas sociales, políticas, intelectuales y los intereses
                    económicos. Sin embargo, como poética del saber, el campo de la educación, más
                    allá de sus rupturas conceptuales, se ha configurado como una totalidad. 
                    La poética del saber educativo que fluye en el campo de la educación con todas
                    sus distancias, capitales y habitus, se encarga de un fenómeno que se presenta a la
                    vez como múltiple y difuso. Aunque podamos hablar de muchas pedagogías, de miles de didácticas y de
                    diferentes thelos educativos, los sentidos de reproductividad
                    y resistencia inmersos en las prácticas y los saberes educativos son, contradictoriamente, una
                    constante. La poética del saber educativo y su dialéctica de reproducción y resistencia hacen parte
                    de la totalidad discursiva que intenté cartografiar en
                    estas páginas.
                
Notas:
1 Profesor asistente del Departamento de Historia de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá).
                    2 En este sentido, el lector no encontrará en este texto un ejercicio basado en fuentes primarias y
                    con
                    los requerimientos metodológicos de un análisis histórico, ya que mi intención no es nombrar los
                    sujetos “protagonistas” de la historia. Por el contrario, por vía de la poética del saber, pretendo
                    poner
                    en juego los diversos factores (sujetos, discursos, prácticas) que han hecho posible hablar de un
                    campo, epistemológicamente constituido, de la educación en Colombia. Esta postura metodológica
                    también me permite proponer, sin ningún tipo de temor, una lectura posicionada políticamente. Es
                    evidente que la constitución de un discurso científico y de su campo implica pugnas, imposiciones
                    y resistencias que no pueden ser abordadas bajo una pretendida neutralidad que poco o nada aporta
                    a las disputas del campo. 
                    3 Aquí se entiende la categoría de generación desde la perspectiva propuesta por Karl Mannheim.
                    Para este intelectual, la posición generacional implica una comunidad de fechas de nacimiento,
                    pero también un ámbito sociohistórico compartido (Mannheim, 1993).
                    4 Entre dichos intelectuales se desatacan las figuras de Jaime Jaramillo, Virginia Gutiérrez de
                    Pineda,
                    Ernesto Gulh, Roberto Pineda Giraldo, Darío Mesa, José Francisco Socarras, entre otros.
                    5 Algunas de las ideas que componen este apartado fueron presentadas en forma de ponencia en el V
                    Coloquio de Educación y Pedagogía “Pedagogía y Didáctica” realizado el 11 de septiembre del 2016
                    en las instalaciones de la Universidad Santo Tomas.
                    6 Con el uso de este sustantivo quiero hacer énfasis en la ruptura que el intelectual debe hacer con
                    su espacio de confort y, como dijo Sartre, “meterse en lo que no le importa”, ser incómodo para el
                    poder a partir de prácticas concretas.
                    7 La inmanencia me permite advertir que, aunque el centro de la investigación no es la didáctica
                    como tal, su análisis cruza este campo y, de hecho, a diferencia de los otros grupos, esta propuesta
                    hace más latente la preocupación en las relaciones didácticas.
                
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